En un país siempre es notable y necesario que las leyes se actualicen y vayan con el espíritu de los tiempos. Ello quiere decir que Cuba ha atravesado por procesos duros en los cuales se produjeron transformaciones y por ende un impacto en lo legislativo. En la más reciente sesión del parlamento nacional se ratificaron leyes que van hacia elementos medulares de la nación, a saber, la alimentación, el patrimonio, la economía, las empresas y la actividad económica y productiva. Eso en una nación que no se ha detenido a pesar de la dureza de los tiempos y de que no posee acceso a crédito internacional para realizar compras y transacciones. El instante es el más duro, pero precisamente no se debe aflojar en las curvas de la historia, sino darle el acelerón que todo esto conlleva. Se sabe que una ley no ha de cambiar el panorama de la realidad, de hecho, el propio poder ejecutivo ha reconocido que no se trata de que todo se solucione como por arte de magia, sino de reconocer que solo ordenando el país se podrá lograr un avance paulatino a través de las dificultades.
El país tiene que legislar, pero también que hacer cumplir las leyes. Se ha aprobado un sinnúmero de cuerpos legales, pero la necesaria transformación ha sido morosa o no ha llegado. Ello quiere decir que la realidad se ha quedado rezagada con respecto a lo que deseamos para nuestra tierra y como todo proceso de cambio eso implica una cuota de responsabilidad para los decisores. Con respecto al patrimonio, no solo declarando que posee importancia y debe ser protegido se va a detener el nivel de deterioro que sufren las ciudades cubanas, muchas de las cuales conforman el entorno de los siglos más hermosos y valiosos en la toma de conciencia de la nacionalidad cubana. Y es que la ley, aunque enuncia, no tipifica en la concreta las acciones y las impulsa. Dibuja un deber ser, pero se detiene en el umbral de lo que debería ser el cambio. En ese aspecto, el país no solo ha de accionar, sino de introducir fuertes restricciones contra todo el que atente contra lo que somos y que se burle de los más altos bríos del acrisolamiento de la nación. De hecho, recientemente he tenido intercambios con autoridades de patrimonio al respecto de la calidad de las parrandas de Remedios y si bien existe un gran nivel de pensamiento sobre el peso de las tradiciones en el futuro de la república, aún persisten fenómenos de demora en las acciones, de permisividad de procesos nocivos y de poco interés en sacar de la cultura más prístina a aquellos que han demostrado no aportarle. Nos invade una ola de pseudoarte que no nos debería repletar, pero que es en ocasiones lo único que tenemos a la mano. Y ello posee un peso oscuro en la conformación de los procesos de identificación del ser con su realidad.
Pero más allá del patrimonio está el asunto de la alimentación y si bien se aprobó una ley de soberanía que establece las pautas nutricionales del buen vivir del cubano, estamos lejos de esa realidad. El precio de los productos aumenta de forma exponencial en la medida en que no destinamos el recurso suficiente para apoyar el trabajo en el campo y sostener la eficiencia del agricultor. Es hora de que nuestro peculio sea mejor usado en cuestiones que son, como misma reza la ley, de soberanía, ya que el pueblo que es el detentor del poder popular está pagando altas cuotas por comidas que resultan de lo más elemental y básico. En ello el parlamento posee un reto que va más allá de dictaminar una ley, ya que se adentra en lo vital de la transformación. Un cambio por demás que no puede demorar meses, sino que tiene la urgencia de la vida o la muerte. Sin soberanía alimentaria no podemos pensar en el patrimonio, la cultura o simplemente las concepciones más esenciales de lo que somos. Hay que ir por una senda de honor que rescate lo que nos da entidad, y por ello no debemos estar ajenos a los reclamos de una mayoría que no está de acuerdo con el actual precio de la vida. Eso también es revolución y más que nada el sentir de la inmensa masa que componen el proyecto y gracias a la cual todo tiene sentido.
Por último, quisiera referirme a la cuestión de las empresas, lo cual me parece muy perentorio en este momento. No solo hay que destrabar las fuerzas materiales, sino eliminar todo aquello que nos frene en lo espiritual. Y si se abrió la posibilidad de las pequeñas y medianas empresas es para que se les permita un accionar coherente, sin que ello implique un daño a la mayoría. Darles el espacio que conllevan como nuevos actores es también hacer que cumplan con el sistema impositivo para que la riqueza se redistribuya y haya el recurso para comprar lo que todos necesitamos en los hospitales o para la canasta básica. La entrada al país de un dinero fruto de las importaciones de estos actores deberá estar ordenada para que no fallen estos elementos de construcción política para que las transformaciones no devengan en distorsiones de la estructura social y política vigente. La ley de empresas no debe ser solo algo que regule a los empresarios sino a todo el entramado que se verá impactado por los cambios. Es algo parecido a lo que se vive con el caso de la comunicación, que no es un tema que atañe solo a periodistas y comunicadores.
Y sobre el caso de la comunicación, hay que tener en cuenta que su presencia en la construcción de un país es definitoria y que tenemos mucho que aprender en ese asunto. La reciente ley no es más que una piedra en el inmenso edificio que aún espera por levantarse.
Sea como sea, el año nuevo tiene que ser de cambios para Cuba. Las leyes dictaminan lo que la realidad ya hizo y ello indica la urgencia de que el pueblo participe y se implique en los procesos de trabajo. No solo porque de él emana la sabiduría máxima, sino porque allí se demuestra la veracidad de la letra legislada. Más allá de que el país requiere de divisas, de fuerza de trabajo, de inversiones, de acceso a crédito, persiste la mayor urgencia de movilizar a la gente en pro de un esfuerzo colectivo para echar a andar el motor de la economía, del cual dependen todos los sueños y por ende el hallazgo de una realidad más halagüeña para todos.
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