El bienestar del pueblo de Cuba no depende hoy del gobierno revolucionario, ni de su cambio por otro, sino de la continuidad o desmonte del bloqueo criminal
Por enésima ocasión en 60 años de Revolución Cubana, los grandes emporios mediáticos del mundo anuncian la caída del “régimen” de La Habana en medio de un supuesto estallido social espontáneo. Por enésima vez, pesan más las campañas de contrainformación y los planes de desestabilización política, que el análisis veraz de la realidad de la Isla, sus causalidades e implicaciones.
Desde la Enmienda Platt hasta hoy, Cuba ha sido comprendida por el imperio norteamericano como una extensión natural de su territorio. La base de torturas estadounidense en Guantánamo, -que sigue activa en el territorio de la isla -es quizás el vestigio más elocuente del sufrimiento de la Doctrina del Gran Garrote en toda Nuestra América. El accionar de los gánsteres de New York, Nevada o la Florida en la Cuba prerrevolucionaria, no fue una invención de las películas de Hollywood, sino un relevante renglón económico de las relaciones bilaterales, que convirtió tempranamente a Miami en retaguardia de mafias cubanoamericanas contrarrevolucionarias. De esta realidad histórica de intervencionismo imperial sobre el Caribe en general -y sobre la mayor de las Antillas en particular- es que debe partir cualquier análisis de la coyuntura en Cuba.
Tras sucesivas luchas de los movimientos sociales cubanos el Movimiento 26 de julio llega al poder con la insurrección de 1959 e inicia un proceso de construcción de soberanía política y económica, enfrentando los lastres de dependencia del pasado y la respuesta norteamericana a su apuesta: el apartheid económico. La Revolución Cubana había heredado una economía dependiente y deformada tras los 60 años de hegemonía estadounidense, y de entrada se ve embestida por el boicot de quien fuera su principal socio comercial, así como por sucesivas sanciones económicas. No sobra decir que en un continente donde todavía gobernaban Trujillo, Somoza, Onganía o Stroessner, la asfixia económica contra la isla no respondía al carácter democrático o no de su gobierno, sino a su definición de reformas económicas que laceraban a los magnates cubano-americanos en favor de las amplias mayorías de la población como las reformas agraria y urbana, la nacionalización de sectores estratégicos de la economía o la expulsión de las mafias.
Playa Girón no es tampoco un invento revolucionario. Mercenarios apoyados por el gobierno de Kennedy y financiados por grandes mafias legales e ilegales, fueron derrotados en su pretensión de invasión a Cuba. Los bandidos del Escambray y otros grupos irregulares contrarrevolucionarios recibían financiación directa de Miami. La misma CIA ha desclasificado una pléyade de planes frustrados para asesinar a Fidel Castro, por no hablar de los planes de organizaciones como “Hermanos al Rescate” revelados gracias al importante trabajo de los 5 héroes luego hechos prisioneros en EE. UU. A diferencia de la paranoia macartista de la derecha colombiana, el gobierno cubano tiene acervo de sobra para identificar la influencia externa en situaciones de desestabilización política, que tienen al bloqueo mismo como herramienta determinante.
En medio de la actual crisis global auspiciada por la pandemia de covid-19, la sociedad cubana ha sufrido con mayor rigor sus efectos, dada la fragilidad de la economía de la isla y el bloqueo criminal. Como es de público conocimiento las políticas sanitarias del gobierno revolucionario han evitado que la pandemia haya derivado en picos de muerte como los vividos por Ecuador, Brasil, Colombia, India, España, Italia y los mismos EE. UU. La Habana logró desarrollar 4 candidatos vacunales y ofrendó sus brigadas médicas por todo el mundo, pero la reapertura gradual del sector turístico ha facilitado una expansión del virus y puesto a prueba ya no el sistema de salud pública de la isla -que ha sorteado esta situación de riesgo-, sino la limitada infraestructura energética y productiva castigada por el bloqueo, dada las exigencias de la atención sanitaria gratuita y universal.
