lunes, 23 de septiembre de 2024

Curando el Hemingway

Máximo Gómez Noda, curador jefe del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, rememora sus 15 años de trabajo en el Museo Ernest Hemingway de la Finca Vigía...

Yeneily García en Exclusivo 21/06/2013
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Museo Finca Vigía
El Museo Finca Vigía se encuentra en San Francisco de Paula, San Miguel del Padrón.

Máximo Gómez Noda, curador jefe del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, rememora sus 15 años de trabajo en el Museo Ernest Hemingway de la Finca Vigía, comparte con Cubahora recuerdos sobre las personas que conoció y se confiesa un “hemingweyano” ferviente.

A pesar de la diferencia de edad y la obvia distancia generacional, mi entrevistado y yo compartimos la suerte de que, por azares de nuestras respectivas profesiones, podemos conocer de primera mano historias y sucesos, además de conversar con las personas que los vivieron.

En el caso de mi interlocutor, el privilegio radica en descubrir, investigar, registrar y tocar los objetos que forman parte de nuestra memoria colectiva, vedados al tacto para la inmensa mayoría.

Para mí la suerte se traduce en conocer a personas como él, con tanto que decir y con mucho más por hacer.

Y es que conversar con Máximo es un placer que me fue revelado gracias a Hemingway y mi curiosidad por conocer cómo fue que su hogar antillano se convirtió en el museo que hoy todos conocemos.

Peculiar, culto y gran interlocutor, Gómez Noda puede hacer que las horas pasen mientras teje e interpreta —con la maestría de un contador de cuentos a la vieja usanza— la historia de un hombre que llegó a conocer por sus pertenencias, porque “sólo se conoce verdaderamente a alguien por lo que utiliza para vivir…”; al que llama por su nombre en castellano: Ernesto; y del que asegura sentirse acompañado en espíritu.

Cuando llegué en la mañana a su oficina del edificio de Bellas Artes del antiguo Centro Asturiano, su manera de romper el hielo fue sugerirme el título de la entrevista, “… en el espíritu de Hemingway, que tan bien se le daban…”. Ahí fue que supe que me esperaban unas horas en las que me alegraría una vez más por haber escogido ser periodista.

—He leído que las razones de su traslado a la Finca Vigía desde el Museo Nacional de Bellas Artes fueron puramente logísticas, pero por la evidencia de sus años de trabajo en él, se puede adivinar que algo lo atrapó y lo enamoró allí. ¿Cómo fue esa primera impresión?

—Como casi todo guajirito que llega a La Habana, vine a vivir con mi tía, y luego, cuando mis padres consiguen permuta para el reparto Paraíso —a dos paradas de la Finca Vigía, en San Francisco de Paula— decido irme para allá porque estaba más cerca. En aquel momento yo también estudiaba Historia del Arte y llegaba a casa muy tarde.

“Marta Arjona, entonces al frente de la dirección de Patrimonio, me dice: ?Necesito a alguien como tú en Finca Vigía, allá tengo a Aracelis sola, haciendo el inventario y atendiendo al público?. Se refería a Aracelis Feria, compañera mía, graduada en el mismo curso que yo. Así que mi llegada fue totalmente casual.

”Cuando yo llegué por primera vez sentí un olor penetrante a ipomea. Toda la casa tenía una enredadera blanca de esta especie que olía muy bien, que ya no existe porque en la última restauración se destruyó. Las taxidermias me olían también. Era un olor raro, pero era a lo que olía el Hemingway, yo soy muy sensitivo y recuerdo las cosas por los olores.

”Hemingway tuvo la idea de sembrar estas campanillas y toda la terraza estaba cubierta por esa enredadera blanca que parecía nieve; cuando florecía en noviembre, el techo parecía blanco e impedía que entrara el sol.

”Desde el momento que llegué, comencé a husmear y abría una gaveta: correspondencia; en otra gaveta: recortes de periódicos; en otra: lápices, espejuelos. Había allí animales y hasta un barco. Me dije: ¡Ay Dios mío!, ¿yo podré hacer un trabajo científico aquí?

”Esa fue la primera sensación. Primero el olor de la finca, de la casa y segundo la colección Hemingway, la impresión, el cosquilleo”.

Me imagino cuánta responsabilidad y a la vez anticipación. Debió ser todo un regalo encontrarse con tamaño legado de un hombre que no era cubano y a la vez sí lo era.

