Del Morrillo a Maputo

Parece nacido de un cuento de Onelio Jorge Cardoso. Tiene esa forma peculiar de hablar sobre lo vivido en su natal Morrillo, en la costa norte de Pinar del Río, que en ocasiones salta la gran duda de si acaso será todo cierto. Es auténtico, incluso con los demonios internos que intenta controlar. Ha sido, sin dudas, una fortaleza para la brigada médica en Mozambique por más de tres años.

El doctor Osiel Hernández Pérez es cirujano y trabaja en el Hospital Central de esta capital africana. Resulta uno de los que, sin pretenderlo, van sembrando y cultivando el árbol de la amistad entre dos naciones.

La colaboración médica representa uno de los rostros más solidarios de nuestra Revolución. Por ello, la ética en el trabajo, las relaciones interpersonales y la preparación científica tienen que ser premisas. Marcar las diferencias con el hacer diario para el que fuimos contratados es la mejor y verdadera forma de decir. En este aspecto, nuestro amigo salva la honra.

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El hijo de María Pérez, como a él mismo le gusta decirse, es de aquellos cuatro hermanos que, años ha, corrieron por las arenas del Morrillo, nadaron hasta la piedra, se alimentaron de sus pescas y cazas, ayudaron a la madre a recoger café en las lomas; aquellos que crecieron cuidándose unos a otros, haciéndose fuertes, sobreviviendo.

Habla de su abuelo, Don Lázaro Pérez, quien presumía de haber conocido a Julio Sanguily, Narciso López y José Martí, y que defendía su propia versión de cada hecho histórico por él vivido en una serie de largos años, cuya cifra exacta resultaba, al morir, todo un misterio.

A María Pérez, su heroína, a quien recuerda con nostalgia de hijo, le atribuye la invención de un cake en olla de presión y hasta del “secador mambí”, un secador de pelo casero ingeniado por ella.

De su boca salen en ráfaga toda clase de personajes:

María Julia, su amiga del barrio, madre de la Pindonga. Eudusleini, personaje sin oficio, a quien sobrepasar el sexto grado de la primaria le resultaría como un eterno carrusel. Machane, quien junto a los hermanos Alipio y Manolo tenían la virtud de entrar al agua y salir con el pelo seco, como en aquella prueba de natación en la que el entrenador no creía que hubiesen competido: “impermeable” el pelo, ríe Osiel. Arsenio, quien conserva el mismo espendrú desde el 88.

El Chopo, el menos feo del arrabal. Roberto, el de Yuya, y Yoan usaban el dorador solar a base de brillantina azul y musulgar, dos compuestos fáciles de encontrar por aquellos duros tiempos. El bar de Filomeno, donde el Beni cantó “Oh, Vida”. Los conjuntos musicales Moderno y Tradicional, este último más conocido como el grupo de Martín, Tinde y Papo.

Al escribir disfruto, intentando trasmitir lo que este médico graduado en 1992 me ha contado en una u otra charla. Estos y otros amigos le ayudaron a superar carencias materiales que pudieron hacer naufragar su sueño mayor, la cirugía. No ha perdido su esencia, es un nacido en el Morrillo que, al comentar sobre su sitio y sus amigos, entre rizas y sanas burlas, agradece y rinde merecido tributo.