La Revolución Socialista no se completará sin la emancipación de los sentidos, sin las microrrevoluciones de la subjetividad. Sin que frenemos todos los procesos de minorización y marginalización que atraviesan el cuerpo social y el imaginario popular cubano. Hasta que consigamos subvertir todos los mecanismos de culpabilización y de infantilización que impactan en nuestros jóvenes, a través de las pantallas y demás reproductores de la racionalidad capitalística.
Hay que ir a la raíz de los problemas, de la violencia simbólica y de la marginalidad cultural; hurgar allí en el nivel en el que se articula efectivamente la construcción y (re)producción de las subjetividades. Donde el primer impulso y la primera ruedita de la maquinaria discriminadora, de todos esos mecanismos de punición que les interesa a las élites capitalistas para normalizar su jerarquía política y cultural, para hacer hegemónica sus axiomática de estigmatización.
Una sujeción que comprende la reificación del dinero, la cadena de los fetiches, y la entronización de un complejo de inferioridad en los subordinados, la cadena colonizadora. Es la reproducción en todos las mercancías audiovisuales del mundo “ordenado” por Disney, de “El Rey león” y de la implacable “Ley de la selva”. En el Mundo hay elegidos y hay un rebaño obligado a cumplir el mandato de los primeros, de los que están arriba en la colina.
Hay países desarrollados y países obligados a imitar a los primeros, a pretender su modernidad, ahora capitalista y neoliberal. Hay reparteros ricos, que amasan gruesos fardos de dólares y que ostentan lujosos carros, y reparteros que aspiran a ser como ellos. Famosos indecentes, en constantes “tiraderas” y que promueven la confrontación callejera en sus videos. Hay ostentadores y seguidores violentados con esta arroganciamediática, sin otro camino que la ley de la fuerza. Una racionalidad globalizada y glocalizada en nuestros barrios.
Una realidad que hay que revolucionar, con más ciencia que voluntarismo, con más consciencia y articulación. No es una cuestión de fincas, ni de improvisaciones. No es un reparto de culpas, ni de justificaciones. Cuando se trata de transformar la base estructural de la violencia simbólica en un país subdesarrollado y bloqueado. Cuando se trata de emancipar al homo sapiens mediante la expansión de su conciencia y de su sensibilidad; de “embridar” los instintos agresivos que heredó del mono.
La contrarrevolución se encuentra “anclada en la estructura instintiva”, nos lo dijo Marcuse en Un ensayo sobre la liberación. Urge tomar por asalto a la subjetividad, “cambiar la calidad de la existencia, modificar las necesidades y satisfacciones mismas”. Emancipar la naturaleza humana, no solo en nivel consciente del entendimiento, sino además, y con mayor empeño, en los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad.
Cultivando el buen Arte y al gran público. Promoviendo las subculturas populares que sobreviven bajo la amenaza perenne de ser fagocitadas por la dominante cultura de masas, la que nos llega con sus nubes radiactivas, por las distintas plataformas de las imperialistas industrias del entretenimiento. Con el servicio de los “famosos”.
Lo que necesitamos es liberar el “potencial subversivo de la sensibilidad”, “la recuperación de las fuerzas vivificantes” que hay en la naturaleza humana y que “son ajenas a una vida desperdiciada en actos competitivos sin fin”. Que son ajenas y se contradicen con esa “tiradera” constante y ese afán de facturar y ostentar que orientan el comportamiento de los “reyes” y “príncipes” del reguetón cubano.
El reparto no se va a extinguir, pero puede reconducirse; recuperarse como subcultura popular, como expresión de unas comunidades cada vez más cultas y prósperas, como aspiramos. Compulsando a sus exponentes a nuevas experiencias y transformando el gusto estético del público que lo consume, lo persigue y lo goza. A zafarse de la rutina reproductiva. Afinarse en otras cuerdas creativas, a nuevas cualidades estéticas sensuales, con nuevos deseos de singularidad. Hasta sincronizarse a vibraciones históricas que le sugieran nuevos rasgos de libertad y éxito personal.
La Revolución necesita ese nuevo reparto, para repartir y asentar nuevas percepciones, nuevos modos de socialización de la música y nuevos modos de significar las relaciones entre los artistas y sus seguidores, entre las instituciones y los emprendimientos locales.
Lo que aquí se dirime, repetimos, es cuál subjetividad se hace hegemónica, si la del ser y hacer el bien, o la del tener y ostentar.
Los imperativos económicos no deben poner en riesgo nuestra soberanía cultural. Los que aspiran ser ricos piensan y actúan según sus intereses. No esperemos que promuevan otra cultura, sino la dominante en el sistema-mundo, logocéntrica y neoliberal.
La introducción en nuestro sistema socioeconómico de nuevas formas de propiedad, amerita una actualización del ordenamiento jurídico que asegure el acatamiento de la política cultural.
La “dignidad plena del hombre” dejaría de ser el eje central de nuestra “cultura constitucional”, sino es hegemónica una socialística cultura empresarial. Si no fluye en consonancia intelectual y afectiva, existencial, con el sentido común de la mayoría.
En manos del Estado y de las instituciones deben quedar los medios fundamentales de producción semiótica. De propiedad social deben ser los medios de mayor alcance para la producción de la subjetividad; los de mayor poder para construir modos de sensibilidad, de creatividad y expresión; para socializar sentidos y orientaciones singulares, valores y marcos de significación distintos a los que promueve el Capitalismo Mundialmente Integrado.
No fueron meras manifestaciones de violencias simbólicas y físicas lo acontecido aquel sábado 8 de junio en las afueras de la Finca de Los Monos. No fue una película, ni ha de terminar con la sentencia a los que apuñalaron a 8 víctimas. No es un problema policial, sino de disputa micropolítica.
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