Lo era. Dijo: “…mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano”, y fíjate si lo era que donó la medalla de oro del Premio Nobel a la Caridad del Cobre.

“Uno dice donar y tiene nada más cinco letras, pero entregar un lauro de esa categoría no es cualquier cosa, fue un acto de amor. Además, ya en los años 50 del siglo pasado firmaba como Ernesto, ¿qué mayor prueba?

”El inventario científico de un museo es lo primero que se hace cuando se comienza a trabajar. Había leído a Hemingway, conocía El Viejo y el Mar porque lo había estudiado en el preuniversitario, luego me leí Adiós a las Armas y Por quién doblan las campanas. Claro, cuando llegué comencé a leerme su obra y llegué a conocerlo a profundidad después, con los años.

”Lo primero que hice fue dividir esa gran colección en secciones. Empecé por las armas. Las había blancas: puñales de diferentes países, puntillas de toreo, las utilizadas para rematar al toro; y otras. Una colección pequeña, pero que estaba allí junto a las de fuego.

”Muchos me dijeron que por qué no las unía en una sección de armas y ya, y yo dije: ¡No! Las armas blancas van a mostrar al coleccionista y las de fuego al cazador.

”Cuando uno empieza a acercarse a un trabajo de este tipo tiene que tener pensamiento museológico, y mi idea fue que cada sección de aquella compleja casa, con tantos documentos y objetos, me dieran al Hemingway hombre. Las dividí en secciones de manera que cada una me diera una faceta diferente de ese hombre que no era cubano y que no era un mártir de la Revolución, que era un norteamericano al que había que conocer.

”Los habitantes de San Francisco de Paula —porque después hice encuestas y todo— le decían: “la casa del americano”. “Ahí no se puede entrar”, “solamente es para los turistas”, “ahí no dejan entrar niños”.

”Creé alrededor de 18 ó 19 secciones. Por ejemplo, en la de arte se agrupaba la pintura, las artes decorativas y el diseño gráfico. Y puede surgir la pregunta: ¿diseño gráfico? Pues sí, Hemingway guardaba las versiones de las cubiertas de sus libros que las casas editoras le enviaban para que escogiera. Tenía gran cantidad de ellas.

”Las publicaciones —tenía cerca de nueve mil volúmenes— las dividí en libros y folletos, revistas, periódicos y recortes de periódicos. Desde el punto de vista científico, se me cuestionaba la decisión de separar los periódicos de los recortes de prensa. Lo hice porque Hemingway tenía un contrato con una agencia que recortaba y enviaba de forma cronológica, todo lo que saliera sobre él en cualquier medio de prensa, y me pareció muy importante para los investigadores.

”Yo quería que el museo se convirtiera en un centro de documentación especializada de la vida y la obra de Hemingway.

”La Finca Vigía fue lo que me convirtió en un museólogo, en un curador de verdad. Fue una escuela. Creo que lo sería para cualquiera que quisiera estudiar museología. No en todos lados se encuentra una colección que tenga desde animales hasta discos de vinilo.

”Me pasé años trabajando en el inventario y no lo terminé. ¡Ah!, de algo que no te he hablado: los discos. Se veía que le gustaba la música popular de los años 20, 30 y 40. Mucho jazz, blues, música española y algún que otro disco cubano, Rita Montaner, pero no era su fuerte”.

—¿Qué fue lo más curioso que encontró?

—Era un privilegio husmear. Encontramos muchos tesoros, Aracelis, Eliza Pérez Fernández y yo. Eliza era secretaria, pero sabía mucho de Hemingway y la convertimos en técnica. Ya falleció. Fíjate si era una hemingweyana visceral que pidió que sus cenizas fueran esparcidas en la Finca Vigía.

“En la colección hay muchos libros, e inventariar un libro era un trabajo minucioso. Había que abrirlo, describirle la cubierta, registrar el título, el autor, contarle la cantidad de páginas; ahí me encontraba dedicatorias de John Dos Passos, de Pío Baroja; y yo me quedaba maravillado.

”A veces leía en sus anotaciones al margen: ?Esto es una mierda de elefante? y yo me decía: Bueno, está bien. Pero cuando me seguía encontrando la misma anotación al lado de un párrafo marcado ya me empezaba a picar la curiosidad.

”Un día, trabajando en la correspondencia, encontré un cuento.

