sábado, 21 de septiembre de 2024

Con tiza y borrador en mano…

La vida les dio un vuelco a los jóvenes Profesores Generales Integrales el día que se vieron así frente a un aula, porque comprendieron que además de empeñarse en ser buenos maestros, debían trabajar para desterrar prejuicios y temores...

Ana María Domínguez Cruz en Exclusivo 22/12/2012
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Maestro de Secundaria
Todos los jóvenes maestros merecen como el más viejo el beso y el cariño en su día.

“¿Un PGI? Yo no quiero que a mi hijo le de clases un PGI…”.

Recuerda el joven holguinero Alberto González que esas fueron las primeras palabras de la madre de uno de sus alumnos del primer grupo que asumiría como Profesor General Integral (PGI) cuando la directora de la secundaria lo presentó ante los padres.

“Soy muy joven, casi con la misma edad que los estudiantes y además, ser maestro “de corre corre”, como ellos dicen, no les reporta confianza, porque creen que no estamos preparados para pararnos frente a sus hijos a enseñarles lo que corresponde. Y si para colmo, somos de otras provincias, confían menos”, comentó.

Y aunque todos estos temores son comprensibles, Alberto considera que emitir juicios a priori, catalogando a todos por igual, no es correcto, porque todo el mundo merece una oportunidad para demostrar lo que es capaz de hacer.

“Vine para La Habana para cubrir las necesidades de maestros en la capital en las enseñanzas de primaria y secundaria, en la que trabajo, y aunque tiempo atrás yo no pensaba en esta profesión, las circunstancias me motivaron y di el paso, como les pasó a otros. Creo que ese es uno de nuestros méritos, de los llamados PGI, porque dejamos atrás nuestra casa y la familia para ser útiles aquí y cada uno lo ha intentado de la mejor manera posible”, añade Alberto.

Que los padres se asombren y no se sientan cómodos con “profesores improvisados” ya es algo a lo que Dayanis Vega está acostumbrada, porque le ha sucedido igual en las distintas escuelas en las que ha impartido clases. “Espero a que me conozcan —dice— para que vean que yo no dejo a mis muchachos solos con la teleclase encendida, sino que la uso como complemento de la clase que yo imparto y para que comprueben que aunque me separan solo unos años de estos adolescentes, ellos me respetan y yo me comporto como debe ser. Sigo el ejemplo de buenos maestros que tuve y por eso me crezco todos los días”.

Dejar atrás Sancti Spíritus y el sueño de ser psicóloga no le resultó fácil, pero cuando a Dayanis se le presentó esta oportunidad no titubeó porque, además de que su sueño podía ser cumplido más adelante, le emocionó saber que podía seguir los pasos de su mamá, profesora de Español Literatura. Vive, como los demás, en las villas que en distintos lugares de esta ciudad se habilitaron para hospedarlos y aunque en ellas no puede disfrutar del calor familiar, tiene otras motivaciones para despertar cada día.

ENTRE CONFESIONES

El santiaguero Yunior García sonríe cuando le pregunto qué significa para él ser maestro. ¿Quieres que te diga la verdad?, me pregunta y acto seguido abre su corazón.

“A mí siempre me gustó dar clases de Historia porque tuve un profesor muy bueno de esta asignatura en la secundaria que me nombró monitor y sembró en mí el bichito de la docencia. Pero sabes que siempre se habla de la poca recompensa monetaria que reciben los maestros y por eso, ingresé al técnico medio de Contabilidad, para tener un mejor futuro. Al final se hizo el llamado para los PGI, cuando estaba en segundo año, y me di cuenta de que lo que está pa’ uno, nadie te lo quita”, recordó.

Con la misma sinceridad de Yunior, me habló Eduardo Páez. “Hay cosas que no se pueden ocultar. Cuando nos hablaron del proyecto de los PGI vimos beneficios relacionados con el Servicio Militar y con la posibilidad de estudiar carreras en la universidad, independientemente de los años de compromiso que como maestros de secundaria debemos cumplir. Pero hoy ya no es lo mismo, a mí me han pasado tantas cosas buenas en el aula con los muchachos, que estoy seguro que escogí bien mi camino”.

