sábado, 27 de abril de 2024

El implacable, el que pasó…

Cuida lo que intentes hacer con tu tiempo, porque él sabe lo que te hará a ti...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 12/09/2023
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El implecable
Hablamos de matar el tiempo como si no fuera el tiempo el que nos mata a nosotros. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“¿Qué son esas botellas sobre el filo de la pared?”, preguntó una amiga la primera vez que subió al Nautilus. “Tiempo”, le respondí, enigmática. “En serio, chica. Veo que son adornos de naturaleza muerta; pero tantas… y tan distintas…”, insistió.

“Tiempo”, respondí de nuevo. “Recuerdos de momentos vividos, lugares visitados, amores que fueron o pudieron ser. La idea no es mía, sino de Arjona. Pasé años embotellándolos, hasta que el tiempo decidió embotellarme a mí, como un velero de esos que no sabes cómo sacar después”.

Como lo suyo no eran las metáforas ni las canciones de autor, respondió con un mohíno “¡Qué lindo!” y aterrizó sus sentidos en el café que acababa de poner en sus manos, preludio de confesiones más repetidas que las fórmulas de Corín Tellado, mezcladas con porno de baja factura.

Pasó un lustro antes de que volviera a saber de ella. Me la topé en una acera concurrida de la Virgen del Camino. Y lo de topar no es poético, sino concreto: casi la arrollo con mi bicicleta mientras ambas calculábamos utilidad y precios de las chucherías usadas que algunos venden por allí.

No faltaron en el breve diálogo palabras como “hijos”, “gordas”, “canas”, “mucho trabajo” y “padres complicados”, pero hasta ahí llegaban las similitudes de nuestros derroteros.

“¿Y tu esposo?”, preguntó dubitativa, consciente de mi acerbo de historias sin trascendencia mientras ella sobrevivía un típico combo de martirios mutuos con su único novio-marido-padre-de-los-hijos.

Se asombró al constatar que yo seguía con el último que me conoció, incluso en este año de pasar buen tiempo separados físicamente, primero por la operación de la madre y ahora porque le cuida la casa a una amiga de su adolescencia, que tras décadas de lejanía confió en él sus bienes para volar a reencontrarse con las hijas en otra latitud.

Yo también me asombré al saber que había roto con aquel neandertal que conoció en su primera escuela al campo y ahora andaba flotando con un hombre más joven, oriental y poeta repentista. Uno que le dedicaba décimas y la llevaba a conciertos y clubes, a campiñas y mipymes de lujo.

“Este año lo embullé a mandar poemas a varios concursos, a ver qué sale”, contó ilusionada, y mencionó entre otros el “Luisa Pérez de Zambrana”, que convoca la biblioteca de nuestro natal terruño y cierra el próximo 9 de octubre.

“En muchos se participa con un libro, en ese sólo con un poema o un cuento, pero de tema y formato libre. ¿Lo conoces? ¿Tienes de casualidad la convocatoria?”.

Por pudor callo que gané su primera edición, un par de décadas atrás. Por ética omito que soy jurado en esta vuelta, y cambio la conversación para evitar resbalones, aunque me hubiera encantado saber más del tipo que logró sacarla del pozo que cavó solita durante tanto tiempo.

Le doy el número de la biblioteca (7797-6525) y monto en mi corcel con la excusa (real) de que mi hombre me espera al otro lado del puentecito entre Juanelo y Lawton, para pedalear juntos el poco tiempo que nos deja la bruma de trabajos, estudios, maestría.

Miro el tráfico, y pienso cuántas botellas pudiera llenar con el polvo de este camino, que hice ya tantas veces por pasiones tan distintas, tan olvidadas… hasta que se destapa el recuerdo y sale el genio de la añoranza vana.

“Hablamos de matar el tiempo como si no fuera el tiempo el que nos mata a nosotros”. Ni recuerdo dónde leí la frase, pero me impactó por su veracidad. Si tuviera que reflejarme ahora en algún personaje de ficción, sería en el conejo blanco de Alicia.   

De mis ruedas brota la epifanía: mi amiga no es la única que gastó medio siglo cavando un pozo hacia un mundo absurdo, cargado de apegos y metáforas redundantes. ¡¿Cómo pasé de escribir poemas a juzgar los de otros?!

Cruzo a pie el puentecito de hierro, y mientras constato que la suciedad de las márgenes no detiene el correr del riachuelo, me hago una promesa silenciosa: dejar ir.

Suena abstracto, confuso, fácilmente excusable. Pero el río y yo sabemos de lo que se trata. Y espero que mi amiga de la infancia también.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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