Había un traductor, Mario Planas. Yo inventariaba la carta: si era escrita a máquina, manuscrita, enviada a, recibida de, todo lo que lleva un inventario, y luego le decía a Mario: Tradúcelo. Teníamos un file con el número de inventario, la copia traducida también. Fue un trabajo increíble.

”Volviendo al cuento, resulta que en el cuento hay un personaje que va por una carreterita en África y ve un humo enorme a lo lejos. Cuando llega en su jeep ilumina y era una enorme cantidad de excremento de elefante, tanta, que no podía pasar y tuvo que palearlo para poder seguir. Y entonces me di cuenta de que eso era lo que quería decir Ernesto”.

—¿Es difícil organizar un museo temático?

—Curar es un acto de saber, aplicado a todo; y de crear, si no eres creativo lo que se hace es un “ladrillo”. No puedes hacerlo para ti. Para que digan el gran estudioso de Hemingway. El principal propósito debe ser informar, cambiar la mentalidad del público. Todavía está por definir el papel del curador, porque el del médico y el abogado ya se sabe, pero el del curador no.

“Después que estudié la vida y obra de Ernesto, que dividí las secciones, que ya aquello era un museo, teníamos que seguir el inventario. Nos dividimos entre Aracelis, Eliza y yo las secciones y nos reuníamos para ver cómo iban las cosas.

”Un día, cuando me estudio todo, me doy cuenta de que el pescador no estaba en la casa. La casa se quedó administrada en ausencia de Hemingway por René Villareal, su secretario, un negrito que trabajaba desde chiquito allí. Tal parecía que Ernesto se había ido de viaje y regresaría en unos meses.

”A la segunda planta de la torre —que era como un cuarto de desahogo, donde guardaba los equipos de pesca, botas, ropas y casas de campaña—, le dimos una organización más o menos para que fuera una sala permanente.

”Tomé fotografías y trabajé el Hemingway pescador. Lo dividí en dos, porque los museólogos tenemos un afán de dividir todo en etapas.

”No puedo dejar de hacer un homenaje a Cubitas, el fotógrafo que me ayudó en todo. Pusimos fotos desde que Hemingway era pequeño y pescaba con una varita hasta la de Ernesto y Fidel en el torneo de la pesca de la aguja. Puse en una vitrina, hecha por Mingolo, un carpintero de San Francisco de Paula; porque no había con qué montar.

”Expusimos el pergamino del Premio Nobel, que estuvo guardado en una gaveta todo el tiempo; las varas de pesca. Hicimos una sala permanente: ?Hemingway y el Mar? y esa fue la primera curadoría que hice en la Finca Vigía.

”La torre la mandó a hacer su cuarta esposa, Mary, que quiso que tuviera un lugar para trabajar, lejos del timbre del teléfono, sin que los periodistas lo molestaran; lejos de los ruidos,. Pero de lo que no se dio cuenta Mary fue de que no era un escritor de estar alejado del mundo, trabajaba con el ruido cotidiano, con los gatos, porque escribía en las trincheras, escribía de pie, y eso me lo confirmó René Villareal.

”En el primer piso estaba la gatera, y allí trabajamos nosotros. Cuando tuvimos libre ese espacio empezamos a hacer exposiciones transitorias.

”Hicimos ?Fiesta?, como teníamos las primeras ediciones de sus obras, cuando cumplió aniversario pusimos el ejemplar y fotos de tauromaquia, fabulosas fotos que tenía entre sus archivos.

”También ?Hemingway y el cine?, porque prácticamente todas sus obras se llevaron al celuloide. Su estilo cortado, preciso, carente de tantos adjetivos era muy apropiado para el cine. Se hizo por primera vez esta exposición que incluía carteles de películas.

”Por el 25 aniversario de su muerte, en julio de 1986; cogí piezas de diferentes secciones del museo y las exhibimos en diferentes lugares: ?La gallina y la herradura?, que es una naturaleza muerta situada en la biblioteca, la exhibimos en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la muestra del mes, y así fuimos llevando a Hemingway a otros lugares, por primera vez salían de la Finca Vigía piezas de su colección.

”Estuvo ?Muerte en la tarde?, sobre el tema de España y el toreo. En el museo de Regla se exhibieron los brazaletes y el bastón de mando masai y sus fotos de los safaris por África.

”En el Museo Bacardí de Santiago de Cuba presentamos ?Hemingway Inmemoriam?, donde por primera vez se mostraron juntos la medalla del Nobel que está en el Cobre y el pergamino que permanece en la Vigía.

