Amaury y Andrew Razafitrimo, de Madagascar, se encontraban con su madre, Mino, en el momento del ataque terrorista ocurrido en julio de 2016 en Niza (Francia). El nombre de la madre, Mino, que falleció en el ataque, significa esperanza en malgache. La esperanza de vivir en un mundo de justicias.
Aunque el número de países afectados por el terrorismo va en aumento, la mayoría de las víctimas se concentra en un pequeño grupo de Estados Miembros, ha registrado la Organización de Naciones Unidas (ONU), en su Estrategia Global contra el Terrorismo.
Bien conoce Cuba esa sensación amarga luego de la vida violentada por el crimen horrendo. Bien conoce sobre la barbarie de la que a veces es testigo el mundo y de la miseria que aguarda en el interior de algunos hombres.
Por eso, aun cuando en otras latitudes el manto negro del terrorismo vuelve para alertarnos sobre los males que estremecen el mundo en que vivimos, Cuba rememora y se convence de nunca olvidar.
En este sentido, la nación antillana ha declarado en numerosos espacios su apoyo a los esfuerzos colectivos de la ONU contra el terrorismo. La Estrategia Global contra el terrorismo de las Naciones Unidas constituye un hito en el enfrentamiento internacional a este flagelo y respeta el papel central de la Asamblea General en este empeño.
Para fundamentar las profundas convicciones éticas que unen a Cuba a esta lucha global, la Asamblea Nacional del Poder Popular en sesión celebrada el día 20 de diciembre del 2001, correspondiente al Octavo Período Ordinario de Sesiones de la Quinta Legislatura, aprobó la Ley contra actos de terrorismo.
Este texto legal deviene manifestación expresa de la determinación del pueblo cubano de rechazar y condenar, con medidas legales concretas, los métodos y prácticas terroristas.
“El pueblo de Cuba tiene, además, incuestionable autoridad moral para ello por haber sido víctima de tales crímenes durante más de cuarenta años y porque, no obstante el alto costo que le han significado la muerte y lesiones de miles de sus hijos, así como los daños morales y materiales de enorme trascendencia que ha sufrido, los ha enfrentado en todo momento con recursos legítimos y no mediante la guerra, la cual, por su naturaleza y resultados, es una forma también de terrorismo que decididamente repudia”.
Aun así, con la historia de testigo y el dolor que todavía la compaña, el gobierno de los Estados Unidos apela a la amenaza de incluir a Cuba en su unilateral lista de países patrocinadores del terrorismo.
El posible regreso a esa lista -que confecciona por su voluntad el Departamento de Estado- estaría a tono con el discurso agresivo del presidente Donald Trump hacia la isla y su Revolución.
El 29 de mayo de 2015, en el marco de las conversaciones iniciadas para el restablecimiento de relaciones entre ambos países el 17 de diciembre de 2014, Estados Unidos Estados eliminó oficialmente a Cuba de la lista del Departamento de Estado sobre países que patrocinan el terrorismo. Este día, sin lugar a dudas, pasaría a la historia como el día en que se hizo justicia y la Mayor de las Antillas fue sacada de una lista en la que nunca debió estar.
Para despojar a este país de ideas malintencionadas, cabría solamente recordar quien fue Manuel Artime, uno de los jefes de la Brigada 2506, grupo mercenario preparado por Estados Unidos con el propósito de invadir en abril de 1961 la isla y establecer una administración interina para solicitar la ayuda del gobierno norteamericano.
O el de Luis Posada Carriles, quien arrebató de un súbito golpe la vida a bordo del vuelo CU-455. Quizás el más divulgado acto terrorista cometido contra Cuba.
Terroristas fueron también los integrantes de las bandas contrarrevolucionarias que, organizadas y armadas por el imperialismo yanqui, se asentaron en diversas regiones del país y segaron la vida de alfabetizadores, milicianos y decenas de campesinos —incluidos niños.
Desde los inicios de la Revolución, los grupos contrarrevolucionarios financiados y entrenados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana, concibieron y realizaron numerosos actos terroristas que han costado valiosas vidas y cuantiosos recursos a Cuba.
Casi 3 mil cubanos muertos es el saldo de la hostilidad estadounidense contra Cuba, blanco en la actualidad de una nueva fase de ataques mediáticos de Washington y de sus aliados europeos.
Entre los fallecidos se cuentan más de un centenar de niños afectados por la introducción en 1981 del Dengue Hemorrágico, así como víctimas del ametrallamiento a poblados costeros. Atentados a sectores económicos, la agresión por Playa Girón, el bombardeo de ciudades y pueblos en los años 60 del pasado siglo, son una pequeña muestra de los vínculos de Estados Unidos con las acciones anticubanas.
Pero Cuba no solo habla en nombre de sus víctimas. Extiende su solidaridad hacia otras latitudes y reconoce que aún falta mucho por hacer en materia de lucha contra el terrorismo. “La comunidad internacional debe dar pasos concretos hacia la adopción de una Convención General sobre Terrorismo, que defina este flagelo en su integridad”.
Es preciso, entonces, enfrentar las causas y condiciones que pueden potenciarlo. La pobreza, la desigualdad, la insalubridad, el analfabetismo, la discriminación, las apetencias hegemónicas y de dominación, entre otros múltiples factores, que aparecen en el núcleo de proliferación de este flagelo.
Los años han teñido de blanco su pelo, pero a José María el dolor por la hija ausente le permanece intacto. La sonrisa de Nancy Uranga Romagoza, la esgrimista que no pudo ver nacer al hijo que llevaba en su vientre, le fue arrebatada de un golpe a su familia. Como no mengua el dolor para José María, no existe justificación para estos actos.
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