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sábado, 7 de diciembre de 2024

Al Son de lo sublime y lo fecundo

Fuel la señal del clímax del criollismo musical y de la cultura “blanquinegra”…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 09/05/2024
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Celebrar en una rueda masiva e igualadora, al son de lo más sublime y fecundo de Cuba. (foto tomada de internet)

De una fertilidad periférica brotó el Son. En una zona de costumbres libres y cimarronaje creativo, al margen de las normas y los códigos occidentales, en  estratos socioculturales  más apegados a la tierra  y al latido natural. Fue la expresión polirrítmica y supersincrética de un sentir nuevo. La  expresión musical del saberse cubano, que fue primero lo que le dejaban ser y florecimiento luego de un “nosotros” distinto, mulato y secular. Nada que ver  con el esnobismo de “alcurnia”,  imantado con lo de “afuera” y lo del Norte.

Salió de los “de abajo” y para su expansión.  En un ascenso gravitado por el ritmo y la cadera. Sincronizado al latir del guarapo y el néctar. De ahí, ese movimiento polinizador que orienta su baile. El macho revoloteando en la órbita de la hembra.  Y  los dos en un  aquí/ pa´lla, del centro del salón a la esquina más íntima, del anhelo al apretón, de lo mío más nuestro a lo nuestro más mío, del   solo al  coro (y viceversa),  del que sabe entonar y los que saben revolotear ese vaivén.

Al son de sus emociones cantó el pueblo su orgullo nacional. Fuel la señal del clímax del criollismo musical y de la cultura “blanquinegra”.  Del abrazo triunfal de tres continentes, con  el acompañamiento de cuerda pulsada venido de Europa y de la percusión con esquemas rítmicos de África.

Después de síntesis sucesivas, integraciones y decantaciones; en sincrónicos contrapunteos: del “todos” sudoroso y el “yo” sentimental, de la cuerda blanconaza y el repique negro, del aplatanamiento de lo urbano y el callejeo de lo rural, de lo de aquí y lo de allá, de la tradición y la innovación… Un devenir, desde  el Son de la Má Teodora hasta el “Suavecito” de Ignacio Piñeiro. Ese con el que  se despidió la  abuela Inés  de Calendario  y que dice así: “El son es lo más sublime/ para el alma divertir./ Se debería de morir/ quien por bueno no lo estime”.

Los sones, según Danilo Orozco,  fungieron  como  vehículos integradores de rasgos y procesos. El “ marco de acción de los sones ha engendrado necesidad histórico-cultural de  la interacción con muchos otros tipos genéricos y sus nutrientes, de los cuales toma, da integra, sintetiza, pero también dispersa, fragmenta , decanta, con profundos  y singulares resultados a nivel de códigos expresivos”.

Un proceso y una función que no ha parado aun. Sigue desarrollándose,  cantando y contando nuestra cotidianidad y cubanía. Con  todas sus variantes: Changüí,  Sucu-sucu, Ñongo, Regina, Son Montuno, Son Urbano, Son de los permanentes, Bachata oriental, Son Trinitario,  Son manzanillero,  Pacá,  Pachanga, Pilón,  Tira-tira…. Y con  todos sus subgéneros; El AfroSon,  El BoleroSon,  El GuaguancoSon,  La GuajiraSon,  La GuarachaSon, El SonChá,  El Sonpregón… Con sus actualizaciones más contemporáneas, como la Timba y el Songo

 

De la mano de Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Julio Cuevas, Benny Moré y la Sonora Matancera,  Félix Chapottín, Miguelito Cuní, María Teresa Vera, el dúo Los Compadres, Compay Segundo, Lilí Martínez, Rubén González, Pancho Amat, los Septetos Nacional, Habanero y Santiaguero, o el Buena Vista Social Club, entre muchos otros. Como  de sus continuadores, más cercanos en el tiempo pero ya con ellos en el Olimpo Musical Cubano, menciono a  Juan Formell,  Adalberto Álvarez, José Luis Cortés y Pupy Pedroso.

En sus inicios constaba de un estribillo que se repetía durante varios compases, luego se le añadió una copla o regina, conformando  en una alternancia coro y solo, estribillo-copla-estribillo,  similar a la otros géneros caribeños y latinoamericanos, derivados del cancionero binario colonial, según el investigador Carlos Vegas, y aparentados con otros de Afroamérica, cual destacaran Fernando Ortiz y Rogelio Martínez Furé.

Fue el Son el discurso sonoro de una utopía  integradora, para confraternizar y diluir las pieles de las diferencias, con una proyección interactiva y participativa. Terminó por juntar a los que lo colonizadores habían separados con prejuicios y estigmas, completó lo que las  guerras independentistas había iniciado. Colocó  en su lugar el aporte afrocubano a la cultura nacional.

Como apuntó Alejo Carpentier, gracias al son “la percusión afrocubana, confinada en barracones y cuarterías de barrio, reveló sus maravillosos recursos expresivos, alcanzando una categoría universal”.

Fue rechazado, negado en los salones habaneros por partida triple, por ser oriental, de las clases más humildes y  de origen africano. Fue opuesto a la música de Jazz band, más  apropiada para los blancos. Pero barrió al  elitismo y a la discriminación; se impuso a base de persistencia y contagiosa sabrosura.

Con la vitalidad de su sabia conquistó a La Habana, para consumar su popularización en todo el país. Impactando en otros géneros como el danzón  y la guajira. Devino en semilla de otras autoctonías. Con su inserción en la literatura, con la figura de Nicolás Guillén, dio  fisonomía distintiva a la lírica de Cuba.

Para esta difusión a escala nacional el son se montó en el “logro más radical en cuanto a síntesis y decantación de elementos instrumentales en nuestra música popular, el de los sextetos y septetos de son”- al decir de Leonardo  Acosta.

Y regó por doquier la inventiva popular, lo que ahora llamamos “resistencia creativa”. Con cualquier cosa se armaba  una “bunga”  para compartir un Son;  con un tres rústico o una guitarra,  con una botella o un machete, con un taburete, una botija  o una marímbula…

El Son ha informado  de genios en las entrañas profundas de las masas populares.  De intensidades y chispas por fruiciones fecundas,  de manos callosas rasgando la luna. De sensibilidades más naturales que urgentes, de albañiles, limpiabotas y carboneros que hacían la poesía después de ganarse el pan. Gracias a ellos, aparecemos en el mapa de la música universal, con un tamaño similar al de Brasil y Estados Unidos.

De ahí, la importancia de celebrarlo, cada 8 de mayo y el resto de nuestros días, de resonar con sus expansiones y sintonizar con sus más contemporáneos anudamientos, al hervor del siglo XXI. Con unas ruedas masivas e igualadoras, como las que armamos el sábado pasado, al son de lo más sublime y fecundo  de este archipiélago.

 


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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