”Algo muy especial que guardo como un tesoro es el catálogo de la primera exposición infantil que se hizo en el Museo Hemingway. Allí no dejaban entrar niños. Yo venía del Bellas Artes y allí estaba la sala didáctica y los talleres infantiles.

”Tuve una idea. Cubitas me hizo 12 fotos de piezas del museo, por ejemplo, la silla de montar camellos, una foto del búfalo. Pedí permiso a la directora de la primaria de San Francisco, me paré en el matutino y empecé a hablar de Hemingway y pregunté que si conocían sobre él y la Finca Vigía. Me decían: ?Sí, la casa del americano, pero ahí no dejan entrar?. Les dije: Bueno, ya van a ver, estas piezas están en casa del americano, fíjense bien, a ver quién las descubre.

Claro, eso lo hice tratando de despertar el interés de los niños. Les dije: Ustedes se asoman a las ventanas y van a decir en que habitación están. ?Oiga, pero allí no nos dejan entrar?, y yo les aseguraba que sí.

”Hablé con el director y me preguntó: ?Máximo, ¿tú estás seguro de lo que estás haciendo?, mira que van a acabar con los mangos?. Usted verá que no, ya verá, le decía yo, y me aseguré de que los custodios los dejaran pasar.

”Cuando entraron a la Finca Vigía gritaban: ¡Mira el búfalo! Imagínate un niño de San Francisco de Paula viendo un búfalo y una silla de montar camello, y lo más importante era que recordaban dos o tres y luego iban a la escuela para seguir viendo fotos y regresar.

”Los premios fueron acuarelas que compré e hice saquitos en los que puse cinco mangos con unas cinticas, y les decía: Al museo no se viene a tirar piedras a los mangos.

”Luego comenzaron los cursos de creación infantil, de papier maché, con papel periódico. Tenían que hacer las piezas que más le gustaran e hicimos una exposición en la sala transitoria. Esa fue la primera exposición infantil que hizo el Hemingway, allá por el año 88, y ya traían a los padres para que vieran sus obras y de paso el museo.

”Me gusta pensar que servimos para que la que “la casa del americano” se convirtiera en la casa de Hemingway. Empezamos a dar conferencias sobre él en centros de estudio, en San Francisco, en el Cotorro, en la Virgen del Camino; para que el público nacional empezara a crecer. El internacional ya estaba garantizado”.

—¿A quiénes conoció mientras trabajaba en el museo? Familiares, amigos…Debió ser todo un privilegio saber de buena tinta interioridades de la vida de Hemingway a través de las memorias de quienes lo conocieron.

—Muchos me dieron información de primera mano. René Villareal me enseñó el Hemingway hombre. El niño capta muy bien y me enseñó aquel hombre grande americano que lo recogió, si puede llamarse así.

“Frente al portón de la entrada de la finca, una carreta mató a un niño y Hemingway fue, como buen vecino, a la casa de los padres, porque sucedió al frente de su casa y René le tomó apego desde que lo vio; y me imagino que Hemingway para ayudarlo le dio trabajo en su casa y ahí René pasó a ser su secretario hasta su muerte.

”Lo pude conocer y aprendí muchísimo. Decidió irse a vivir fuera del país. Cuando regresó en los 80 me pidió permiso para entrar y no podía desaprovechar esa oportunidad.

”Conocí a Herrera Sotolongo, su médico de cabecera, quien murió ya. Estuvo en la Guerra Civil Española con él, había nacido en España y vino muy pequeño. Fue el jefe de la milicia de La Habana, estuvo en Girón y me contaba mucho de las depresiones de Hemingway, de los sufrimientos, de las patologías.

”Fíjate si era de su total confianza que almorzaba todos los miércoles en la Finca Vigía con Ernesto. Una vez me contó que Hemingway se cayó en la piscina y empezó a echar sangre por la cabeza. Mary se volvió loca localizando a Herrera y este no aparecía. Cuando llegó se encontró a Ernesto con un paño con alcohol puesto en la cabeza y le gritó: ?Pero Ernesto, ¿tú estás loco??, y Hemingway le respondió: ?El único que me toca la cabeza eres tú?.

”Conocí a Mary Welsh, su cuarta esposa, que estuvo trabajando dos semanas en la Finca Vigía, porque vino a ver la casa. Lo revisó todo y le pregunté muchas cosas, y me acuerdo que cuando le hacía una pregunta un poco fuerte, se rascaba la cabeza y después me contestaba.

