¿Qué es lo simbólico?, una dimensión de la realidad en la cual se cuentan las representaciones y el choque de significados. Allí, en ese universo en el cual pareciera que se están dirimiendo conflictos que no son de este mundo, se reflejan los asuntos cotidianos, los anhelos colectivos, las inquietudes y los dolores. Es en ese panorama en el cual en los últimos años se ha inscrito lo que más nos importa.
Cuba no escapa a ese mundo en disputa. Los espacios físicos y su pertenencia, el uso y la anticipación en los choques entre las partes, la posesión de determinados accesos; fueron marcas de los sucesos más tremendos en la realidad nacional más reciente.
Desde lo que vimos en la Finca de los Monos hasta otros, que se mueven en la necesaria lucha porque no prevalezcan lo destructivo o lo macabro. Cuba es un magma en movimiento en el cual nada está fijo, sino que se transforma.
Los debates de las redes sociales han estado aludiendo a lo acontecido en las inmediaciones del Capitolio Nacional, en el cual se llevó a cabo un evento comercial de alto estándar con respecto al Habano. Más allá de que se trata de un acto consabido en la dinámica mercadotécnica de un rubro tan necesario, el choque de opiniones desató la contraposición de criterios, la pelea simbólica y la rebatiña por establecer una matriz en torno a algo que se nos hace conflictivo.
El Capitolio es un signo de la opulencia de una época que se hizo sobre las espaldas de los cubanos, se erigió a imitación del modo de vida, de la política y de la construcción de poder del centro cultural de Occidente. No hay, en el edificio, otra cosa que los recuerdos de todo ese mundo, si se quiere caído, pero como símbolo es también el testigo grandioso de la historia, es el sitio en el cual se albergan importantes obras y estilos de lujo que prestigian la arquitectura y el gusto nacionales. Por ende, se trata de un sitio en el que no confluyen los mismos significados, sino que se da un choque de cuestiones. Ello ofrece paso a que el debate sobre el hecho en sí asuma ribetes de complejidad.
Como hay que situar las cosas en su complejidad, lo que se ha analizado sobre el Capitolio deberá ponerse en un contexto de real precariedad de las cuestiones materiales. Es un momento muy difícil para el país, en el cual los símbolos se nos hacen más cercanos, toman otro significado más visceral y se mueven en un dilema que pudiera sernos más doloroso.
En esa dinámica no estamos ya hablando solo de lo intangible, de aquello que define una visión determinada, sino de lo que nos amarra a una realidad, a un marco que va más allá de lo discursivo. Mientras que la realidad funcionó con sus problemas solubles, quizás los símbolos no eran tan vigentes en la conflictividad de las personas, pero cuando comenzamos a necesitar de los asideros nacionales, entonces nos interesamos porque no se mezclen con lo que nos parece dañino o ajeno. Algo de eso puede estar explicando la reacción de las personas en las redes sociales, no es solo el mensaje, sino la vitalidad de un contexto que exige otras contraposiciones.
La ley de Comunicación se aprobó pensando en un imaginario ideal en el cual quizás por decreto legal iban a darse las condiciones, pero la verdad nos ha dado un guantazo y no estamos listos para asumir la porosidad del contexto, ni sus conflictos, ni sus vacíos. Los públicos, por su parte, poseen el entrenamiento práctico dado por el consumo y demandan otras lógicas.
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Hay una arquitectura moral que se deriva de los buenos o los malos ejercicios de poder comunicacional, eso nos ha dado una factura determinada del país en los últimos tiempos. Y aunque es vital que se recaude para que siga viva una esencia, también resultan perentorios los procesos de rendiciones de cuentas en su momento y su espacio correctos y con la transparencia que demanda la ley.
Todo eso es, a fin de cuentas, comunicación y a partir de allí se construye la confianza de los gobernados. Porque el poder en democracia está delegado, pero puede ser que esté en pleno proceso de ósmosis por la globalización o por la deslocalización de los elementos intangibles de la cultura y de la política. Por ende, ejercer la comunicación en Cuba es enfrentarse a contextos en los cuales la verdad se construye de manera conflictiva, fragmentaria y en la cual las instituciones están siempre en un intermedio entre reconformarse, identificarse con los públicos y negociar con el mundo.
Una vez más se nos está diciendo, de forma factual, que más allá de las leyes hay una realidad que tenemos que ordenar desde las lógicas racionales de la política, pero más que nada desde el humanismo y los valores que nos han distinguido. El episodio, si bien puede prestarse para debates a veces no bien direccionados, evidencia el interés de la ciudadanía y su conciencia con respecto a los símbolos.
Eso es algo alentador, pues en ocasiones creemos que está dormido el interés por la construcción de esa línea de pensamiento en los públicos. Juzgar al Capitolio como parte de la identidad, deconstruirlo críticamente y ser capaces de defender lo que tiene de valioso; son aspectos que a veces se consideran desaparecidos de la conciencia de los elementos sociales y sorprende que las personas estén al tanto, echen sus parrafadas en las redes y que de una forma inteligente den su opinión.
Además, la nación está hecha de los retazos de conciencia que parecen dormidos y que de pronto surgen en medio de las tormentas mayores, para darnos a entender que más allá de este espacio hay esperanza, que más allá de este tiempo, surge un rayo que pareciera venir de otro mundo. Eso es lo que nos interesa y allí reside lo que nos compele a la construcción crítica de la verdad.
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Si en el Capitolio se dio un evento para recaudar, lo lógico es que analicemos la interrelación entre lo económico y los símbolos y saquemos un balance del proceso de identificación. No se trata solo del dinero, sino de los signos que subyacen, de lo que costó llegar hasta ahí y de los que estuvieron implicados.
La guerra cultural no es solo lo que podemos ver de manera evidente en los estamentos del consumo, sino la autoimagen que poseemos. Allí se está decidiendo lo que anhelamos, lo que nos interesa más allá de lo material y el nicho de sentido a partir del cual hemos de crecer en cuanto a comunidad nacional.
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