Le bastaba al dúo de Marx y Engels una diferencia entre el salario que recibía un trabajador y el valor del producto que producía, para considerarlo explotación. Para ciertos “famosos” de hoy, como para sus seguidores, ganar solo un 12% de los $43 billones de dólares que produjo la industria musical en el 2017, es tal vez lo normal.
¿Que van ser explotados facturando esos cientos de miles al año y con tantos seguidores en Instagram? Lo “natural” es que los primeros que llegaron al pastel den la mordida más grande. Como natural que unos, cientos, miles… con talento y formación tengan ganas de compartir sus originales propuestas musicales y otros pocos, los “ahorradores”, tengan el dinero y la marca para seleccionarlos según su valor en el mercado.
Valor de cambio, y de cambiar paradigmas. Como ese mito de Gente de Zona que hizo al verdadero “eleguá” Descemer Bueno, relegar su condición de artista por la de asalariado en el negocio de la música.
Ni del vinilo al CD; ni del MP3 al streaming, pudieron los artistas librarse del abuso. Por cada mil clic o visualizaciones producimos y reproducimos al artista-mercancía. Como lo había advertido el siempre en zona Marx. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce; la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. Las grandes compañías tecnológicas crecen y generan enormes beneficios gracias a ponerle fácil a los consumidores que puedan llevar en su smartphone casi cualquier canción grabada en la historia, mientras que los ingresos de los autores y artistas siguen disminuyendo. Como cuesta menos y es más fácil consumirla, se consume más música en streaming y se desvalorizan más los artistas.
Creía el músico español Ignacio Escolar, por allá por el 2002 que la distribución de las canciones por Internet terminaría con los abusivos tratos que impone la industria discográfica a los creadores musicales.
Hoy, diez años después del lanzamiento de Spotify, los tres grandes emporios discográficos (Sony, Warner y Universal) reciben 14,2 millones de dólares al día de los servicios de música en streaming, mientras los artistas según algunos cálculos se llevan de media 0.0038 dólares por reproducción. Según su página web, en dependencia de varios factores - entre ellos el valor de cambio de la marca, pagan entre 0,0060 y 0,0084 dólares por stream. De ellos, los artistas únicamente perciben alrededor del 20%, el resto va para las grandes casas discográficas, que es a las que se dirige directamente para conseguir, por muy poco dinero, los derechos de autor (royalties) de las canciones. USA Today explica que los ingresos por consumo fueron de 20.000 millones en 2017. De esos, las discográficas se quedaron con 10.000 millones…de los cuales 5.100 fueron a los artistas.
Por ejemplo, por las 109.693.734 reproducciones que tenía hasta el 25 Mayo 2016 el tema de “La gozadera”, de Gente de Zona y Marc Anthony, se estimó un ingreso de 700.000 euros, de los cuales el dúo cubano podrían haber obtenido 142.601,85 euros aproximadamente.
Para algunos “famosos” las plataformas de venta online, lo mismo que las disqueras, son un mal necesario. Para ellos, a mayor reproducción en Spotify o YouTube, más publicidad y más dinero en taquilla, que es donde se gana más, aunque también los exploten productoras de eventos en vivo como Live Nation Entertainment, AEG Presents , OCESA/CIE y CMN.
Y claro que otros protestan ante tamaña injusticia. A mediados del 2016, 180 artistas de peso en la industria musical, como Paul McCartney, Taylor Swift o U2, firmaron una carta conjunta en la que exigían una reforma de la ley de copyright que regula el contenido online y que siguen servicios como YouTube y Spotify. Pocos días después, 1000 artistas como Lady Gaga y Coldplay firmaron otra petición, esta vez dirigida a la Comisión Europea, en la que se pedía prácticamente lo mismo.
Como ya me referí, un reciente análisis de 80 páginas coordinado por Jason B. Bazinet y publicado por Citigroup confirma lo injusto de esta distribución de ganancias. El 88% del capital del mundo de la música queda en manos de diversos intermediarios, como las discográficas, las empresas de streaming (Spotify, Youtube, iTunes, Tidal), las estaciones radiales, entre otros negociantes.
Eso explica que, entre los 10 cubanos más ricos, no se citen a músicos, sino a Emilio & Gloria Estefan, con su empresa productora Estefan Enterprise, y a Raúl Alarcón Jr, propietario de Spanish Broadcasting System, dueña a su vez de la WRMA Ritmo 95.7, cuyos dueños se enriquecen radiando cubatón. También que los reguetoneros cubanos suenen allí con coros como estos : “y por Miami la gente diciendo/ que me van a firmar por un millón” (Jacob Forever) y “no creo en chismes ni en los comentarios/estamos para hacernos desde Cuba millonarios” (Yomil y El Dany)
Un proceso condicionado por la concentración y transnacionalización de la industria musical. Y justificado como lógicos intereses, por los supuestos riesgos que corren al invertir en un disco, en un concierto, y en el marketing para constituir una marca como Gente de Zona o El Micha. Además de su “sacrificio”, la abstinencia a gastar su capital en otra cosa que no sea producir música.
Esta es la lógica que justifica que Marc Anthony y el también puertoriqueño Jaime Cosculluela, se queden como managers con cerca del 20 % de la parte que les corresponde a El micha y Henry Cardenas, respectivamente.
Alexander Delgado el líder de Gente de Zona ha sido bien elocuente al respecto. "Marc es un buen jefe y hay que contar con él para lo que sea, además de tener la última palabra” - dijo a EFE cuando firmó con la Magnus Media, la empresa de Mc Anthony que los representa. Durante su concierto en Viña del Mar expresó sonriendo: “Nosotros prácticamente nos hemos convertidos en medios básicos de la industria”.
Lo habían anticipado los de la Escuela de Frankfurt, T. Adorno y M. Horkheimer: Los actores y los productores de cultura son empleados cautivos de la(s) institución(es) (de la) industria cultural. “Todos se convierten en empleados, y en la civilización de los empleados cesa la dignidad”.
La realidad llegó a superar aquellas alegorías irónicas del alemán para describir la explotación y formular esa sustracción y succión de tiempo vital que el capital, en su “desmesurado y ciego impulso, en su hambruna canina de plus-trabajo”, ejerce sobre los que compra.
Las industrias culturales hegemónicas acumulan plusvalía financiera y también subjetiva. Pues estos “famosos”, funcionales formadores de opinión, afectos y percepciones, intermedian los procesos de recepción y consumo por los jóvenes de la producción semiótica del Capitalismo neoliberal. Con sus rituales de naturalización de los nuevos “fetiches”, diseñados para las contemporáneas tribus urbanas, pero bajo el mismo sentido modernista de dominar cultivando la “adhesión subjetiva a la barbarie”.
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