Por: Ignacio Lemus
La invasión del 8 de enero en Brasilia reordenó la hoja de ruta en el nuevo gobierno. La reestructuración económica post Bolsonaro tuvo que ser antecedida por la reconstrucción de la democracia. Para eso, a un mes de asumir, Lula apela a la Política con P mayúscula.
No hay marcas de óxido en la herramienta con la que el tornero mecánico llegado del pobre noreste brasileño movilizó multitudes de sindicalistas contra la dictadura militar y llegó a ser el presidente más votado de la historia.
La Política es su talismán. Le permite deambular entre EEUU y China, mientras reconstruye el Mercosur sobre sus diferencias; reconquistar almas de los encandilados por el hiperindividualismo; y conversar sin rencores con jueces de la Corte Suprema que lo encarcelaron por 580 días o diputados que votaron en favor del impeachment contra Dilma.
La herida política, la Política herida
De las perspectivas de organización social y colectiva restó tierra arrasada tras el aluvión del Lava Jato en su epopeya contra la política, esa práctica que para el sentido común se tornó inseparable de la corrupción e inmoralidad.
El aparato mediático-judicial utilizado por el ultraliberalismo económico para destituir al Partido de los Trabajadores no tenía propuestas de continuidad en las urnas. Así surgió el milagro “antiestablishment”: Jair Bolsonaro, un riesgo que el mercado consideró rentable para profundizar el ajuste, las privatizaciones y conquistar el PreSal.
El “mito” se fue descascando con el correr de las denuncias por corrupción contra la familia Bolsonaro y círculo político. Por primera vez en la historia un presidente brasileño perdió en su intento de reelección.
A pesar de la inédita maquina desplegada para la compra de votos, Bolsonaro fue derrotado. También fueron neutralizadas la intentona golpista mediante la invasión contra los predios de los Tres Poderes, los bloqueos de rutas y campamentos frente a los cuarteles militares. Se hizo evidente que Dios-Patria-Familia-Libertad era la etiqueta de un envase vacío.
Lula salió fortalecido y en busca de gobernabilidad retomó la bandera de la Política como medio de acercamiento entre diversos sectores que aparecen polarizados bajo la óptica del resultado electoral o la retórica confrontativa del bolsonarismo que sabe cómo cautivar a la prensa.
Hiperindividualidad
Los 33 millones de hambrientos y un índice de desempleo en cerca del 10% durante el gobierno de Bolsonaro hicieron de la hiperindividualidad una salida para un sector de la población que no veía horizontes en la política como herramienta de respuesta colectiva frente a la crisis económica.
En su asunción Lula dejó a la vista el caracter plural y diverso de su gobierno. Además, de entrada revocó los decretos de Bolsonaro que facilitaban el acceso a armas de fuego, bastión en el discurso de libertad individual para la extrema derecha.
El Ministerio del Trabajo, a cargo de Luiz Marinho, prepara medidas para regularizar las tareas a través de aplicaciones de celular. Para eso sentó en una misma mesa a entregadores uberizados y sindicalistas.
Días después de la invasión en Brasilia, se debatió en el Ministerio de Trabajo si el camino para la recuperación de los derechos laborales debería ser a través de registro formal, cooperativas o con autonomía de los trabajadores.
En el encuentro el líder de los entregadores antifascistas Paulo Galo le confesó a los líderes de las centrales sindicales: “Hoy sueño más con unión que con libertad (…) Si erramos, erramos juntos; si acertamos, acertamos juntos (…) Los trabajadores uberizados tienen potencial para ser un ejército en defensa de la democracia brasileña”.
El coordinador del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra -MST, João Pedro Stedile, considera que el gobierno de Lula inicia con una polarización falsa y si bien el hiperindividualismo había conformado una base inmediata de apoyo a Bolsonaro, su carencia de organización le impide sostenerse a largo plazo. Stedile prevé que a medida que el gobierno de Lula implemente medidas en favor de las clases populares el apoyo a su gestión se incrementará.
