Pocas áreas del planeta suscitan tanto interés y pasiones contrapuestas como las que está generando el conflicto coreano, asunto precisado de apreciar desde múltiples ángulos. En este momento hay suficientes motivos para suponer que, si todo dependiera solo de Seúl y Pyongyang, la Península no estaría demasiado lejos de un arreglo y no por fuerza a través de una anexión, del tipo ocurrido en Alemania en los 80, imponiendo uno de los dos sistemas.
Hace algún tiempo el politólogo norteamericano Noam Chomsky, opinando con respecto a la peligrosidad emanante del asunto, recordaba que en el 2005 hubo un preacuerdo entre EE.UU. y la República Popular Democrática de Corea (RPDC), que no concluyó como pudo ser debido a que George W. Bush, presidente por aquellas fechas, en lugar de atenerse a los compromisos, jugó sucio.
“Estados Unidos trató de desestabilizar las transacciones financieras de Corea del Norte con otros países…”, explicaba el también lingüista de la Universidad de Massachusetts, evocando aquella oportunidad malversada cuando se teme pueda repetirse similar destino ahora.
Tras la cumbre entre Donald Trump y Kim Jung-un, las especulaciones sobre la cuantía y fortaleza de lo acordado de inicio sigue ocupando incontables opiniones, en general pesimistas. En los altos estamentos norteamericanos no hay acompañamiento para el entusiasmo del mandatario estadounidense a quien antes que elogiarle el paso, capaz de quitarle riesgos a la humanidad, lo agobian con opiniones adversas.
Por supuesto que Trump es culpable de no ser bien mirado ni siquiera entre los republicanos a quienes se supone representa. Su estilo agresivo incita el rechazo. Así ocurrió en Canadá —tenga algo o ninguna razón en cuanto propone— durante la Cumbre del G7, club requerido de reparaciones, comenzando por lograr armonía entre los componentes europeos que lo integran, inmersos en un fortísimo contrapunteo y paradojas, teniendo ahora la emigración tanto intracomunitaria como externa, en el foco de sus discrepancias.
Con o sin discordia entre socios, sería absurdo no darle la debida importancia a cualquier intento de resolver las pugnas existentes en cualquier sitio, máxime si hay armas nucleares en juego. Y esa es la primera magnitud que alcanza el preliminar buen resultado de la Cumbre en Singapur.
A mediados de diciembre del 2017, Vladimir Putin hizo una llamada telefónica a la Casa Blanca y habló con Trump sobre la disposición de darle cause a un asunto delicado pero vadeable. El intercambio fue continuidad de los diálogos sobre el tema con China y las propuestas comunes de Moscú y Beijing para solucionar felizmente el caso que en noviembre había tomado un pernicioso auge tras las pruebas con misiles intercontinentales hechas por la RPDC.
Si es menester echar mano de los buenos efectos movidos por algo apenas en carácter de esbozo y sujeto todavía a innumerables tratos, se tienen pruebas en la recién finalizada reunión de altos militares de las dos Corea.
Decidir la suspensión temporal de los ejercicios bélicos norteamericano-surcoreanos, es un acto sabio. Como primera consecuencia está la decisión de ambas partes para suspender todos los actos hostiles en la Península y restaurar líneas de comunicación militar entre ambas.
Lograron concordar —también en el tema militar— medidas que implementan el acuerdo pactado en abril por los dos jefes de Estado en Panmunjon, que se desmilitariza por completo a modo de prueba. Otro compromiso pretende reactivar un acuerdo del 2004 referido a la prevención de enfrentamientos accidentales en el mar del Oeste. Estos diálogos esenciales, en materia tan escabrosa, deben continuar y, por lo visto, no debe ser con mal pie.
Un factor socio-político nada pequeño se encuentra en el ascenso de la aprobación del presidente surcoreano Moon Jae-in, quien ha tenido un protagónico y persistente papel en los acercamientos.
Su índice de aprobación ciudadana creció hasta el 79%, pese a que no ha podido materializar algunas promesas de índole económica todavía. De acuerdo con Gallup Korea, el aumento en su crédito se basa, esencialmente, en la reanudación de los diálogos con Corea del Norte.
El Partido Democrático, al cual representa Moon, obtuvo también una señalada victoria en las elecciones locales del 13 de junio. Logró éxito en 11 de los 12 distritos disputados. Los surcoreanos reaccionan de modo efectivo ante los nuevos parámetros de seguridad que estas noticias generan y se afilian a la declaración de la cumbre intercoreana del 27 de abril, cuando se insistió en darle sustento a medidas generadoras de confianza.
Otro aspecto que atañe a la Península completa se encuentra en las primeras acciones para readecuar el complejo industrial de Kaesong, establecido hace 14 años, cerrado hace dos, pero exponente exitoso de cooperación económica entre las dos Corea y, es de esperar, modelo entre los posibles a establecer de mutuo beneficio si continúa tomando cuerpo el proceso de paz o el propósito de la reunificación. Se trata de algo capaz de marchar más rápido que otros asuntos sensibles pendientes.
Persisten muchas incertidumbres y temores en torno a la parte central de cuanto está en movimiento. Al centro, desde luego, la desnuclearización y las garantías requeridas a cambio. Según Trump y con eco en Mike Pompeo, el procedimiento será acelerado, pero nunca inmediato.
Entre las cuestiones a dilucidar está con qué se queda o cómo sustituye Corea del Norte los recursos de uso civil, para producir electricidad o de empleo terapéutico. En el convenio alcanzando por mediación de James Carter a finales de los 90, y durante aproximaciones posteriores, se estipulaba atender esas condiciones y, de igual forma, se abrían vías para el intercambio comercial.
Pese a las recientes desavenencias con Washington, el Viejo Continente mira con interés y cierta perspectiva este acontecer, apreciado por la Unión Europea, como un avance estimable. Es posible que les anime conjeturar que si resulta exitoso un acuerdo con Corea del Norte, poseedora de bombas atómicas, se le de paso a una reconsideración de EE.UU. sobre el pacto con Irán, donde no llevaron tan lejos su programa.
Falta demasiado como para confundir deseos con realidades, pero la percepción más generalizada es de cauta esperanza. Poca, pero certeza, en definitiva.
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