La avalancha de noticias falsas y la inédita violencia en las protestas no responden a los problemas sociales, sino que asoman las orejas de lobo con piel de oveja
Las protestas iniciadas el pasado 11 de julio, no son espontáneas. Cabalgan sobre unas dificultades reales que el mismo gobierno cubano ha reconocido y que estriban en el bloqueo y la crisis global del covid-19. Realidades todas estas perfectibles gracias al compromiso conjunto del pueblo cubano y del gobierno revolucionario, que ya ha sido demostrado en otros episodios históricos tan difíciles como el llamado “Período Especial”. La salida a la actual crisis parte del diálogo social y la atención especial a ciertas comunidades que ya ha iniciado, y a fortalecer la soberanía productiva y tecnológica de la isla. Pero el despliegue internacional de los hechos, la avalancha de noticias falsas a nivel global y la inédita violencia desbordada en las protestas, no responden a las problemáticas sociales existentes hoy en Cuba, sino que dejan asomar las orejas del lobo vestido de piel de oveja. El mismo lobo de siempre: la mafia cubano-americana de Florida y sus agentes internos.
Se podría escribir solo un artículo para desmontar las fantasiosas noticias regadas por las redes sociales y medios de información oficiales. Ni manifestantes muertos como en Colombia, ni prisioneros políticos por oposición como en la Bolivia de Añez o el Ecuador de Lenin Moreno. Ni Raúl Castro huyendo a Venezuela en el avión presidencial de Maduro, ni inminente caída del “régimen” como lo proclaman propagandistas de la derecha internacional y lo sueñan en la Calle 8 y en Little Havana. El pueblo cubano no exige fin a la “dictadura”, entre otras porque saben lo que fueron las verdaderas dictaduras de Machado y de Batista. El pueblo cubano reivindica superar las penurias socioeconómicas, en su mayoría esencialmente responsabilidad del bloqueo económico norteamericano profundizado por la administración Trump y dejado intacto hasta ahora por la inercia de la política exterior de Biden. El logro del bienestar del pueblo de Cuba no depende hoy del gobierno revolucionario, ni de su cambio por otro, sino de la continuidad o desmonte del bloqueo criminal.
En este sentido valga denunciar la doble moral de los grandes medios y gobiernos de derecha de la región. Los mismos que aplauden la masacre de Duque y su fuerza pública, acusan a Díaz Canel de represor ante los desbordados disturbios que aspiraban repetir el modelo de golpe blando ucraniano y convertir el Malecón en la nueva Plaza Maidan. Los mismos que minimizan las masivas protestas en Ecuador y Colombia, les ponen lupa a las manifestaciones en Cuba y La Florida, mientras ocultan las masivas movilizaciones en apoyo a la Revolución Cubana, en todas las provincias de la isla. Los mismos que presentan las protestas insufladas en Cuba por fuerzas pronorteamericanas como la “primavera” cubana, callan sobre la movilización a la sede del Comando Sur de EE. UU. -con Marco Rubio a la cabeza- que exigía intervención militar sobre la isla.
No nos digamos mentiras. La ambición imperial aplazada por 6 décadas de intervenir Cuba está buscando una excusa que legitime su acción. Sembrar caos como en Haití para perpetuar la ocupación en el Caribe, en medio de una contraofensiva regional norteamericana ininterrumpida desde Trump. La matriz mediática propalada contra el gobierno revolucionario y aupando la violencia en las ya desactivadas protestas en la Isla, son parte de la ambientación de una intervención directa y continuación de la llamada guerra de cuarta generación contra el proceso cubano.
Colombia le debe a Cuba y a su gobierno revolucionario plena gratitud y pleno respeto por su soberanía. No tiene presentación que mientras la isla prepara miles de médicos para nuestro país, el gobierno de Duque y sus socios de Miami preparen mercenarios y agencias de contrainformación. No es justo que luego del proceso de paz, Duque y la canciller Ramírez se abstengan de la resolución a favor de desmontar el bloqueo contra Cuba, en un nivel de vileza al que no llega siquiera el Brasil de Bolsonaro. Es más que vergonzoso que un accidente burocrático como el excomisionado de paz Miguel Ceballos, sea el peón de brega del Departamento de Estado para incluir a Cuba en la lista de países protectores del terrorismo, con base en acusaciones falsas y ridículas por provenir de quienes protegieron en la impunidad a Luis Posada Carriles.
Como en mi carta abierta al presidente Díaz Canel, publicada en esta misma columna en enero de este año ofrezco disculpas al pueblo de Cuba, por la complicidad del gobierno colombiano en la campaña de desestabilización a la revolución cubana y demás procesos progresistas del continente. Pero también exijo a Iván Duque, Alfred Santamaría, Juan David Vélez, Francis X. Suárez, Marco Rubio y demás participes de la cofradía de ultraderecha de Miami, que respondan ante la opinión pública internacional sobre su participación en las acciones de sabotaje y hostigamiento al gobierno legítimo de La Habana.
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