Cuando Donald Trump decidió rescatar un trozo de hielo de la Guerra Fría, ante la fanática contrarrevolución cubana envejecida o mercenaria, en Miami, fue sin dudas el presidente que más oposición ha tenido para las agresiones a Cuba, fuera de la cofradía de la frustración, que le rodeaba.
Sin embargo, el llamado estilo Trump al final marcaba el espectáculo no apto para sensatos que se produjo el 16 de junio en Florida. Como ya se le ha visto ante cualquier fracaso, que van siendo varios, siempre un culpable aparece.
Eso debieran saberlo quienes recibieron o negociaron el encargo de ser los promotores de la “nueva política hacia Cuba”, como Mario Díaz-Balart y Marco Rubio, que serán culpados por el magnate presidente del fracaso anunciado. Quizás Rubio, que bien lo conoce, deba repetir: “Es un tramposo”.
De otro lado, muchos de los más cercanos colaboradores de Trump se han visto precisados a matizar algunas de sus declaraciones, como tuvieron que hacer con la salida de EE.UU. del Acuerdo sobre el Cambio Climático de París. Así le ha sucedido también a la embajada de Estados Unidos en La Habana, cuya primera reacción después de los anuncios estruendosos en Miami, fue amortiguar las consecuencias de las medidas, dado que la reacción generalizada en la Isla ha sido de rechazo.
No obstante, en el intricado sistema de gobierno de la dictadura imperial, hay quienes siguen apostando por las políticas de Obama, que en teoría serían más eficaces y, siempre dejándose engañar por sus propios deseos, apuestan a engatusar al sector privado cubano para “derrumbar al régimen”. A eso Trump no se opone a pesar de sus socios miamenses.
Y digo engatusar, porque las acciones con este fin están permeadas de ignorancia y prepotencia, que terminan siendo contradictorias y muy difíciles de explicar al contribuyente norteamericano, que al fin y al cabo es quien aporta el dinero, aunque nadie en el régimen rinda cuentas creíbles por ello.
Ya tenemos un buen ejemplo de menú en la administración del magnate. El 29 de junio la embajada USA en La Habana hizo pública una convocatoria para un programa de financiamiento destinado a pequeños negocios, proyectos vinculados al bienestar de la flora y la fauna, el intercambio cultural, y la protección del medio ambiente (¡¡!!). Como los anotadores del béisbol, la jugada hay que ponerla entre dobles signos de admiración.
Lo primero que salta a la vista en la oferta es que la suma de dólares para cada proyecto, entre 1.000 y 100.000 dólares, sería entregada mediante “una subvención, un premio o un acuerdo cooperativo”. O sea, que la sede diplomática en La Habana, se va saltar el bloqueo económico, comercial y financiero, que mantienen contra la Isla y que Trump ha decidido hacer con él política de matarife.
Así, también ese bloqueo es más abominable, precisamente en las áreas que la convocatoria privilegia: agricultura, medioambiente, meteorología, salud y cultura.
Y, para no morir de aburrimiento, según la oferta, en cuanto al medioambiente, se valorarán las solicitudes que aborden la pesca sostenible, la contaminación marina, la vida marina en peligro de extinción, la conservación de los arrecifes de coral, de la vida silvestre y de las áreas protegidas.
¿Alguien no sabrá que Estados Unidos precisamente está amenazando al planeta Tierra en esos trascendentes temas, cuando su presidente decidió no participar en el Acuerdo sobre cambio climático o aprobó la construcción del oleoducto Keystone XL, impopular por sus graves consecuencias medioambientales?
Las claves para los demás tópicos también dejan a los actores de Trump desnudos y en uno como la salud ¿qué decir de su programa para los norteamericanos contra los seguros médicos y la reducción del presupuesto para privilegiar el armamentista?
En buenas cuentas, la administración Trump le pone una papa caliente de la hipocresía a su embajada en La Habana, que deberá lidiar contra sus leyes agresivas, el supuesto cambio de política hacia la Isla, y el ingenio de los cubanos.
Pocos dejarán de comprender que el intento tiene sello de estafa y, que la buena apariencia es tufo propagandístico; espejitos para ingenuos, de los cuales, no abundan mucho en un archipiélago del que no han podido apoderarse.
Total, que si Trump se dejara aconsejar, alguien podría decirle que con los cubanos se queda sin recetas nuevas para un menú tramposo.
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