“Papi, los niños de ahora no quieren ser cubanos”, me disparó hace unos días la más pequeña de mis mulaticas, mientras mirábamos la televisión. ¿Cómo, qué dices?, le riposté. “Si, de verdad, quieren ser de otros países, irse para el país de los malos”. Le respondí no recuerdo con cuáles ideas a borbotones, frases entrecortadas por un abrazo, un “yo no, yo si quiero ser cubana” y el consuelo de que ella presentía que la actitud de sus compañeros y amiguitos no era buena, no.
Cavilé que hace tres o cuatro décadas nos era mucho más fácil sentirnos orgullosos de haber nacido en Cuba y anhelar parecernos a las estrella de aquí. Con esos equipazos de pelota y voleibol, enfrentando a los mejores del mundo; con las “morenas del caribe” viniendo de abajo y derrotando a las de Brasil, con aquel trabuco de Kindelán, Pacheco y Linares, “de tú a tú” venciendo a palo limpio a los equipos estadounidenses. Con Alberto Juantorena y Ana Fidelia reinando en las pistas...
Desde aquel día, he revisitado las reflexiones compartidas en mis textos sobre identidad, colonización, guerra cultural, en Candil del clip y en otros espacios. Desde aquella especie de crónica reflexiva de 2017 en que me preguntaba ¿Y María Silvia dónde está?; a propósito de la inauguración de un Palacio de Pioneros en la humilde barriada El fanguito. Cuando chocamos mi esposa y yo con que la reproducción más grande y la más atractiva de unos de los salones era la de Sofía, la princesita del conglomerado Walt Disney, mientras “brillaba por su ausencia” en toda la instalación la novia de nuestro Elpidio Valdés, abanderada como la bayamesa Candelaria Figueredo. Como la hija de Perucho, cuya voluntad de ser cubana y ser digna enardecía su espíritu y la puso tantas veces en riesgo de morir, como su padre o como su tía y primas.
- Consulte además: El Patriotismo alado de Martí
Mucho que nos falta socializar nuestros símbolos y las historias de jóvenes heroínas como Canducha, en animados u otros tipos de audiovisuales. Porque, como apunté en el referido texto, el niño llega ser lo que los otros significantes consideran, su identidad es tramitada por otros, según su interacción simbólica con los agentes socializadores, la familia, el barrio, el circulo infantil, instituciones como un Palacio de Pioneros, y las cada vez más impactantes producciones multimediales de las imperialistas industrias culturales.
¿Por qué promover a las princesas de Disney en nuestras instituciones, de gratis y contra la axiología que intentamos asentar, con su mundo de fantasía, pero también con su paquete de referentes históricos y culturales que devienen las ilusiones, deseos y orientaciones de las conducta de nuestros jóvenes? ¿Acaso no entorpece nuestra pretensión de comunicar y socializar una cultura “otra”, anticapitalista y fraterna “con los pobres de la tierra”?
¿No resultan más cercanas y fecundas anécdotas como las que escribieran La Abanderada, sobre el periodo de la conspiración bayamesa y su participación en la Guerra de los Diez Años?
Como la de aquel 17 de octubre de 1868, cuando llegó al Ingenio de su padre una partida de recién sublevados, seguidores del levantamiento de La Demajagua, y al camagüeyano Joaquín Agüero se le ocurrió decir: “Para que nuestro triunfo fuera completo no nos hace falta más que una valiente cubana que fuera nuestra abanderada”. Ante lo que Perucho, se puso de pie y exclamó: “Mi hija Candelaria se atreve.”
“De más está decir mi gusto y alegría al oír aquello”, rememoró Canducha en la Autobiografía vio la luz 15 años después de morir “pobre y olvidada”, el 19 de enero de 1914. “Yo estaba radiante de orgullo y alegría y puedo asegurar que nunca una joven que por primera vez va a una fiesta estaba tan alegre y satisfecha como yo en aquellos momentos; y aunque me apenaba ver a mamá asustada, trataba de convencerla de que nada me pasaría”.
Su madre Isabel Vázquez, sintió temor, pero junto a su hermana mayor, Eulalia, confeccionó de inmediato el vestido de amazona blanco, el gorro frigio punzó, la banda tricolor y una bandera.
Así, entre “vivas entusiastas y atronadores” entró a Bayamo tres días después. Aquel día glorioso en que su papá le dijo: “Flota la bandera”, y ella, cumpliendo con el pedido, grito con entusiasmo: ¡VIVA CUBA LIBRE! Aquel en que Perucho, ya en la plaza de Armas, “cruzando la pierna sobre la silla de su caballo, escribió su Bayamés inmortal”.
Pienso en Canducha, la abanderada de 16 años, siempre que disfruto el videoclip de “El Mambí”, realizado bajo la dirección de Roly Peña y Alejandro Pérez, reconocido en la edición de los LUCAS del 2021 como el video más integral. Un corto que acerca hechos y actos que suelen percibirse lejanos e irrepetibles, que desencartona y revitaliza afectos con aquellos cubanos que amaron y temieron, que devinieron en héroes y heroínas de nuestra patria, por sentirse distintos a los españoles y querer casa propia donde fundar. Donde, como en la propia canción que le sirve de base, la criolla de Luis Casas Romero, el amor a la mujer amada y a la patria se abraza en un arroyuelo de emociones.
Para el fallecido poeta y crítico Guillermo Rodríguez Rivera , el verso “recordando las horas pasadas”, otorga la dualidad de rememorar momentos de pasión y de cariño entre los enamorados, a la vez que recuerda el futuro gesto de amor a Bayamo, ciudad que prefirieron ver devorada por las llamas que en posesión del enemigo español. “Esa debió ser La bayamesa que se cantaba en la manigua, en las batallas de la guerra grande o en las de la invasión a occidente, cuando el fuego de Bayamo y la memoria de Céspedes y Figueredo flotaban sobre el campamento de los insurrectos”, aseveró el autor de las notas del álbum Con olor a manigua del Sello Colibrí.
Se refiere a otras octavas agudas que aludían las ansias independentistas y que se popularizaron con la misma música de “La Bayamesa”: “¿No recuerdas gentil bayamesa, / que Bayamo fue un sol refulgente, / donde impuso un cubano valiente/ con su mano el pendón tricolor?”.
Son canciones a musas mambisas, a mujeres sacrificadas por identificarse cubanas, patriotas e independentistas, de ejemplar conducta, que bien merecen protagonizar más producciones propias, “en que se vea a un pueblo, o todo un hombre” y a toda una mujer, mujeres y hombres nuevos y superiores; parafraseando el pedido que le hiciera José Martí a su María Mantilla, en carta firmada el 25 de marzo de 1895.
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