En su novela La silla del águila, el recientemente fallecido escritor mexicano Carlos Fuentes cuenta la política mexicana del año 2020 a través del intercambio de cartas entre figuras de su país. En la narración, el método de comunicación epistolar ha resucitado debido a la interrupción de todos los medios de comunicación electrónicos, a consecuencia de una represalia norteamericana por la protesta de México contra la invasión de Colombia por Estados Unidos, decidida por su presidenta Condolezza Rice.
Fuentes escribe una obra estremecedora e inquietante que saca a la luz la corrupción y el cinismo a que ha llegado el ejercicio de la política en México, y es una pena que en algún momento de su libro traiga por los pelos sus tradicionales ataques a los líderes revolucionarios de Cuba y Venezuela, justo dos lugares donde varios de los problemas económicos y sociales que con dolor plantea en La silla del águila se han resuelto o están en vías de resolverse.
Excepto en los contadísimos momentos en que afloran esos viejos odios, la fantasía de Carlos Funtes lleva mucho de realidad. Y en particular sobre Colombia, no es para nada imposible que el afán norteamericano por instalar bases militares en ese país con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico, su intervención en el conflicto armado apoyando tecnológicamente las ejecuciones de líderes guerrilleros -como han hecho con Raúl Reyes y otros-, en combinación con el ascenso al poder de la ultraderecha en EE.UU., pudiera derivar sin necesidad de mucha imaginación en un escenario como el que prefigura el escritor mexicano, bañando aún más en sangre ese ya ensangrentado país y creando una situación imprevisible en todo el continente.
Lo ocurrido ayer en La Habana: la firma de un acuerdo para el inicio de un nuevo proceso de paz, es un paso esperanzador para alejar definitivamente esa posibilidad. Son los latinoamericanos, y especialmente Cuba y Venezuela quienes junto a Noruega han garantizado que este proceso pueda tener lugar. Así lo han reconocido el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC-EP, Rodrigo Londoño.
Semanas después de dar lecciones de retórica y excluir nuevamente a Cuba de la Cumbre de las Américas, Washington es sólo espectador en uno de los procesos más importantes de la región en que sus némesis en el continente juegan un papel decisivo.
Paradójicamente, el Departamento de Estado acaba de incluir nuevamente a Cuba en la lista de países que promueven el terrorismo. Pero la realidad dice otra cosa: La nación caribeña es el escenario para buscar la paz donde EE.UU. instala bases militares, vende armas y da ubicaciones satelitales para asesinatos extrajudiciales. Diferencias capitales entre acusador y acusado y también entre el discurso mediático y el mundo real, además de una esperanza abierta que ojalá pueda conjurar para siempre la pesadilla que toma como punto de partida La silla del águila.
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