Ada, mi prima, vive en el campo. Su casa de mampostería y techo de guano es acogedora y cómoda. En su patio, por el que atraviesa un riachuelo, conviven gallinas, patos, guanajos, cerdos, perros y gatos. Su caballo, Pinto, descansa bajo la mata de mango y su pequeño Horacio, de seis años, juega a su lado.
Ada vive sola desde que su esposo falleció. Es ella quien atiende los sembrados y entrega, en fecha, las cosechas a la cooperativa, según el acuerdo establecido. Es un trabajo fuerte, me dice, porque aunque cultive pimientos, tomates, coles, calabazas, piñas y frijoles, Pinar del Río es una tierra arrocera y es duro para una mujer atender ese cultivo.
Sin embargo, con botas en sus pies, Ada se pasea por el terreno fangoso donde crece el grano y es quien lo recoge, lo pela y lo limpia en cada ocasión. Ahora enseña a su hijo a hacerlo también para que ya sean dos quienes garanticen el sustento.
Ella es una mujer de campo, una mujer rural y no se siente menos por eso, al contrario. Sus uñas rara vez están pintadas, su rostro casi no conoce el maquillaje y su pelo pocas veces se deja ver sin el pañuelo y el sombrero que lo cubre. Pero ella sabe que es tan importante como cualquier mujer de ciudad, incluso, tanto como un hombre, aunque muchos no lo entiendan así.
Ada contribuye desde su espacio no solo a la manutención de su casa, sino también al desarrollo agrícola de su zona junto a otros campesinos. En el campo soy útil, me asegura, y puedo hacer lo que sea.
Mi prima merece reconocimiento y apoyo. Y como ella, todas las mujeres que viven y se desarrollan en el campo, quienes pueden incluso no saber que hoy, 15 de octubre, se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales.
UN ESPACIO, UNA VOZ…UN FUTURO
En el 2008, cuando se celebró por primera vez el Día Internacional de las Mujeres Rurales, se daba cumplimiento a la resolución 62/136, de 18 de diciembre de 2007, establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El objetivo de la fecha era reconocer la función y contribución de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejoría de la seguridad alimentaria y la eliminación de la pobreza.
Son las féminas quienes juegan un papel determinante en las economías rurales de los países desarrollados y en desarrollo, participando en la producción de cultivos, en el cuidado de los animales y en la búsqueda de agua y combustible para sus hogares. A ello se suman otros tipos de labores que garantizan igualmente la subsistencia de la familia y el cuidado de los hijos y ancianos.
El disfrute de mayores oportunidades en la sociedad y la garantía de “voz y voto” para hacerse sentir en el plano económico son de las urgencias de las mujeres en el mundo, en el que la baja producción de alimentos y por consiguiente, el aumento de los precios caracterizan cada vez más el panorama.
Ellas necesitan optar por iguales condiciones de trabajo, de acceso a la tierra, la tecnología y los mercados.
Demandan ser dueñas de lo que hacen, de sus decisiones y su futuro, pues solo así podría incrementarse más de un 30 por ciento la producción en los países en desarrollo y reducirse, por tanto, el fenómeno de la hambruna en el planeta, según estimados de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
El acceso a la educación, vedado por la discriminación de género imperante y la posibilidad de ejercer su rol más allá de las responsabilidades familiares, otorgadas tradicionalmente al sector femenino, permitiría un mejor desempeño de las mujeres en el ámbito económico, una mayor participación y sobre todo, mejores resultados productivos. En vísperas del Día Mundial de la Alimentación, ¿qué mejores retos?
En Cuba, afortunadamente, la mujer es protagonista de su tiempo. El ámbito rural no es menor que el urbano y en ese sentido, cuantiosos recursos se han destinado a mejorar la vida de quienes habitan en él, de ofrecerles educación y posibilidades de superación. Allí, las mujeres también son necesarias y por ello, las puertas del futuro están abiertas para que caminen hacia él.
Aunque las cifras de mujeres incorporadas al sector agrícola pudieran ser mayores, teniendo en cuenta la necesidad de incrementar las cosechas para reducir importaciones y sobrellevar el encarecimiento de los productos a nivel mundial, el país exhibe un panorama optimista en comparación con aquellas naciones más afectadas por esa situación, en las que se subestima el papel de la mujer.
Lejos de tabúes y temores, pueden ser trabajadoras en el surco, en las empresas, en las cooperativas de Producción Agropecuaria y de Créditos y Servicios, y también pueden estudiar en las universidades agrarias y desarrollar investigaciones que tributen a la evolución de nuestra agricultura, actividad económica que estuvo deprimida durante mucho tiempo en el país y que ahora demanda nuevos bríos.
Pueden ser como mi prima Ada, tenaces y enérgicas, dispuestas a construir su propio rumbo en su país sin que nada pueda limitarlas… Pueden hacer como ella, que aunque no lleva H en su nombre, es capaz de transformarlo todo a su alrededor como aquellas criaturas que llevan una varita mágica en sus manos. ¿Por qué no? Si en los campos, donde florecen tantas leyendas, es donde mejor las hadas, o sea, las mujeres, pueden esparcir su magia.
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