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viernes, 4 de octubre de 2024

Dolor compartido

Ecuador es hoy una ciudad herida, pero llena de esperanza porque el mundo le asiste solidariamente...

José Alemán Mesa en Exclusivo 21/04/2016
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Corría el sábado 16 de abril. Cuba expectante: la final de la serie cubana de béisbol entre Pinar del Rio y Ciego de Ávila y a la apertura del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba. Corría el sábado 16 de abril y en la nación que abulta la Tierra, Ecuador, Pascal Laflamme hablaba por video con su padre cuando se produjo un sismo. Su esposa, Jennifer Mawn, de 38 años, y su hijo Arthur, de 12, murieron tras desplomarse el techo de la casa donde vivían.

De inmediato pensé en mis hermanos cubanos. Imaginé la algarada de los 59 colaboradores de la salud que prestan servicios en las zonas más afectadas por ese fuerte terremoto de magnitud 7.8, la mayor tragedia vivida en esa nación en los últimos 67 años, desde el terremoto de Ambato del 5 de agosto de 1949.

El sentimiento comunitario me aclamaba. La mente sombría y sesgada por el desastre me conducía a las localidades de Cojimíes y Pedernales, en la provincia de Manabí, en el noroeste de Ecuador. Pero, nada podía hacer, solo esperar por los partes. Poco a poco el número de fallecidos y heridos comenzó a aumentar tanto como mi impotencia.

Corría el lunes 18 de abril. Cuba expectante: los médicos cubanos estarán bien, seguirá aumentando el número de víctimas mortales y de heridos. Al presente, ya se superan los 500 fallecidos y los 4 000 heridos.

La peor de la noticias llegó entonces a oídos de los cubanos. Tres de nuestros colaboradores en Pedernales eran protagonistas ahora de una historia parecida a la de Jennifer Mawn y su hijo Arthur. Lanzar al aire mis más sentidas condolencias es lo más mínimo que pude hacer por estos verdaderos ejemplos del altruismo y la solidaridad. Este joven corazón ya los inmortalizó.

Ese 16 de abril es historia y sufrimiento; nada nos embarga más que el dolor. Los sentimientos de desgracia, alerta e incertidumbre nos invaden. Qué diéramos muchos cubanos por tener cerca a los ecuatorianos, después de ese sismo que cimbró los cristales y estremeció el corazón de un mundo para brindarle un abrazo consolador. Los acontecimientos demandan esperanza, sin el más mínimo agobio, porque Ecuador es hoy una ciudad herida de gravedad, pero no de muerte, pues el mundo le asiste.

Cuando supe de la muerte de la colaboradora Bárbara Caridad Cruz Ruiz, de 46 años, un sentimiento familiar se abalanzó sobre mí. Y es que la tía Nuriam Alemán Gómez, de igual edad, hoy cumple misión en Bolivia como enfermera. Ambas son cubanas que hacen de sus universos semilleros de designios. Me alarma el hecho de pensar que Nuriam pudiera estar en el lugar de Bárbara, por ello comparto el sollozar de los familiares de los fallecidos.

Los cubanos van por el mundo repartiendo una dosis de su entereza, seduciendo cada semejante tan solo por ser humanos, regalando la amistad que se respira en Cuba y haciendo de sus días algo nuevo que contar, algo difícil, a veces, de creer.

La muerte nos los arrancó de sopetón, pero en vida nos heredaron un paradigma de entrega, de cubanía. Ellos tanto como Nuriam, mi tía, encontraron en sus espíritus (solidarios y revolucionarios) un espacio para cambiar la caligrafía de sus vidas. Todos, hombres y mujeres internacionalistas, que emprenden su travesía por terrenos inéditos son dignos de admirar, pues ningún dinero paga lo que vale la vida.


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José Alemán Mesa


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