Celenio es “el gallo de la cuadra”. O eso dice su mujer, Isidora, que quiere retenerlo un rato en la cama, pero a Celenio no hay quien lo mantenga horizontal más de lo que debe. “¡Y menos hoy, que hay elecciones!”, refunfuña, tabaco en mano; se sirve el café en el jarro, se lo bebe, le da un beso a su mujer, “¡te me apuras!”, y corre calle abajo hasta la bodega, donde instalaron el colegio electoral.
“Mi mujer está loca si cree que no iba a madrugar. Fíjate que cambiaron el horario y eso deja a uno medio desfasa’o, pero anoche, a las 9, ya estaba adelantando el reloj, por si acaso. Yo sé lo que significan estas elecciones. ¡Esta es la hora de Cuba!, no queda de otra, mijo!”, dice y me da una palmada de… complicidad, creo yo.
“La hora de Cuba!”, repito para mis adentros, mientras se agranda la cola de electores frente a la puerta de entrada, haciendo fila, como cuando llega el pan, para ejercer su derecho al voto. Y me imagino a los candidatos de las fotos devenidos diputados en el Parlamento, tomando la palabra, guapeando duro para aderezar con transparencia, valentía, compromiso, sentido común y apego a la verdad, las decisiones que sostendrán el futuro de este país.
“Yo quiero que los delegados y los diputados sean gente capaz de decir allá arriba lo que siente la gente de acá abajo”. Las palabras son de Toña (Antonia Gómez), quien no se ha cansado de alertar, desde las asambleas de nominación, que la primera misión de nuestros representantes es esa: “representar lo que sentimos sus electores, sin restarle elementos al problema y sin temerle al criterio divergente de alguien que tenga un alto cargo”.
Toda la circunscripción ha concordado con ella, a mano alzada, porque todos esperamos que las Asambleas Provinciales y el Parlamento sean espacios de discusión continua y dialéctica, con debates más polémicos y propositivos de lo que trasmite la televisión; donde afloren las estrategias más efectivas para añadirle nuevos méritos al Socialismo, se canalicen las preocupaciones ciudadanas y las políticas socioeconómicas con la celeridad que amerita la gestión gubernamental, y lo mismo un ministro que el directivo de una entidad cualquiera rinda cuentas de su servicio, como lo demanda el pueblo al que se debe todo aquel que ocupe un cargo público en Cuba.
“Hay que enderezar unas cuantas cosas en nuestra economía y en la esfera social, para que el Socialismo cubano sea sustentable, una palabra que está de moda”, advierte un elector que pasó como una exhalación y tropezó conmigo mientras hacía preguntas. “Fuera de Cuba pueden decir que a nosotros no nos importan las elecciones, y que ni siquiera conocemos a los candidatos, pero este es un momento muy serio, casi definitorio, y sé que a la mayoría nos importa mucho, porque se trata del camino que seguiremos cuando Raúl no esté al mando de esta nave”, remató y se fue raudo en una motorina azul, sin darme tiempo a preguntarle el nombre.
Ese pensamiento bifurca el escenario de estas elecciones generales para los millones de cubanos que tuvimos la posibilidad de votar con todo lo que este ejercicio conlleva: “vida, honor y porvenir”, en palabras de Martí. Y el porvenir —sujeto a las exigencias de un mundo cada vez más dado al egoísmo y la barbarie que al humanismo que durante años ha defendido y propagado Cuba— tiene mucho de incertidumbre, ahora que la generación histórica de la Revolución cederá su lugar en la cabeza del país.
Ha sido la pregunta del año 2018 en Cuba, y lo seguirá siendo hasta que en abril los diputados lo decidan: quién será el nuevo presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba. Las propuestas son disímiles y no escapan a las preferencias individuales, las emociones compartidas e incluso las premoniciones “casi” espirituales.
Yo mismo he escuchado mencionar a Miguel Díaz-Canel, al canciller Bruno Rodríguez y a Gerardo Hernández, uno de los Cinco, en más de una ocasión y en voz de más de un cubano que aventura un pronóstico o vaticinio como si se tratara de una final beisbolera; mas, las distancias entre una y otra definición son abismales.
De cualquier modo, sea quien sea el elegido —porque al presidente lo elegirá el Parlamento que se conformará después de este 11 de marzo—, tendrá que hacer suyo el desafío de afrontar las actuales “trumpadas” del imperialismo, el recrudecimiento del bloqueo, las embestidas de los enemigos de la Revolución, y también el reto de articular mecanismos de participación genuina, que confabulen a toda Cuba en el logro de un proyecto nacional de prosperidad y realización individual y colectiva, sin menoscabo de las conquistas que tanto nos enorgullecen y tanto defendemos.
Para lograrlo, mucha falta harán las opiniones emanadas de la comunicación constante con el pueblo; el rescate del imprescindible respeto a la diversidad, la legalidad y la institucionalidad; el “quiebre de huesos” a la corrupción, el arribismo, la insensibilidad y la apatía; y el derrumbamiento de mecanismos que no favorecen hoy el andamiaje productivo ni estimulan a los que más se esfuerzan y aportan, porque son presa de una visión paternalista e igualitarista que resulta improcedente en nuestra actual —y en cualquier— coyuntura.
Parece mucho, y lo es. Pero qué no podrá un país que ha sido el ejemplo universal de resistencia para el mundo, conforme a sus propios designios. Dice Celenio que en esta marea de humanidad, Cuba es “como el ornitorrinco, el único mamífero que come huevos”. Y a mí la imagen me resulta jocosa, pero aleccionadora.
—¿Votó, Celenio? —le pregunté con obviedad, al verlo salir del colegio entre los primeros.
—Seguro, muchacho —respondió—. Hay demasiado en juego.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.