Los estudiantes nos dicen “los guajiros”, me comenta, con cierta tristeza, Navia Hernández, original de Manzanillo, en Granma. “Es verdad que no somos habaneros pero, ¿qué tiene eso de malo? Nos preparamos bien, nos esforzamos en las clases, damos el ejemplo, tratamos de ser maestros y amigos de nuestros alumnos porque nuestro trabajo va más allá de los contenidos de matemática, física, español, historia o de cualquier otra asignatura que se imparta …nosotros somos educadores y cada uno debe asumirlo así”.

Ser PGI no es una mala letra, afirma la holguinera Yenisei Méndez. El país ha tenido urgencias y en esos momentos se ha debido levantar la mano para decir: Pueden contar conmigo. “Yo lo hice, y aunque nos hablaban de privilegios si aceptábamos, yo no hubiera cedido si no se tratara de esta noble profesión.

Todavía me falta mucho por vivir y estar lejos de mi casa, no creas, no es fácil, pero las aulas no podían quedarse vacías en la capital …bueno, en otras provincias tampoco, por eso se han creado otras alternativas para sustituirnos a nosotros aquí y ocupar otros espacios allá”.

Puede parecerles a algunos que estos jóvenes, provenientes de otras provincias (sobre todo de la región oriental) no tienen vocación por la carrera de José de la Luz y Caballero, pero se equivocan porque la vida les dio un vuelco el día que se vieron, con tiza y borrador en mano, frente a un aula. Son PGI, sí, Profesores Generales Integrales que aún siendo muy jóvenes y con un mundo de cosas por aprender, siguieron los pasos de quienes hace 51 años se adentraron en campos, montañas y rincones apartados para lograr que el 22 de diciembre se declarase Cuba, territorio libre de analfabetismo.

¿Qué diferencia puede haber entre aquellos y estos? Ninguna. De lo contrario al joven habanero Antonio Rodríguez no le brillaran los ojos en el momento de la entrevista.

“Hoy soy maestro habilitado en primer ciclo, de la enseñanza primaria, como resultado de un proyecto, también emergente, que se desarrolló con el objetivo de suplir las plazas de los que trabajaban aquí pero que eran de otras provincias. No pensé ser maestro, pues en realidad estudiaba electrónica en el técnico medio, pero me motivé con la propuesta y no me arrepiento de ello.

“Me alegra mucho conocer a un niño que tiene un determinado nivel de aprendizaje y que luego, siendo yo su profesor, es capaz de alcanzar uno superior. Me gusta comprobar que les gustan mis clases y que las aprovechan, porque las imparto apelando a sus emociones, para despertar en ellos el afán por aprender. Y a la familia, esa con la que debo poder contar, le doy tiempo para que vea en mí la imagen del profesor de su hijo y no un jovencito que no sabe ni dónde está para’o”, comenta Antonio.

Y yo sonrío porque sé que es verdad. Desde mi casa puedo escucharlo en su aula, inventando juegos de participación, competencias de conocimientos y todo aquello que despierte en sus alumnos motivaciones para el aprendizaje.

“El estereotipo de un maestro emergente, de un PGI, se desmorona cuando tu trabajo es ejemplar, cuando los alumnos te respetan y acuden a ti, no solo para aclarar dudas o hacer una tarea, sino también para conversar y pedirte consejos y sobre todo cuando los padres te dan un voto de confianza y se refieren a ti por tu nombre, sin etiquetas”, añadió Antonio.

Alberto, Dayanis, Yunior, Eduardo, Navia, Yenisei, Antonio y otros como ellos merecen hoy, Día del Educador, igual que los más viejos, el beso grande de sus alumnos y las felicidades que les cantan a coro.


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Ana María Domínguez Cruz

"Una periodista cubana en mi tercera década de vida, dispuesta a deslizar mis dedos por el teclado".


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