Del 21 al 25 de enero de 1998, Cuba recibió por vez primera la visita de un Papa. Casi quince años antes, durante una conversación con el fraile dominicano brasileño Frei Betto, el Comandante en Jefe Fidel Castro había declarado: “(…) a nosotros nos honra cualquier interés del Papa en visitar nuestro país, eso queda fuera de toda duda, y lo consideraría, además, un paso valiente, porque no creas que cualquier jefe de Estado se atreve a visitar Cuba, no creas que cualquier político se atreve a visitar Cuba (…)”.
Fue Su Santidad Juan Pablo II quien realizó el valeroso periplo papal, el número 81 de su pontificado. Su estadía entre el pueblo antillano fue celebrada por creyentes y no creyentes en la Isla; a la vez que observada con agrado, curiosidad o rechazo en varias partes del mundo.
“Rara vez una visita papal habrá suscitado un interés tan universal”, expresó por esos días el Cardenal Roger Etchegaray, una de las figuras del Vaticano que el Papa empleaba como su enviado personal a diversas zonas del mundo, durante una entrevista con el periodista cubano Luis Báez publicada en el diario Granma.
Como era de esperar, la prensa cubana de la época siguió de cerca la cita con el Santo Padre, y contó para la posteridad algunas impresiones que provocó aquel encuentro en los oriundos, y hasta en el propio Pontífice.
“EL PAPA SE QUEDA…”
“No había que tener fe religiosa para sentir la vibración del encuentro de ayer, en Santa Clara, entre los católicos y el pueblo todo de la región central de la Isla con Su Santidad Juan Pablo II”, se lee en una crónica de Julio García Luis, Premio Nacional de Periodismo en 2010, publicada en Granma con el título Al pie del Capiro, la primera misa papal.
“Es difícil hacer un cálculo de cuántas personas se congregaron en el campo de deportes del Instituto Superior de Cultura Física, Manuel Fajardo. Pasaban de 150 000, sin duda. Pero más que la extraordinaria masa humana, que se extendía hasta las faldas de la loma del Capiro, conocido escenario de uno de los combates de las fuerzas del Che, lo que me impresionó es que nadie se movió de su sitio y que todos, por lo visto, se habían preparado esmeradamente para participar en la ceremonia religiosa, o para seguirla con atención y respeto”, continúa el relato del periodista, quien estuvo presente en las cuatro misas que Juan Pablo II ofició a lo largo de la Isla.
En Camagüey, la historia no fue diferente: “Surgió allá delante, en el coro, y fue una voz de mujer la primera en decirlo. Le respondieron de inmediato, sumándose, otras voces vecinas.
Luego se extendió como un estallido de júbilo, como si la multitud hubiera encontrado al fin la frase que mejor expresara sus sentimientos, y que repetida rítmicamente llenó de un extremo a otro la Plaza Agramonte: “¡El Papa se queda en Camagüey, en Camagüey, en Camagüey...!”, narró el cronista, nuevamente para Granma.
Entre los testimonios recogidos en tierra agramontina por García Luis, estuvo el de Ariel Santana, “de 26 años, negro, trabajador”: “Esta de hoy -nos dijo- ha sido una mañana de fiesta para todos los cristianos. Yo no soy católico, pero me siento cristiano a mi manera y el llamado del Papa a los jóvenes a ser virtuosos y a llevar una vida limpia lo sentí muy hondo. (…) ¿Cómo podíamos perdernos esto? Ahora vamos a trabajar más, con mayor alegría, para que Cuba siga adelante y venza todas las dificultades. Este ha sido un canto de amor y de unidad entre todos los cubanos”.
DETALLES
Durante las citas de Juan Pablo II con los cubanos, hubo hechos que hicieron único aquel viaje eclesial. Según contó el articulista Juan Sánchez en la revista Bohemia, “algunos de los estribillos corales que emotivamente improvisó parte del público, constituyeron otras expresiones de la particularidad de este encuentro papal con el pueblo de la Isla. Cálido auditorio, sin duda, que a pesar de la salud quebrantada del Papa tuvo el poder de mantenerlo atento e interesado durante largas jornadas.
“También hubo cortas improvisaciones coyunturales que enriquecieron simpáticamente sus homilías cubanas. Una ocurrió a posteriori de un extendido paréntesis de aplausos: “Sois un auditorio muy activo... lo que permite al Papa descansar”, dijo sonriendo.”
El último oficio, realizado en La Habana, fue iniciado también por Su Santidad con una frase espontánea de hondos significados: “¡Cuba, amiga, el Papa está contigo!”.
LOS ADIOSES Y LA LLUVIA
“(…) al dejar esta amada tierra, llevo conmigo un recuerdo imborrable de estos días y una gran confianza en el futuro de su Patria”, expresó el Papa Juan Pablo II en el Aeropuerto Internacional José Martí en los instantes finales de su estancia. Fueron cinco días de enero de 1998 que ganaron la atención del mundo.
El Sumo Pontífice también se refirió en su intervención final a “las medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País, injustas y éticamente inaceptables”, en clara alusión al bloqueo del gobierno estadounidense contra Cuba.
Otro gesto espontáneo tuvo lugar durante aquella despedida, cuando Juan Pablo II se refirió a la lluvia que les había sobrevenido al abandonar la Catedral de La Habana, luego de varios días de sol y calor. Expresó que el acontecer le hizo preguntarse: ¿Por qué los cielos cubanos lloran? ¿Porque el Papa se nos va, porque nos está dejando?
Sería un análisis superficial, alegó; y dijo que la lluvia de las últimas horas podía significar un signo bueno, un nuevo aliento para la Historia de la nación.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.