A las puertas de la constitución de la IX legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, son muchos los augurios y los pronósticos, eludiendo lo sustantivo. La incógnita más repetida es quiénes asumirán las riendas del gobierno. Sin embargo, ese proceso electoral que concluye con la elección de las máximas autoridades, no es para los cubanos el punto más crucial, porque aquellos que lideren ya han recibido el mandato al socialismo de millones de cubanos.
Los 605 diputados que asumirán sus respectivas funciones tienen toda la legitimidad para una elección responsable, que valide un legado histórico que, a no dudar, no se puede pasar por alto.
En esta disyuntiva la pregunta clave ausente en los corredores mediáticos y entre los círculos de los ideólogos liberales, es ¿de dónde emana el poder en Cuba?
La Constitución de la República lo refrenda en su artículo 3.o, al expresar que el Estado tiene su soberanía en el pueblo, el pueblo como máximo detentor del poder, no pueblo en la visión liberal, sino aquel traicionado en toda la historia constitucional cubana, anterior a 1959 —como bien lo definiera Fidel—. Y todavía algunos advenedizos pretenden que la nación vuelva al pasado en nombre de argucias del liberalismo actual.
La Revolución cubana en su devenir tuvo la audacia de construir un nuevo tipo de Estado, definido en el artículo 1.o de la Carta Magna como Estado de trabajadores, donde no existen limitaciones ni excepciones por el lugar o tarea que ocupa cada ciudadano: “…para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”.
Por mucho que el discurso imperialista trate de empañar las elecciones cubanas, su legitimidad es incuestionable, en el ejercicio del sufragio activo de los electores y la democracia directa, sin diluirse en contradicciones que atenten contra el interés común.
De ahí provienen los hombres y las mujeres que hoy tienen ante sí la responsabilidad histórica de sostener la independencia de la nación y las aspiraciones a un socialismo próspero y sustentable. No sería en ningún grado aceptable para los cubanos la traición a esos mandamientos.
Quizás lo anterior es obviado por quienes ven facciones y luchas intestinas por el poder en Cuba, en tanto se ha formado una generación con nuevos valores y vocación unitaria, que lleva en sí una de las virtudes que la Revolución enseñó a la gente cubana: enfrentar los mayores retos con la certidumbre de hacer el bien a la patria, como Fidel proclamara: “Creer en los jóvenes es ver en ellos además de entusiasmo, capacidad; además de energía, responsabilidad; además de juventud, ¡pureza, heroísmo, carácter, voluntad, amor a la patria, fe en la patria!, ¡amor a la Revolución, fe en la Revolución, confianza en sí mismos!
Claro que los desafíos son enormes. En lo externo estamos viendo que la aspiración a una relación civilizada con el principal contendor de la independencia cubana, Estados Unidos, retrocede en la misma medida que la geopolítica imperial asume posiciones cada vez más retrógradas, con el añejo lenguaje que los llevó a invadir a Cuba en 1961 por Playa Girón, donde fueron derrotados.
A lo interno, la actualización del modelo económico es una prioridad, dada su influencia también en lo social, que resulta un proceso de gran complejidad, como analizó el V Pleno del Comité Central del Partido Comunista, presidido por Raúl Castro Ruz. Todo ello, con el lastre incalculable del bloqueo y la hostilidad, mientras se buscan y encuentran nuevos derroteros.
Nadie le puede decir al nuevo gobierno que la tendrá fácil y menos a la Asamblea Nacional, cuyos diputados deberán hacer de la eficiencia un don en todos los sentidos. Tampoco Cuba como nación tuvo, como no tiene hoy, un lecho de rosas para sus aspiraciones.
Muy a propósito el canciller cubano Bruno Rodríguez, le recordaba, o más bien le dio a conocer, al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, un párrafo del documento histórico firmado por Su Santidad el Papa Francisco y por Su Santidad el Patriarca Kirill: “Nuestro encuentro fraterno ha tenido lugar en Cuba, en la encrucijada entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste. Desde esta isla, símbolo de las esperanzas del ‘Nuevo Mundo’ y de los dramáticos acontecimientos de la historia del siglo XX…”.
En cada persona de bien de la tierra cubana florecen esperanzas y se cuenta con una reserva moral, que veremos ejercitarse en la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular, y el gobierno que allí sea electo.
Hay mucho por hacer y mucho que defender. Hay certezas que nos desbordan y solo algunos incapaces de ejercitar deberes y derechos pueden intentar desentender o confundir.
Así, las actuales circunstancias imponen nuevos retos, y las jóvenes generaciones de cubanos, al igual que sus padres les ganaron la independencia, la sabrán conquistar de pie.
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