Su nombre es Stephen Kevin Bannon, un ejecutivo de medios informáticos estadounidense, exbanquero y jefe de la campaña con que ganó la presidencia Donald Trump. Duró poco en su condición de consejero del principal habitante de la Casa Blanca, pero sus metas se mantienen muy atrevidas. Brega ahora por administrar una “revuelta populista de derechas” en el Viejo Continente.
No se oculta. Se adentra en civilizadas capitales confabulando con los ultras, a quienes se plantea empoderar dentro del Parlamento Europeo en los comicios del año entrante. The Movement es el núcleo donde agrupa a los partidarios de las vertientes extremistas con los cuales se propone bloquear por dentro a las principales entidades de la Unión Europea. No es una conclusión disparatada. Él mismo lo admite.
Stephen Kevin Bannon fue jefe de la campaña con que ganó la presidencia Donald Trump (Foto: Reuters).
Según Bannon, su objetivo es “unir a los partidos y organizaciones populistas de derecha en Europa” para provocar una “rebelión contra las élites”. ¿Motín de las élites? ¿Acaso él no pertenece a ellas? Quiere descartar la poca tolerancia existente sobre etnias, confesiones o ideologías. Todo criterio incluyente o humanista es su enemigo. Por eso trabaja para aumentar las tendencias antimigratorias, la islamofobia y la discriminación por género, origen o preferencias sexuales.
Hay abono sobre el cual trabajar debido al descontento ciudadano acumulado y el ascenso de los grupos ultraconservadores, asentados en gobiernos o parlamentos. Hay suficientes euroescépticos anti-UE y él trata de aumentarlos. Los promueve hasta en países escandinavos de tradición moderada. Tiene en los demócratas de Suecia y en el ultraconservador Verdaderos Finlandeses, exponentes del amplio espectro ganado por esos dogmas contemporáneos.
Bannon ya captó a Marine Le Pen en Francia, incluso, modificando nombre y valencias del partido creado por su padre y se reconoce muy cercano al ministro derechista del Interior italiano, Matteo Salvini, el holandés Geert Wilders y a Alice Weidel, jefa de Alternativa para Alemania, partido radical que logró ingresar al cuerpo legislativo germano tras convencer a muchos votantes con un lenguaje y metas tramposas, según el ABC usado en su país de origen con éxito.
Hay síntomas a considerar. Uno sería el que Nigel Farage, antiguo líder del partido extremista británico UKIP, hizo campaña con Trump en Estados Unidos. ¿Tendrá que ver ese antecedente con la bomba puesta por el mandatario estadounidense a los pies de la premier Teresa May, en vísperas de su visita al Reino Unido, usando los argumentos de Farage sobre el brexit en una entrevista y desacreditando a su anfitriona? En ciertas guerras no existen inocentes.
“Trump instala el populismo en el centro del poder de Estados Unidos”. Ese fue uno de los titulares referidos al triunfo electoral del magnate convertido en político. No se debe pasar sin examen ante un vocablo repetido en reportes periodísticos y tesis doctorales, con varias etimologías. De populistas se tilda sin adecuado distingo al jefe de La Liga (partido con orígenes fascistas) en Italia en igual sentido que a Hugo Chávez. Solo ese ejemplo patentiza el uso distorsionado del calificativo, transformado en comodín mediático bastante irresponsable.
El término —dicen algunos teóricos— tiene sus inicios en un movimiento de campesinos rusos que lucharon contra los abusos zaristas y fue parte de los esfuerzos antimonárquicos activados a inicios del siglo XIX. Se le adjudican variantes parecidas en otros países, pero el vocablo comienza a tener un doble sentido más universal en la década de los 50, al ser aplicado para situar tendencias lo mismo a la izquierda que a la derecha del espectro político-ideológico. Desde entonces se generalizó su empleo intencionado, en especial buscando proscribir cualquier fórmula progresista (desde el peronismo hasta los procesos revolucionarios más genuinos).
El Papa Francisco, respondiendo a preguntas sobre el término definió: Popular es “quien logra interpretar el sentir de un pueblo (…) y puede ser la base para un proyecto transformador y duradero (…) con frecuencia se tilda eso de ‘populismo’, para invalidarlo. Aunque es cierto que existe “un sentido negativo cuando expresa la habilidad de alguien para instrumentalizar” (usar con equis beneficio) al pueblo. Últimamente el calificativo se ha convertido en “un caballito de batalla de los proyectos ultraliberales al servicio de los grandes intereses”, y con el propósito de anular a “cualquiera que intente defender los derechos de los más débiles”, expresó también Bergolio.
En cenáculos eruditos admiten que no debe considerarse una ideología, sino un estilo discursivo o estrategia, no siempre en correspondencia con una praxis posterior. Se cita a Barack Obama buscando ilustrar el empleo de una retórica ilusionante, cercana a las urgencias de las mayorías, pero con programas abandonados con el acceso al poder.
El populismo conceptualiza simplificando: la sociedad se divide en dos grupos antagónicos que son el pueblo propiamente dicho y las élites corruptas. Otros estudiosos, como Nancy Fraser (profesora en un centro de política y ciencia social de la New School, Nueva York), considera que estos sujetos expropiaron la agenda de justicia social de la izquierda. Ella los aglutina en el concepto “neoliberalismo progresista” y, según cree, son quienes “articulan una política económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente progresista”. Se hace desde las esferas de autoridad dominante, y son “muestras el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Congreso de la India”.
La autora explica que la elección de Donald Trump en EE. UU. o del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, gracias a los sectores medios y bajos de la sociedad se explica mejor si se toma ese voto como forma de protesta social ante el enorme incremento de la desigualdad, las graves pérdidas materiales y derechos en aumento. Es una reprobación de doble filo, desde luego, pero expresa rechazo a los desacreditados partidos tradicionales.
Dante Caputo, excanciller argentino estimó: “Gobierno popular es aquel que tiene como meta mejorar el bienestar del mayor número de habitantes. Posee como objetivo, a través de sus políticas públicas, el bienestar de las grandes mayorías sociales”. Él pareciera compartir la hipótesis sobre el robo de ideas hecho a las izquierdas con el empleo de una terminología progresista, asegurado ir contra las oligarquías, los grandes capitales y el orden establecido, pero defendiendo todo eso a costa de masas confundidas con su falsa oratoria.
Bannon y sus secuaces no son idealistas ingenuos. Se han estado deslizado criterios sobre una posible labor de zapa en favor de su antiguo mentor a quien no satisfacen los pactos hechos por otros y menos si tienen un contenido económico cohesionador. Por eso actúan contra la UE aun cuando el Pacto Comunitario no les sea ideológicamente adverso.
Por ahora, algunas figuras europeas se han percatado del peligro. Está por verse si quieren y son capaces de neutralizarlo.
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