¿En qué momento y debido a cuál razón exacta se torcieron los vínculos entre Estados Unidos y Turquía? Como todo, se sabrá con precisión en algún momento, una vez despojadas las incidencias de lo imprudente o pérfido, las muy probables tergiversaciones o cuanto malintencionado exista de por medio. Quizás una clave, por ahora insuficiente pero con peso, se encuentra en uno de los criterios expuestos por Recep Tayyip Erdogán: “Antes de que sea tarde (Trump) debe renunciar a la idea de que nuestra relación puede ser asimétrica”.
El presidente turco tuvo como medio de expresión un artículo en el diario norteamericano The New York Times, donde planteó lo desacertado de las sanciones y aranceles impuestos a partir del 1.o de agosto por la Casa Blanca a su país. El día en que comenzó el octavo mes de este agitado 2018, Washington, en efecto, dictaminó los primeros castigos contra Ankara y, sin esperar mucho, procedieron también a imponer fuertes aranceles a las importaciones de aluminio (20 %) y acero (50 %).
Estaba previsto un traspiés para la economía turca, pero es mezquino el momento elegido para instrumentar ese perjuicio económico a un país supuestamente amigo y miembro de la OTAN, donde está enclavada una importante base aérea norteamericana (Incirlik, al sur de Anatolia). Solo la parte visible de una maniobra para aumentar el declive financiero de este país, se encuentra en el anuncio sobre las sanciones, pues afectaron el valor de la moneda nacional al punto de colocarla en máximo peligro. El puntapié tuvo reflejos en las bolsas de valores de todo el mundo y hasta el euro vivió un ramalazo a la baja.
La economía turca se estaba ralentizando con respecto a etapas anteriores, pese a lo cual el pasado año tuvo un crecimiento del 7,4 %, rédito solo comparable a los alcanzados por China; mientras estaba ocurriendo el pronunciado declive de las naciones con mayor desarrollo, teniendo el indeseable impulso, ya se sabe, dado por la crisis del 2008 iniciada en EE. U.U, convertida en global y coleteando todavía.
Cierto, sitúan los expertos, que hay inflación en Turquía, pero controlable, y se anuncia un plan del gobierno en esa y otras ramas para combatir el agravamiento del problema provocado por la arremetida de la administración Trump. Se sitúa la fuga masiva de capitales extranjeros como factor de mucha importancia en el desbalance monetario y, parece, tampoco es algo casual incluso conjeturándole antecedentes domésticos.
Suponiendo que el modelo de desarrollo adoptado por Erdogán, basado en la faraónica edificación de infraestructuras e inversiones sociales, haya tocado fondo por sí mismo, si se profundizó el momento de la caída fue debido a las acciones de EE. UU., y esa no es una muestra de amistad entre socios. Darle el último puntillazo al caído es algo innoble.
¿De dónde procede semejante animadversión? Si uno se guía solo por lo declarado, el epicentro de este problema es la petición de Trump para que se libere a un pastor pentecostal (Andrew Brunson). El religioso, en arresto domiciliario, fue procesado por su presunto concurso en el intento de golpe de Estado a mediados del 2016, cargo al cual se le añadiría después el de espionaje. Este personaje pidió a su gobierno sanciones para sus captores, y, aparentemente, en Washington siguieron la sugerencia.
Las autoridades turcas le asocian con Fethulá Gülen, radicado en Pensilvania y a quien ubican como cabeza de la asonada emprendida hace dos años por sus seguidores al interior de Turquía, desde donde se pidió su extradición para juzgarle, o intercambiarlo por Brunson. Ambas solicitudes no tuvieron éxito.
El enfoque dado por Erdogán tiene otros realces. Evaluando la postura de EE. UU., desde donde usan como eje del desacuerdo al pastor, no se considera esté en correspondencia con “el nivel de asociación estratégica” entre los dos países. Además, “no es una buena idea intentar ponernos de rodillas con amenazas sobre un pastor protestante”. Insiste en juzgar “…una gran falta de respeto hacia Turquía” la forma de proceder por la parte norteamericana.
Ibrahim Kalin, portavoz del presidente turco, garantiza que los esfuerzos de su gobierno para resolver la crisis por vía diplomática chocaron con la intransigencia de la Administración de Trump. En rápidas movidas, el Departamento del Tesoro norteamericano decretó la congelación en instituciones bancarias norteamericanas de los activos pertenecientes a los ministros de Justicia, Abdulhamit Gül, y de Interior, Suleyman Solu y la posibilidad de efectuar transacciones con ciudadanos estadounidenses.
Erdogán respondió con similar carta a su ¿exsocio? ordenando el embargo de las cuentas en Turquía del fiscal general Jeff Sessions y del secretario del Interior, Ryan Zinke. Al propio tiempo, el jefe de Estado comenzó a moverse en busca de apoyos y negocio específicos, hacia Alemania y Francia, donde Trump ha estrangulado posibles simpatías. Países que, a su vez, y ante ataques no iguales pero bastante análogos, también están ampliando el rango y direcciones de sus contactos, con China por ejemplo, y, al cierre de este trabajo, Vladimir Putin sostenía un encuentro con Ángela Merkel, tras una visita muy mediática a Austria.
Con carácter de un primer, rápido y sugestivo resultado de las gestiones externas emprendidas por los dirigentes turcos, se está considerando la promesa del emir de Catar, el jeque Tamim bin Hamad al Thani, de efectuar en Turquía una inversión ascendente a 15 000 millones de dólares.
Ante el revuelo por el descenso de la lira turca y sus dañinas manifestaciones en otros sitios, algunos pensaron en la opción de pedirle ayuda al FMI, pero el ministro turco de Finanzas, Berat Albayrak, lo descartó de forma tajante. Las operaciones internas del banco central y, entre varias medidas, el freno puesto a la especulación financiera, parecen haber aplacado la debacle, aun cuando sus efectos tarden en subsanarse si nada nuevo se añade a la avería.
No es necesario colocarse a favor o en contra de uno de los contendientes. Estos acontecimientos no son insólitos ni de estreno. Forman parte de una visión egocentrista superlativa y de una praxis innoble para obligar a otros a que se subordinen. Trump y compañía están convirtiendo en potenciales enemigos a sus aliados, de forma grosera y rabiosa. Si no rectifica, provocará un enorme desastre. Inocultable ya el grado de complicación y falta de sintonía en las relaciones internacionales, tan agravadas por esas acciones de castigo que será muy arduo encarrilarlas.
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