miércoles, 25 de septiembre de 2024

Nuestra Maestra…

Una de las tantas maestras nuestras que se encargaron de forjarnos y marcar nuestros primeros pasos...

Bertha Caridad Mojena Milián en Exclusivo 21/12/2013
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Día del Educador13-1
El Día del Educador permite apreciar la obra educacional que atesora la Revolución cubana.

Luz Esther fue mi maestra de primaria, más bien, una de ellas, pero la que guió mis pasos de primero a cuarto grado.

Tenía ya más de 60 años y más de 40 en la profesión, aunque no sé exactamente cuánto. Pero eso no importa, porque a decir verdad, nunca pregunté ni tenía edad para estar preocupada por ello.

Por aquel entonces la veía con una personalidad muy recia, de mucho carácter, demasiado exigente para mis años inocentes y juguetones. Era de esas profes que decía todo el tiempo que hablábamos demasiado en el aula, que nos ponía a repetir palabras una y otra vez para corregir nuestra ortografía, a leer historias entre varios, de forma colectiva, a hacer dúos de niños “adelantados” y otros no tanto, para que se ayudaran unos a otros.

Tenía una voz fuerte y acentuada que nunca olvidaré. Sonreía poco, es verdad, y tenía el ceño arrugado, siempre meditativa, cautelosa, estudiando todo a su alrededor. Imponía un gran respeto a sus discípulos y tenía una relación y preocupación constante por el entorno familiar de todos.

A veces hasta con los padres era un poco dura, los regañaba por las actitudes que asumían con los hijos, les aconsejaba, les indicaba otras formas para guiar a los más pequeños, para responder a situaciones extremas, para ayudar entre todos a quienes tenían dificultades en el aprendizaje, con la disciplina, con la concentración.

En ocasiones, creíamos que era excesiva en las tareas, que aquellos ejercicios prolongados y repetitivos eran parte de su capricho habitual y hasta lo achacábamos a la edad, a querer sobrecumplir y no se sabe cuántas cosas más.

Yo era de esas niñas intranquilas que todos los días la oía decir que “yo hablabla como un papagayo”, que tenía que “ocuparme de ayudar” a fulanito o menganito, que hablar en “nombre del grupo en el matutino”, recitar una poesía o ir a los concursos de todas las asignaturas porque eso desarrollaba mi intelecto, me hacía estudiar y exigirme a mí misma. Después de eso hasta una miradita fea le daba, sobre todo cuando me dejaba sin receso por estar caminando mucho por el aula y hablando sin parar en clases.

En aquel entonces no sabía que aquella maestra exigente y tan seria, forjaría en mí la honestidad, la solidaridad, el rigor y el afán constante de superación y se convertiría, a la vuelta de los años, en el recuerdo y el modelo preferido de mis primeros años.

Y es que estuvo a mi lado en varias de las crisis de asma que me daban y tenían que llevarme rápido al consultorio o al hospital y permaneció junto a mí durante horas, y si me ingresaban, no faltaría nunca a la visita diaria, brindando todo el apoyo a mi familia y a mí, y hasta clases en los hospitales o en la casa me dio.

Porque intercedió con mi familia cuando esta no quería que fuera una pionera exploradora, que asistiera a acampadas pioneriles, a las FAPI, a competencias de ajedrez que me exigían quedarme fuera de casa y ser más independiente.

Porque mucho a ella le debo el amor que tengo hoy por mi país, mi pasión sublime por Martí, el ejemplo guevariano que siempre llevo conmigo, las clases de historia más animadas que he conocido.

Porque fue ella quien se enfrentó a una torpe maestra de Educación Física que un día me obligó a realizar tantas vueltas a un terreno, que terminé desmayada y con una falta de aire infernal y después fue capaz hasta de castigarme, recriminarme mi limitación respiratoria ante todos.

Esa fue Luz Esther, mi vieja maestra de primaria. Que no fue perfecta, tampoco sus métodos, su carácter, pero junto a ella fui feliz, aunque entonces no lo sabía y solo el tiempo me ha hecho reconocerlo.

Aún camina por las calles de mi barrio natal. Muchas generaciones la ven, la llaman, la abrazan con cariño, la buscan cuando se acerca la Jornada del Educador, le agradecen. Y ella mira a todos, mucho más cansada, mucho más dócil, pero con la misma ternura fuerte de siempre, como si no hubiéramos crecido, y pregunta cómo estamos, y se enorgullece de los caminos escogidos. Luego  responde con una sonrisa, porque lo que más la anima y añora siempre, es seguir siendo, sencillamente, nuestra Maestra.


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Bertha Caridad Mojena Milián

Joven periodista. Pinareña hasta la médula. Amante de la paz y de la risa.


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