sábado, 28 de septiembre de 2024

Invitación desde el mar

El mar de Cuba es un tesoro más allá de las playas, y desde sus aguas, la economía insular también puede levantarse a fuerza de palangres y cordeles...

Dilbert Reyes Rodríguez en Exclusivo 22/06/2014
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Pescadores en el mar1
Nuestros pescadores lo demuestran a diario: el mar de Cuba es un tesoro. (Ibrahín Sánchez Carrillo / Cubahora)

Bastan dos días con sus noches en el mar, sobre la cubierta pequeña de un ferrocemento y a 65 kilómetros de tierra, para descubrir, personalmente, por qué la piel curtida, la temeridad y el trato siempre familiar, caracterizan a las tripulaciones de pescadores cubanos.

Por sus habilidades y experiencia, la mayoría de estos hombres son verdaderos “lobos de mar”, aunque nada relaciona el mote con el período de luna llena, en el cual abordamos un barco y zarpamos a confirmar la rutina de un oficio sacrificado y rudo; pero de gratísimas recompensas a la economía nacional y la mesa familiar, si se pensara y explotara mejor la inmensidad azul que nos limita como archipiélago.

LA CIUDAD DE PUNTALÓN

A cuatro horas de navegación desde el municipio granmense de Niquero, se llega a Puntalón; un lugar que fuera de los plenilunios de abril, mayo y junio, solo se distingue en la vastedad por las coordenadas cartográficas y las marejadas que lo singularizan casi todo el año.

Nadie sabe con certeza quien lo descubrió, pero el capricho de la naturaleza convirtió esa franja geográfica —sobre el límite de la plataforma en el Guacanayabo y el declive al mar Caribe— en un sitio de excepcional manifestación del codiciado pargo.

Unos explican el fenómeno por la temperatura del agua, otros por las características del fondo, pero lo más evidente está en quienes allí acuden en busca de la generosidad marina; desde las empresas pesqueras granmenses de Niquero, Cabo Cruz, Manzanillo y Pilón; hasta de Guayabal de Las Tunas, de la camagüeyana Santa Cruz del Sur, de Santiago de Cuba y de Guantánamo.

Esta corrida es el suceso del año para los pescadores de esta parte, y quizás una de las de mayor movilización en el país.

LA CALMA Y LA TORMENTA

“¡Estamos de suerte, el agua es un plato, esto es una excepción!”, celebran los marineros cuando hay calma.

La luna llena, provocadora del momento de mayor gula del pargo, asoma en el horizonte, y casi al instante comienza la picada que repite la misma escena a intervalos de pocos segundos: lanza al fondo el cordel y la carnada, siente el tirón de la mordida y levanta el pargo.

Una fiesta intensa, dura una hora o poco más; mientras, la cubierta se va haciendo una alfombra de peces. La tanda vuelve en la madrugada; de día es esporádica, y cuando hay receso, a todos toca eviscerarlos, lavarlos y acomodarlos en la nevera.

Solo a la orden del joven capitán —en nuestro caso Onelio “Ogue” Varona, del ferro langostero 266— se puede dar un pestañazo.

“La vida del pescador no es fácil. Los resultados dependen mucho del clima y de la manifestación de las especies”.

De pronto, las bonanzas de la calma pueden acabar de un porrazo en Puntalón. “Habrá chubasquería”, afirma tranquilo el capitán.

Unos minutos después, el mar es un enredo de olas que pasan sobre el barco, lo ladean, levantan y dejan caer. “Esta es la cara fea aquí”, dice. Sin embargo, la pesca debe seguir de cualquier modo, incluso, amarrados al barco, literalmente.

Amanece y la rutina continúa sobre olas encrespadas que tal vez permanecen hasta el séptimo día de la luna…, pero nadie renuncia.

EN TIERRA FIRME

Sobran comentarios. El oficio de pescador marino merece tanta consideración como los platos que ofrece el fruto de su trabajo. Pareciera que la excelencia del pescado va en proporción al esfuerzo del hombre. Si no fuera así, en el diálogo económico actual no se pudiera hablar de un ejemplo concreto de sustitución de importaciones, pues por su primerísima calidad, el pargo capturado es destinado al consumo del turismo, evitando otras compras exquisitas en el exterior.

Sin embargo, aunque incómodo reconocerlo, los cubanos de esta nación privilegiada por el mar, todavía le debemos a la mesa familiar la regularidad del plato de pescado; así como de la agricultura y la tierra disponible demandamos suficiencia y variedad.

Esta relación ya había sido analizada por Fidel en Cárdenas, en 1963:

“A los campesinos podremos decirles: hay que producir más leche, hay que producir más café, hay que producir más cacao; que los pescadores les van a enviar a ustedes más pescado (…).

”(…) En el mar nuestras posibilidades son ilimitadas, en el mar podemos producir todo el alimento que seamos capaces, y un alimento digerible, y un alimento nutritivo, y un alimento agradable. (…) Somos una isla, rodeada de agua por todas partes, no podemos estar de espaldas al mar, tenemos que darle el frente al mar, y avanzar en el mar, y crear esa conciencia en los jóvenes”.

Nuestros pescadores lo demuestran a diario: el mar de Cuba es un tesoro más allá de las playas, y desde sus aguas, la economía insular también puede levantarse a fuerza de palangres y cordeles. 

El agua es un plato, exclaman los marineros cuando hay calma. (Foto: Ibrahín Sánchez Carrillo/Cubahora).


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Dilbert Reyes Rodríguez


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