En una vieja leyenda, allá por el 1284, la ciudad de Hamelín estaba infestada de ratas. Apareció un desconocido que propuso liberarlos de tan indeseable compañía a cambio de una recompensa. El pueblo aceptó el trato, el hombre tocó una flauta e hizo salir a todos los ratones, que luego siguieron al flautista, y este los llevó hasta el mismísimo río Weiser, donde murieron ahogados. Entonces la gente se negó a pagar la recompensa. El flautista regresó un día de junio y, en acto de venganza, con la música de la flauta se llevó a todos los niños y niñas que fueron tras él hasta una cueva de donde nunca regresaron.
Las fábulas esconden historias y símbolos. ¿Ha regresado el flautista de Hamelín a buscar a los niños? Hoy una extraña «música» amenaza con llevárselos y robarles la inocencia de un tirón.
Desde muy pequeños están sometidos a lenguaje de adultos. Consumen canciones marcadas por altas dosis de sexo, videojuegos y audiovisuales que estimulan la cultura de la violencia… Desde el cuarto donde juegan conectados por Zapya uno dice feliz: «¡Ya maté a más de 30!».
Ahora algunas familias preparan a las niñas los miniquinces donde las visten con atuendos ajenos a su edad; como si los padres dijeran a sus hijos: «¡vuela, vuela que ya es hora de que crezcas!» Por otro lado, una ola globalizadora de marcas y costumbres fabricadas los seduce, con juguetes omnipresentes.
Ante esas realidades, la familia, la escuela, la sociedad... tienen nuevos desafíos culturales. ¿Cómo educar hoy a nuestros hijos? No se puede responder con recetas. Pero no es desde la «pedagogía del grito» o confundiendo a los niños con la hierba que crece sola. No podemos olvidar las advertencias de Martí: «La calle es culpable cuando no educa».
Estimulemos el hábito de lectura y la capacidad de asombro. ¿Desde cuándo no dormimos a nuestros hijos leyéndoles un cuento? ¿O preferimos que se duerman con el celular entre las manos? Enseñemos con todas nuestras fuerzas el misterio del poema Los Dos Milagros, de La Edad de Oro, donde la naturaleza es salvada por el beso de un niño a una mariposa.
Devolvamos siempre a nuestros hijos el país de los asombros y los poderes de la imaginación, esa que me enseñó mi hermano saharaui Abdel Mayí, en un libro de su cultura y país colonizado, un libro que se llama Cuentos bajo la Jaima.
El maestro llegó al aula amenazando a todos los niños: «¡Tienen dos minutos para pintar en sus pizarras un pájaro y un árbol; ¡al que no lo haga en ese tiempo lo arrodillaré de frente a la pared, a trabajar!». Los niños pintaban desesperadamente. Al pasar los dos minutos, el maestro dio un golpe sobre la mesa. «¡Se acabó el tiempo: levanten sus pizarras!». En todas había un árbol y un pájaro, pero un niño, al fondo del aula, solo tenía un árbol. El maestro se preparó para dar el castigo, y con rabia preguntó: «¿Dónde está tu pájaro?». El niño, con la cara llena de duendes mágicos, respondió: «maestro, cuando usted dio un golpe sobre la mesa, el pájaro se asustó y echó a volar».
Alimentemos a los niños con ese pájaro que siempre vuela, con la música que venza al flautista de Hamelín para que esta vez nos deje a los niños en casa, y en el alma, una canción con la infancia intacta.
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