Lo multipolar
El giro en las relaciones diplomáticas hace eje en la integración sudamericana, el sur global y la multipolaridad. Las autoridades brasileñas ya no deambulan por los salones donde dialogan las delegaciones internacionales y quedaron atrás las agresiones del presidente hacía otros gobiernos. El episodio más crítico fueron los insultos de Bolsonaro contra la primera dama francesa.
La tendencia ideológica dejó de ser la única variable para las relaciones diplomáticas. En su asunción Lula se fotografió con el presidente uruguayo Lacalle Pou de un lado, del otro el expresidente Pepe Mujica. Sectores que representan intereses opuestos en el país vecino.
Para explicar la amplitud de su frente en Brasil, prega Lula una frase del educador Paulo Freire: “es necesario unir a los divergentes para vencer a los antagónicos”.
La política se lleva en la cintura. Lula puede impulsar una moneda común para Sudamérica que reemplace las transacciones en dólares y criticar a la OTAN, mientras mantiene diálogo con el presidente estadounidense Joe Biden por compartir con su gobierno una disputa contra la extrema derecha.
Guión usado
El desprecio de lo institucional en la impronta de Jair Bolsonaro se inspira en Donald Trump y su guru Steve Bannon. El guión del Capitolio fue hoja de ruta para la invasión en Brasilia.
El golpe estaba anunciado, pero el ministro de Defensa, José Múcio, intentó una interlocución con las FFAA que acabó por subestimar los campamentos bolsonaristas frente a los cuarteles militares.
El resultado podría haber sido peor si no fuese por la decisión meticulosa de una intervención federal sobre la seguridad pública de Brasilia, en lugar de un decreto de Garantía de la Ley y el Orden que dé lugar a la intervención de las FFAA.
“GLO es golpe!”, alertó la primera dama Janja cuando escuchó en el altavoz del teléfono el relato del ministro de Defensa sobre las invasiones; contó la prensa de entretelones desde Brasilia.
Pasó poco más de una semana del incidente y en medio de las sospechas por la connivencia de las FFAA con los bolsonaristas, Lula se reunió con los comandantes, el ministro de Defensa y el presidente de la Federación de Industrias de São Paulo, quien era víctima de un intento de destitución en la entidad.
Los empresarios presentaron sus proyectos de industrialización en el sector de Defensa. Parecía que había pacto, pero un día después Lula marcó el límite: retiró del cargo al comandante del Ejército.
Con la retomada de la paz, el gobierno puso fin a la intervención federal sobre la seguridad pública del DF.
No mata: fortalece
La noche posterior a la invasión Lula se mostró fortalecido. Salió de su reunión en Brasilia tomado de la mano con los gobernadores y ministros de la Corte Suprema. La política había vencido las diferencias para resguardar la democracia, las instituciones se blindaron entre sí. Al fin y al cabo todos los poderes estuvieron en riesgo.
La relación Ejecutivo-gobernadores constituye otro giro. En 2020 Bolsonaro ganó nuevos enemigos cuando se opuso a las políticas de aislamiento social decretadas por los gobernadores ante el colapso sanitario por la pandemia de covid19.
Con la relación ya desgastada, en plena campaña electoral el entonces presidente acabó con el impuesto a la circulación de mercancías - ICMS, un tributo central para las economías de los estados.
Tras asumir, Lula le prometió a los gobernadores la apertura de diálogo sobre el ICMS y anticipó que las puertas de su gabinete y el de sus ministros estarán siempre abiertas para conversar con todos los gobernadores, inclusive los opositores.
Por último, a poco de la votación del presidente de la Cámara de Diputados y el Senado, el ministro de Relaciones Institucionales, Alexandre Padilha, sugirió la posibilidad de alianzas con parlamentarios del PP, PL y Republicanos, partidos que apoyaron a Bolsonaro durante su gobierno. Según el ministro de Lula hay apertura para “el diálogo sobre temas que son de interés para el país”.
A pesar del frente amplio, en Lula la política no ignora la lucha de clases. El presidente conoce su potencial como motor en las bases para movilizar a la sociedad y generar la correlación de fuerzas que impulse las reformas prometidas en el programa de Gobierno.
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