Arriesgados, creativos, atrevidos…

Estimulada por las Naciones Unidas, la humanidad amanece este viernes enfocando su mirada especialmente hacia la juventud, esa etapa de la vida que al decir del Apóstol, es la edad del crecimiento y del desarrollo, de la actividad, y de la viveza, de la imaginación y el ímpetu. Amanece también perfilando sus estrategias para ese segmento poblacional en un mundo en crisis, donde miseria, violencia y exclusión se ensañan con quienes son garantía de futuro.

Cuba tiene sobradas razones para festejar, como ya es tradición, el Día Internacional de la Juventud, sobre todo por ese programa integral y con profunda vocación social, que ha puesto a los más nuevos en el centro de su dinámica transformada. Y constituye este un momento también para reflexionar sobre ese reiterado dicho popular que alude a que “la juventud de hoy está perdida”.

Vale apuntar que la expresión es tan antigua que muchos han nacido, crecido e inclusive, dejan de existir con ese eco en sus oídos. Más allá de ser una discordia entre descendencias, no debemos dejar de lado el significado de la juventud en todos los tiempos. A veces muchos desconocen que desde el inicio de la lucha por la independencia y hasta nuestros días, la Revolución ha sido obra de varias generaciones.

Olvidan que los jóvenes están a la vanguardia, surgen y se desarrollan sobre la base de lo que le dejan como herencia las generaciones anteriores, asimilan lo mejor de estas y lo elevan a planos superiores. Quienes así piensan no saben que la mayoría de los jóvenes estudian o trabajan en importantes sectores económicos y sociales. Algunos se preparan para la vida, otros dan ya su aporte social y hay quienes cumplen con el internacionalismo desde los sitios más intrincados del planeta.

No creo que la juventud esté perdida. Hay éxitos que no valdrían sin su impulso. Entonces, ¿no pensamos en los miles que tienen la misión de educar a nuestros hermanos y primos? ¿O los que por vez primera desde los rincones más oscuros del archipiélago tienen la misión de proteger el país al frente de una trinchera? ¿Incluirían en ese término a los muchachos que cuando van en algún ómnibus se brindan a dar su asiento, los que auxilian a los más ancianos, los que desean tener una calificación o un oficio, los que anhelan el dominio de las nuevas tecnologías?

Todo no es perfecto. Hay actos cometidos por jóvenes que no son admirados por la sociedad. La solución a esto no es encogerse de hombros y citar al ya reiterado “la juventud está perdida”, sino contribuir con consejos, instrucciones, enseñanzas, que aunque parezcan insignificantes son positivas y nunca están de más. Hay que apreciar, objetivamente, las dificultades reales de los jóvenes, a fin de descubrir cuáles son las causas de actitudes como la morosidad, la falta de educación formal, el no aceptar adeudos y el rechazo a normas de disciplina social.

Es cierto que los tiempos son otros. Hoy las tareas no son las de gestionar el estudio o un hospital, enfrentar al tirano por el derecho a las vacaciones o a la recreación, como sucedía antes en Cuba. Las misiones son distintas, pero no menos importantes. La nueva generación con su vitalidad, desarrollo intelectual y aliento renovador, es precursora de cambios. Pero sola no puede, necesita la guía de los pinos viejos, que le muestren el camino correcto, que los estereotipos queden atrás, que entiendan sus gustos y vivan con ellos.

Si estar perdido es elegir el vestuario, ya sea ancho o estrecho, largo o corto; escuchar y bailar desde un danzón hasta un rock; percibir lo bello y conocer las últimas noticias de la literatura y el arte; distinguirse por la impaciencia y la energía; criticar y denunciar las cosas más negativas, asumir compromisos sin saber el peligro, apostar al futuro… entonces, la juventud está perdida.