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sábado, 5 de octubre de 2024

Las lágrimas no se olvidan

Danay, una médica cubana, nos cuenta sus recuerdos sobre Brasil. Regresó a Cuba con la satisfacción de que en los dos años que estuvo allí, no volvió a morir ningún recién nacido...

Ailén Castilla Padrón en Exclusivo 05/12/2018
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Médico cubana
Danay Durán Cortiz, médica de Ciego de Ávila.

Si le pidieran recordar su mejor experiencia en Brasil, Danay Durán Cortiz piensa de inmediato en sus pacientes y en el agradecimiento que toma forma en un vaso de jugo, una fiesta de cumpleaños o las lágrimas que la despidieron en el municipio costero de Grosso, perteneciente al estado de Río Grande del Norte. Sin embargo, no por eso el camino fue fácil o la distancia compensada.

“A solo unos días de estar allí, la secretaria de Salud me pidió que hiciera un certificado de defunción a una persona que ya iba a ser enterrada y me negué, porque eso era una violación de las normas internacionales de procedimiento. Las relaciones fueron tensas pero terminaron relajándose porque no hay mejor forma de mostrar nuestra valía que con el trabajo diario. En mi caso la historia se escribió siempre en positivo”.

Con una población que superaba los 18 000 habitantes comenzaron los primeros esfuerzos por organizar la atención médica y, por suerte, existía en la zona un hospital perteneciente al Sistema Único Brasileño donde podían atenderse las urgencias. En cientos de kilómetros a la redonda Danay era la única cubana.

Primero las consultas estaban vacías, luego las colas empezaban desde las 4:00 de la madrugada. “Quiero ver a la doctora cubana” era la frase que justificaba a la muchedumbre y, también, un modo de trabajo que iniciaba a las 7: 00 de la mañana y terminaba a las 4: 00 de la tarde; pero como el corazón no le alcanzaba para dejar a una madre esperando o a un anciano doliente, después de las consultas agendadas comenzaba otra jornada.

“Lo primero que hicimos fue efectuar reuniones de equipos de trabajo, restaurar la atención prenatal y captar a los pequeños antes de los siete días de nacidos, lo cual ayudó a mejorar los elevados índices de mortalidad infantil y el estado crítico con que la mayoría de las mujeres llegaban al parto”.

Recuerda con nitidez al hijo del pastor del pueblo que tocó la puerta de su consulta con una adenopatía, que su buen “ojo clínico” diagnosticó al instante, pero buscaron también la opinión de un médico brasileño. Las prescripciones fueron diferentes, pero terminaron por acatar su decisión y en solo un mes su estado de salud volvió a la normalidad. Durante días rezaron en la iglesia y su nombre surgía al centro de cada oración.

El clima, las comidas típicas que mezclaban la harina con el pescado semicocido, y un panorama de salud complejo, donde existían enfermedades totalmente erradicadas por la medicina moderna que solo había estudiado en libros, como las micosis, algunas virosis ocasionadas por las moscas o la tuberculosis, terminaron por poner a prueba su compromiso y vocación de curar.

Los médicos cubanos marcábamos la diferencia porque nuestra formación y el modo en que atendemos al paciente son diferentes. Se asombraban de vernos llegar a sus casa, practicarle un examen físico o mirarlos a los ojos mientras explicaban sus síntomas”.

Cada mañana, la silla donde debía sentarse el paciente amanecía a metros de distancia de su buró y nadie entendía por qué la acercaba, tomaba la presión arterial o practicaba una acción curativa con sus propias manos. Mientras que ella no comprendía cómo los pacientes, después de remitidos al hospital con peligro para su vida, regresaban a su consulta pidiendo ayuda porque allá no fueron atendidos.


Muchas fueron las experiencias que marcaron a Danay Durán durante su labor solidaria en Brasil (Foto: Alejandro García).

“El Sistema Único de Brasil tiene recursos y una organización perfecta, pero carece de personal, de gente dispuesta a trabajar en los lugares más intrincados y distantes. Aunque pueden encontrarse experiencias satisfactorias, lo cierto, es que la medicina es un negocio”.

La despedida, como casi todas, fue triste, y los mismos que le dieron su apoyo a Bolsonaro le espetaron: “Doctora, si llego a saber que usted se iba no voto por él”.

Danay regresó a Cuba con su carga de recuerdos acumulados, sus fotos y los cumpleaños que celebró en familia y, sobre todo, con la satisfacción de que en los dos años que estuvo allí no volvió a morir ningún recién nacido.


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Ailén Castilla Padrón

Periodista


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