”Hablando con ella aprendí una cosa que nunca he dicho, pero que te voy a contar, y si alguna vez hago un libro lo voy a poner. Entre las cosas íntimas que le pregunté estuvo el por qué tantos gatos, por qué de 40 a 50 en lugar de dos o tres.

”Se rascó la cabeza y me dijo: ¿Bueno, Máximo, él era un hombre muy estresado, menos mal los gatos?. Y no me dijo nada más. Seguimos hablando de otras cosas y me dije: Bueno, eso me lo dijo por contestarme algo. Pero hace cosa de un año y pico, vi en la televisión algo sobre la felinoterapia y cómo el gato sirve para tratar el estrés. Inmediatamente fui a buscar Islas en el Golfo, en el que hay un pasaje donde se describe una escena en la que un gato se le sube encima a un personaje con y este empieza a acariciarlo. Reconocí a Hemingway en la novela. Él tenía una relación especial con sus gatos, sin saberlo se estaba dando terapia.

”Conocí a Martha Gellhorn. Ella fue la primera señora de la Finca Vigía. Cuando estuvo allí la recibí y pensé en todo lo que iba a aprender con ella, en lo que le iba a preguntar, como hice cuando Mary Welsh fue. Pero Martha no era Mary.

”Recuerdo que recogí una puchita de flores silvestres y se la ofrecí. Ella la tomó y se la pasó al chofer y pensé: ¡Uff!

”Comenzó a recorrer las habitaciones y yo la abordaba: Martha yo quería preguntarle… y me hacía un gesto con la mano para que me detuviera, un poco más y me empuja. Volvía yo: Martha usted cree que… y ahí mismo me volvió a parar y yo me dije: Bueno, ya, no le pregunto nada más.

”Lo vio todo y lo único que dijo fue: ¿Ah no, esa torre no estaba construida en mi tiempo?. Fue a la piscina y cuando se estaba yendo noté fue que se enjugó una lágrima. Muy disimulada, pero vi algo. Cuando la despedí, me dio la mano y al fin me dijo: ?La casa me la imaginaba más grande, ¡qué chiquita es!?.

”Hablé mucho con Gregorio Fuentes, el patrón del Pilar. También conocí a Margaux Hemingway, una de las nietas. Mi primera impresión fue que era tan buena moza como su abuelo, porque Ernesto fue un galán. Era hermosísima, recuerdo que vino a retratarse. Era modelo y actriz. Después me enteré de que se suicidó. Hablamos mucho también. Me contó sobre los recuerdos que tenía de pequeña.

”Con John Hemingway el diálogo fue maravilloso también. Pasó temporadas con su papá en la Finca Vigía, en el bungalow. Me contó de los equipos de pelota que organizaba Ernesto, y una vez le pedí que me dijera en pocas palabras que había significado para él su padre. Se demoró, supongo que para organizar las palabras en español y contestó: ?Mi padre era el sol, me entregó la llave del mundo, dondequiera que llego y digo que soy un Hemingway me abren las puertas”.

—Si tuviera que elegir alguna pieza que de alguna manera resuma el espíritu de la colección del Hemingway, la que mejor puede mostrar el carácter de su dueño, ¿cuál escogería?

—Escogería el bastón, que era de una simple raíz de güira, de la misma finca. Lo tenía junto a la máquina de escribir para apoyarse en él cuando salía a caminar. Dice mucho de la personalidad de Hemingway, un Premio Nobel, que en lugar de tener un bastón más decente, prefería uno sencillísimo. Siempre fue muy irreverente y me da la impresión de que dice mucho de su personalidad, lo retrata.

—¿Fue difícil marcharse de la Finca Vigía?

—Me marché, pero Hemingway se quedó conmigo. Así que de una manera u otra nunca me he ido.


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Yeneily García

Se han publicado 1 comentarios


alfredo
 19/6/14 14:48

Conoci a Hemingway cuando tenia de 8 a 10 años de edad y estoy escribiendo esas vivencias cuando entrabamos a su finca y a su casa. Todo lo que usted dice es cierto, lo que es penoso que si Hemingway dijo que la finca vigia era el hogar de todos los muchachos del barrio, ahora le prohiban comer sus mangos, cuando se tenian que sacar en carretillas por la cantidad de frutas que caian, que hacen las comercializan? tengo anecdotas seguro ineditas que publicare en un libro proximamente. un abrazo, Alfredo.

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