No hay un espacio en la historia patria y en nuestra lucha que haya escapado de la brillantez de la mujer. Protagonista por méritos propios ha sido— y es— una pieza fundamental en la conformación de un país que pretende crecer de la raíz de la justicia social.
Con el proceso revolucionario iniciado en enero de 1959 comenzó su camino hacia la emancipación. Un recorrido plagado de obstáculos, inentendibles y tomados por insignificantes por quienes ignoran los avatares de enfrentarse a un mundo regido por la lógica del machismo, pero que ha visto como se le enfrenta e impone a fuerza de genio.
La Revolución dotó a la mujer de voz para hacer valer sus derechos ante un proyecto de nación que siempre la necesitó. Y si alguna vez reclamó—con razón—su valía más allá del rol de madre, guerrillera y trabajadora, el paso del tiempo y la propia madurez de la nueva sociedad que se forjó le dieron la razón.
Bajo ese principio surgió en 1960 la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), una institución entonces adelantada a su tiempo, que se integró a la vida política a partir de la defensa de pleno ejercicio de igualdad de derechos y oportunidades y de la atención a las familias. Sesenta y tres años después mantiene intacta su valía en una realidad sumamente compleja, marcada por la convergencia de fenómenos sociales y culturales de todo tipo.
La presencia de la mujer en los campos y ámbitos de la vida cotidiana resulta una realidad incuestionable en Cuba. Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Políticas como el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres (PNAM) se antojan la más clara evidencia de cuanto se ha logrado, y, sobre todo, hacia dónde van encaminados los retos del presente y el futuro inmediato.
Concebida como la agenda del Estado cubano, este Decreto Presidencial integra en un solo documento acciones y medidas que responden a principios y postulados reconocidos en la Constitución de la República aprobada en 2019, así como los compromisos internacionales contraídos sobre la igualdad de género.
A través de un plan que abarca áreas como el empoderamiento económico de las mujeres; la educación, prevención y el trabajo social; el acceso a la toma de decisiones y la salud sexual y reproductiva; se promueven acciones dirigidas a lograr una mayor integralidad y efectividad en la prevención y eliminación de manifestaciones de discriminación contra las mujeres. Además, contribuye a fortalecer los mecanismos y la capacidad profesional de los funcionarios y servidores públicos para incorporar las cuestiones de género en la elaboración de programas y protocolos de actuación.
El contexto actual demanda también de la FMC un liderazgo y una capacidad de actuación quizá sin precedentes sobre problemáticas sociales como la escasez de viviendas, los bajos ingresos económicos, la sobrecarga doméstica o las dificultades para conseguir alimentos. Todo ello, sin descuidar los mecanismos que facilitan los servicios de atención a las mujeres que son víctimas de violencia o que necesitan plantear inconformidades o preocupaciones.
La validez de una organización como esta radica, en definitiva, en su predisposición para funcionar desde las estructuras de bases y para consolidar el trabajo sobre su objeto social desde la transparencia y eficacia. La FMC es hoy insustituible y se supone, tal y como lo previeron sus fundadoras, una organización llamada a encabezar cuanta transformación ocurra en el país.
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