A ella nunca se le quitó el susto. La primera vez que votó ya era una mujer adulta y, a pesar de los tiempos rebeldes que hacía muchos años habían entrado como viento en su vida para desatarle todas las amarras, la palabra elecciones le seguía trayendo malos recuerdos.
Quizás pensaba en la vez que un pariente recogió las cédulas de toda la familia para venderlas y así poder costearle la operación a una prima moribunda; o en el clima de politiquería malsana que invadía su pueblo de campo, cuando por un voto se llegaba a la coerción, la violencia, las extorsiones.
Pero lo peor eran las promesas, el político de “punta en blanco” que aseguraba que, como le había pasado a ella, a los hijos ya no se les morirían más madres en el parto, y habría escuelas, y hospitales, y futuro…; para luego de conquistar lo único que tienen los pobres, su fe, desaparecer con los bolsillos más llenos y la memoria más corta.
Mi abuela votó esa primera vez en elecciones revolucionarias, y el susto inicial cambió de matiz, ya era asombro; asombro por la dignidad que significaba que ella, guajira humildísima, pudiera llenar una boleta por propia voluntad y eso contara.
Más que un derecho, votar se le representaba como un privilegio al que nunca renunció. Y cuando su salud flaqueó y ya no pudo ir al colegio electoral, esperaba con ansiedad que llegaran a casa con la boleta. Esos son los primeros recuerdos que tengo de unas elecciones: su mano trémula sobre el papel, su alegría.
La vida de mi abuela, reflejo de otros muchos cubanos y cubanas anónimas, me ha ayudado a entender que nuestras elecciones tienen una honda raíz y son tan genuinas y esenciales como el proceso revolucionario que las ha gestado, que no se las puede desligar del palpitar de la sociedad.
A pesar de que las matrices de opinión que se han pretendido extender, como parte de la guerra que se nos hace, insisten en colgarles un velo de apatía, de desinterés del pueblo cubano, basta repasar los comentarios del foro de Cubahora ¿Qué es para ti votar #PorCuba?, para entender el grado de pasión que despierta el tema, y cuánto valor le da la gente a ser dueña de su futuro.
En un ambiente de debate problematizador, y para nada complaciente, los usuarios hablaron, en primer lugar y sobre todo, de confianza y unidad: la Patria es una construcción colectiva y el proyecto de país no podrá avanzar si cada cual no hace su parte.
Votar por Cuba es hacerlo por la inclusión, la identidad, la seguridad, el compromiso con la historia y la continuidad… dijeron otros, conscientes de que un sistema electoral genuino es una ganancia que puede perfeccionarse pero no perderse con los cantos de sirena de la democracia occidental.
De la raíz martiana y fidelista de las elecciones también se habló y de lo mucho que significa la isla para América Latina y el mundo, porque se ha erigido, desde su pequeñez geográfica, en faro de las posibilidades, en utopía concretada.
Además, se apeló a lo que la sociedad debe y aspira a mejorar —no puede haber revoluciones conformistas—, de cómo quienes dirigen no pueden perder el apego a la gente, su razón de ser; y de cómo hay que hacer más para que el conocimiento que se tiene de los diputados sea muy profundo.
“Cuando esos pioneros dicen ‘votó’ a uno se le remueve algo lindo por allá dentro”, me comentó un amigo hace unos días, y ese sentimiento lo adiviné en la mayoría de los foristas, y casi los imaginé saliendo a la calle este domingo, tras la coladita de café, sintiendo la sutil grandeza de vivir en un país especial, que siempre le ha puesto el pecho a las carencias y a las amenazas, y por la limpieza de su alma ha salido triunfante.
Por eso digo que votar por Cuba es hacerlo por un sueño que vale la pena, por lo vivo de la historia y por lo hermoso del porvenir; es depositar la fe en el lado luminoso del ser humano y en la emociones que despierta una escalinata sembrada de antorchas, un mar teñido de flores, el olor a palmas de una madrugada…
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