TikTok está cambiando las reglas de la industria musical. Con su “algoritmo de oro” ha impactado no solo en cómo circula la música, sino en su producción, su duración, ritmo y letra, la preponderancia de la marca visual o de la personalidad de los intérpretes, así como en el formato de los videoclips. Un poder que se acrecienta y que ha causado molestias, no solo a los mandamases de las discográficas, sino también a las élites imperialistas que van en camino de prohibir su uso en los EE .UU.
La plataforma de videos cortos nació en China en 2016 y es propiedad de la empresa ByteDance, dedicada al desarrollo de la tecnología de internet. Después de seis años de crecimiento hiperrápido, tiene el tercer mayor número de usuarios de cualquier red social, detrás de Facebook e Instagram (ambas propiedad de Meta) y por delante de Twitter, Pinterest y Snapchat.
La app empezó a popularizarse en 2018, cuando se fusionó con Musical.ly. Desde entonces comenzó a gestarse un paradigma que cambiaría la forma de distribuir música. Con unas señales “para ti”, sugerida por una maquinaria “ajustada” a la generación Z y centrada por la viralidad.
En 2018 el rapero Lil Nas X publicó un vídeo bailando la canción “Old Town Road”, que se hizo viral en TikTok, inspirando una coreografía que repitieron miles de usuarios en todo el mundo. La melodía se situó como número uno en la lista de canciones más escuchadas durante 17 semanas seguidas, un récord. Lil Nas X firmó un contrato con Columbia Records, ganó dos Grammy y se convirtió en una estrella global.
Como pasó con Billie Eilish, ganadora del Grammy al álbum del año, en la pasada edición. Otro caso es el de la artista británica PinkPantheress. Se cansó de subir sus composiciones SoundCloud, sin ninguna acogida, empezó a grabar TikToks en su casa y se volvió famosa. Solo después de que una de sus canciones se colara entre las más escuchadas del país, una discográfica decidió ficharla.
Incluso, hay sellos que pagan para viralizar vídeos. “La industria musical está pasando a ser un negocio más reactivo que activo, se entrega parte de la campaña de promoción a los fans, que se encargan de hacer lo que antes hacían los directores creativos”, explica Miquel Castany, consultor de estrategia en TikTok.
Y es que según una encuesta elaborada por TikTok, el 80% de sus usuarios afirma que esta es su plataforma favorita para descubrir nueva música. Los artistas ven en las redes la manera más sencilla y rápida para darse a conocer al gran público. Otro estudio de MRC Data, da cuenta de que el 67% de los usuarios de TikTok son más propensos a buscar canciones en servicios de streaming después de escucharlas en la red social china.
El 55% de los éxitos del Hot 100 de 2022 fueron virales en esta aplicación de vídeos, gracias a los retos (challenge) de baile en la plataforma de ByteDance. Algunas canciones superaron incluso los diez millones de vídeos, y cada uno de ellos acumula sus propias visitas, así que resulta imposible imaginar la cantidad de veces que esos temas se reprodujeron en total.Esta “tiktokización” de la industria favorece una “dictadura” de la música bailable, lúdica, infantil, las más propensas a hacer algúna coreografía o montaje con la canción. Se exacerba el facilismo y la música “provocativa”, con lenguaje explícito o soez.
"La naturaleza viral de TikTok ha llevado a un enfoque en producir 'momentos musicales' en lugar de canciones completas. Esto ha influido en cómo se produce y promociona la música, priorizando fragmentos que pueden generar retos o memes virales", afirma Gerónimo Marsico, CEO de TwinTune. "Nos inclinamos a un nicho como este teniendo en cuenta los tiempos modernos, en los que todo es rápido, urgente y efímero", añadió.
- Consulte además: Zygmunt Bauman, Tik Tok y la música cada vez más gaseosa (II)
La estrategia de adelantar en redes fragmentos de canciones aún no publicadas, para que los fans “calienten” el lanzamiento, se ha vuelto muy común. Así, los artistas y productores generan expectación, y, sobre todo, consiguen que sean sus “adoradores” quienes hagan el trabajo de promoción gratuita y muy efectiva; al subir sus propios vídeos (reacciones, bailes), que luego comparten con sus seguidores.
Un ejemplo concreto es el de Rosalía, con su última producción discográfica. Antes de que saliera Motomami, ofrecía cada semana un fragmento de una de las canciones, lo que generaba una discusión en redes entre fans y críticos. La cantante española tiene 33 millones de seguidores en TikTok y algunos de sus vídeos superan los 100 millones de reproducciones.
- Consulte además: El éxito musical: ¿métrica o estética? (II)
En consecuencia, los cantantes y músicos piensan más en cuán “viralizables” van a ser sus producciones que en su calidad. Lo que buscan son éxitos musicales instantáneos.
Se subvalora el proceso creativo, pues lo que importa es el resultado, encontrar una “atajo” para llegar a esa meta lo más rápido posible, ganar más con menos esfuerzo. Como todo tema es descartable, remplazado por el próximo hit, el artista puede prescindir del compromiso, con el Arte, con su propia carrera musical, con su público, o con su país.
Y como ellos, sus encantados seguidores, fans, adoradores, desechan todo tipo de compromisos, los vínculos afectivos, las relaciones, las tareas y sueños comunes, el patrimonio cultural o familiar, las ideas o valores que orientaron a las anteriores generaciones…, para cambiarlas por “lo nuevo”, por lo que está de moda en este instante, en la cresta “viral” de TikTok. Terminan confiando más en el algoritmo que en los conocimientos de un experto.
Antes, se escuchaban las canciones que se ponían en las radio, bajo determinadas políticas de difusión, normas morales y estéticas, las que recomendaban los críticos musicales, los periodistas especializados en la prensa escrita, radial o televisiva, o un amigo melómano; hoy, en cambio, las que recomiendan los algoritmos de las redes sociales.
Grandes masas de jóvenes, idiotizados con las redes sociales, escuchan lo que sea, sin filtros ni juicios críticos, sino lo que está de moda o se hizo viral. Vagan como zombis, sin la orientación de la cultura, cada vez más gaseosa. Las identidades se disuelven en un mar oscuro y revuelto, sobre el que se vierten a chorro mercancías culturales de dudosa calidad, a un ritmo vertiginoso, sin tiempo para a asimilarlas y valorarlas. Una gran ola que, como señalara sociólogo Zygmunt Bauman, los empuja a la “reinvención del mundo compulsiva, obsesiva y adictiva”.
Para Simon Frith , esta desmaterialización de la realidad ha producido cambios en la experiencia sonora, en la creación musical, en su difusión y en su concepto. La música está en todas partes, llenando vacíos silenciosos innecesariamente; convive con una industria que decide qué suena y qué no suena y que es arrolladora con lo que encuentra a su paso, ya que solo se interesa por la novedad con disponibilidad inmediata.
“En el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza”, resumió Bauman. Así pasa con todo criterio estético o ético, por los que antes se tamizaba la música. Educar no es responsabilidad de los artistas, tampoco enriquecer la sensibilidad del público, se desdeñan tales responsabilidades. Todo vale. No hay música “buena” ni “mala”, sino música que se “pega” y la que no, desechada en el “no existe”.
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