Se extienden los minutos a la espera de una gacela para regresar a casa. Una parte de la multitud pone el foco en el celular, otros animadamente, hablan los temas más diversos. Cerca de mí, tres estudiantes universitarias conversan sobre una asignatura: La filosofía.
Es entonces cuando una de ellas, plantea, tajante: “A mí no me interesa de dónde vengo ni para donde voy, yo lo que quiero es vivir”. Mi esposa me mira y sonríe, ella sabe por qué. Tal vez a esa hora piensa en mis alumnos y en las clases de filosofía. Nunca como ahora, el hombre necesita de un pensamiento filosófico irreverente y cuestionador.
Lo cierto es que el comentario de la desconocida estudiante me destapa el pensamiento. ¿Importa de dónde vengo? Es que nadie puede zafarse del pasado, de la memoria, la cultura. El presente está lleno de gestos y duendes que no nos pertenecen, pero vivimos tiempos de ruptura del tiempo lineal histórico conocido; ese que se mueve del pasado, al presente y futuro, es cuestionado ya en las raíces mismas de las genealogías.
Ya en los años 70, el grupo de rock británico, saca al escenario aquel número, Anarchy in the U.K., donde en una esquina de la letra nos dice: “ Don´t know what I want but I know how to get it” (No sé lo que quiero pero sé cómo conseguirlo) Lo que importa es el aquí y ahora.
Por otra parte, la idea del progreso, el avanzar hacia un reino de la utopía, tantas veces concebido, es también cuestionado y en su lugar, se asoman las viejas distopías de un mundo supervigilado por el Gran Hermano, de George Orwell, y el paraíso de “Un mundo feliz” de Huxley donde la libertad ha sido secuestrada. No es extraño entonces, que una estudiante asegure que no le interesa la dirección del movimiento, tan solo vivir.
Sin embargo, el propio acto de vivir, está mediando por múltiples interrogantes que implican una cosmovisión filosófica que repercuten en cómo asumimos el acto de vivir.
Por ejemplo, no podemos vivir sin el lenguaje: Y si damos un salto hasta el capítulo seis de Alicia a través del espejo, de L. Carroll, nos encontramos que Hampty Dumpty, le dice a Alicia, “las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen”. De pronto, ¡nos encontramos ante un asunto que no solo implica al lenguaje, sino a la comunicación, la política, la religión, la filosofía la cultura!
No es posible vivir sin la realidad. Pero, ¿¡qué es la realidad¡? Hoy es preciso acercarse a Jean Baudrillard, entender la hiperrealidad, ese territorio donde se distorsiona la realidad, alterada ya por los ídolos de los que nos hablara en su tiempo Francis Bacon.
Ahora la imagen pasa por los filtros adulterantes, la voz clonada, la post verdad, y todo ello en medio de las viejas pulsiones de exhibirse y mirar, sin abandonar al viejo Narciso que se mira así mismo, preso de la imagen sobre las aguas.
¿Y cómo vivir si el hombre no se busca y se piensa? ¡Que venga entonces la sabiduría de Raimon Panikkar, que comprende que vivir es una relación del Cosmos, Dios y el Hombre! ¿Se puede vivir sin el amor?
Y en estos tiempos de civilización de la memoria del pez, prestar atención se ausenta del acto de vivir, las imágenes corren en chicas pantallitas y las emociones son lucecitas que se encienden y apagan, dando paso al próximo fueguito que estimula a los cerebros sorprendidos del cambio de funciones.
Una muchacha habla de las clases de filosofía, es contagiosa su alegría, cuando dice: “Yo lo que quiero es vivir”; Sí, tal, y no es posible la vida sin los otros. ¿Y de los caminos del vivir? Un poeta viene con un verso que late en la memoria del pasado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Y si regreso a mi pasado, al sitio de donde vengo, me llevo en la alforja una canción de Violeta Parra, con aquellas letras luminosas: “volver a ser de repente, tan frágil como un segundo” Es hermosa y difícil, la aventura de vivir. Ha llegado la gacela, y al fin, con la risa sobre el cansancio, nos vamos a casa.
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