¿Son acaso las revoluciones procesos irreversibles? ¿De quién o qué depende el destino de un pequeño archipiélago del Caribe? Se preguntaba Fidel Castro un 17 de noviembre en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en uno de esos discursos que pareció haber escrito y pronunciado para el futuro.
Preguntas que entonces tomaron por sorpresa a un país forjado en las utopías y ajenos a los banales pesimismos. Pero aquellos cuestionamientos, lejos de cualquier intención de infortunio, apenas buscaban advertir sobre un peligro latente.
Y es que más allá de la pericia y extraordinaria brillantez de quien hizo ver lo que, quizás, para muchos se antojaba imposible, las reflexiones se basaban, sobre todo, en el milimétrico conocimiento de la historia y la realidad nacional.
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Resulta fácil entender por qué Fidel se sumerge en tales deliberaciones aquel día, él sabía que le hablaba a los jóvenes. A los mismos a los que le confiaba los logros políticos, económicos, sociales y culturales conquistados a golpe de sudor y sangre a partir de 1959, y a los que también les encomendaba la misión de extirpar aquellos males que dañaban la propia esencia de la Revolución.
Una petición que llega desde el reconocimiento de un escenario internacional adverso, marcado por la consolidación de la hegemonía neoliberal, de medidas coercitivas y unilaterales de Estados Unidos hacia Cuba que dañaban— y dañan— sobremanera cualquier programa político; pero también de errores propios. Algunos fraguados al calor de la inexperiencia y la engañosa ingenuidad y otros moldeados por la burocracia, la corrupción y el irrespeto al pueblo.
Desde la plena conciencia de la proliferación de una incipiente desigualdad y de valores sociales distantes al modelo de nación concebido, una vez más exigió el compromiso y la participación popular para continuar en la construcción de un mejor país, con la igualdad y la justicia social como pilares inconfundibles.
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Casi dos décadas después, aquella advertencia de Fidel, como tantas otras, nos sigue valiendo. En el contexto global continúan los atropellos, la opresión y los conflictos armados por intereses meramente imperiales. Y, mientras, en un chispazo de tierra a 90 millas del epicentro del neoliberalismo todavía se intenta construir el Socialismo. No ya con manuales y fórmulas foráneas, sino con la experiencia del día a día y la construcción colectiva.
Por eso todavía hoy se antoja imprescindible acabar con cuanto atente contra el desarrollo. Algo que solo se hará posible mediante la participación real y consciente de todos, sin dogmas ni esquematismos. A partir del convencimiento de que solo el pueblo, desde su diversidad, puede definir el camino y es, por derecho propio, el máximo responsable de los designios de esta nación
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