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martes, 8 de octubre de 2024

Más bueno que el pan

¿Por qué la bondad resulta extraordinaria, y es más fácil creer en lo que se pudre o disgusta?...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 08/10/2024
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Hay otro modo de ser hombre, ser fuerte, ser deseado, ser pan.
Hay otro modo de ser hombre, ser fuerte, ser deseado, ser pan. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“Tu marido es más bueno que el pan”, me dice a cada rato alguna señora de mi generación (y de más también), de esas que viven cerca nuestro o participan en las actividades presenciales de Senti2Cuba por toda la Isla.

Casi siempre la frase viene matizada con un tono de reposado deseo, una mirada escaneadora sin mucho disimulo, y si son más osadas, de una caricia respetuosa, pero bien disfrutada, a los brazos peludos de este hombre que rebosa ternura, a pesar de su talla colosal.

Jojo ríe bajito, nervioso, y me mira con ojos de “esta vez si me di cuenta”, porque en ocho años juntos (los cumplimos el próximo martes, por cierto), ya aprendió a notar cuándo hay lascivia o sólo admiración detrás de esas acciones.

Lo crean o no, antes le lanzaban un piropo o lo vacilaban en su cara y él ni sospechaba por donde venía la cosa (aún le pasa, pero menos). Creí que sería en mi presencia, porque bajaba la guardia combativa, pero no: también si anda solo, y en las redes, la gente se deja llevar por la cómoda satería que emana de su presencia, su voz, su mirada, su forma generosa de encarar el mundo y su nada posada inocencia, porque ese fascinante aire de Alpha no violento es totalmente natural en él.

A veces no es consciente de cuánto afán despertó en una mujer (y en algunos hombres, sea dicho), hasta que empieza a hacerme el cuento de la conversación y yo sonrío, pícara. Entonces detiene la narración y pregunta: “¿Me estaban puteando, eh?”, y allá van las carcajadas de ambos, el abrazo rico y los suspiros de complicidad.

De verdad es más bueno que el pan… Y no quiero suspicacias con eso porque en mi panadería, La Luisa, en el límite entre los repartos reglanos Lídice y Unión, el “nuestro de cada día” es sabroso el 90 por ciento del tiempo, si no más.

A veces es taaan bueno que Jorge bromea con Pedro, el mensajero, sobre la duración de una supuesta “visita de arriba”, porque asombra el buen resultado sistemático del lugar, no importa origen de la harina o gramaje ajustado.

Lo que tienen en común Jojo, el pan de mi barrio y Pedro (otro temba buenazo interesantón), es que desafían de plano muchos estereotipos incorporados en nuestra cotidianidad, que de tanto escucharlos o verlos en la práctica son asumidos como si no hubiera otro modo de ser hombre, ser fuerte, ser deseado… ser pan.

¿Típico de los tiempos difíciles? Yo lo veo al revés: lo que malea a la gente, y a las cosas importantes, son los prejuicios floreciendo sin cuestionar, las justificaciones absurdas a todo lo torcido, engañoso, indigesto, agresivo, desconsiderado…

Tan adormecidos estamos, que la gente se sorprende cuando se llama la atención sobre los opuestos. Tan naturalizada vemos la malicia, que la bondad resulta sospechosa. ¿Conocen la historia del general chino que defendió una ciudad vacía con cien hombres ante un ejército de 150 000, vistiéndolos de paisanos y sentándose él a tocar un laúd ante las puertas abiertas?

Hace dos días pasamos en bici junto a La Luisa en un horario de descanso entre turnos, y por pura casualidad estaban casi todos los panaderos en el portal, tomando fresco. Obviamente noté la lozana juventud de la mayoría y gocé el encanto de esa mezcla de olor a hombres en plena faena y levadura en acción en el horno… pero opté por felicitarlos a viva voz por la calidad de su gustoso producto.

La sorpresa en sus caras, la modestia de sus sonrisas, la mirada entre sí, son indicios de lo poco que se les agradece su labor… porque lo extraordinario repetido suele perderse de nuestros radares, tan sintonizados con la crítica suspicaz o la sospecha siempre a la defensiva.

Entonces llegan hombres amables, calentitos y nutritivos como mi Jojo, y la gente desmoviliza suspicacias y se derrite con su blandura, que no enmohece ni pierde consistencia, porque los buenos, como decía Meñique, siempre ganan a la larga.    

Por si se lo preguntan, la historia del ejército es real y la maniobra funcionó: el enemigo se conmocionó ante aquella respuesta disonante, inesperada. El general era famoso por su ingeniosidad en el combate y el invasor sospechó un sinnúmero de trampas, anonadado por su pasmosa y feliz vulnerabilidad, así que se retiraron sin disparar ni un tirito y todo el mundo se salvó. Incluso la leyenda del invencible estratega.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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