sábado, 27 de abril de 2024

Porque tú lo dices…

Con suerte, llegarás a viejo. Con suerte, habrá alguien para velar tu bienestar, como hiciste tú antes...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 22/08/2023
2 comentarios
Intimidades 22 de agosto de 2023
“En la casa de los padres siempre hay espacio para los hijos, pero en la casa de los hijos no hay espacio para los padres". (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

De la noche al día, crucé el umbral de la fase cuidadora, no ya de mi hijo, que cumplió 25 años y es muy independiente (desde que llegó a los diez subiendo la Sierra Maestra), sino de mis padres: por fortuna vivos, voluntariosos y tan bien llevados como el tradicional mejunje de aceite y vinagre.
Jorge se estrenó hace unos meses en el nuevo rol con la madre operada de cataratas en Santa Clara. Esa vez todo salió bien porque doña Rina es una ceiba floreciente y muy considerada. Ahora la vida vuelve a angustiarlo con su papá biológico bajo tratamiento intensivo, también en el centro de la Isla, y además tiene bajo su vigilia, por ley y por amor, dos tías solteronas y un papá zoológico (el que lo crió, todo un personaje pintoresco), más la pareja de este.

En total, mirando hacia arriba, son ocho octogenarios, por ahora con el 70% de validez física y mental. En cambio, hacia abajo solo está mi hijo, en pleno despunte profesional, ya con pareja y casa propia, con probabilidad casi nula de darnos nietos en al menos diez años, y con su propio padre, abuela, suegra y abuelos políticos en ristra.

¡Y todavía hay quien cuestiona el asunto del envejecimiento poblacional en Cuba!

De todos esos retos soy consciente hace buen rato y, a pesar del desdén de nuestros viejos por el paso del tiempo, he ido preparando la casa para que mi propia decadencia natural no me destruya mientras cuido de ellos, y esa dinámica no dañe una relación tan especial con un hombre cuya paciencia y alergias he puesto a prueba en mudadas internas al menos tres veces por año en casi siete de estar juntos.

El último enroque, el de este fin de semana, nació de él (así de duro está el play off en casa). Como Viejo Loco se queda en Regla cada vez con más frecuencia, pero era imprescindible prepararle un espacio propio, seguro y sin interferencias en nuestra rutina de pareja, ya bien difícil de defender con la doña enfrascada en un plan de ayuda humanitaria al barrio a costa de nuestros recursos y (peor) de nuestro tiempo íntimo.

En consecuencia, Jojo le cedió al viejuco su cuarto y parte de su ropa (usurpados de facto). Mi hijo le dejó su cama y le instaló una ducha eléctrica en el baño que mi mamá soltó, junto con el sillón de madera, a cambio de recuperar el Nautilus como su morada final y de obligarnos a subirle un pesadísimo sofá para Maya (poooobechita la pastora), que se le quiere colar en la cama como los tres gatos.

A mí me tocó compartir habitación con Jorge (me gustaban más las visitas con malas intenciones y sin ronquidos), y para garantizar que el viejuco dejara trabajar o dormir, le instalé un flamante televisor en su cuarto para que se durmiera viéndolo… ¡el tete más caro del ejérrrcito libertador!

¡Ah! Por cierto: si se enteran de alguien que venda un reloj de pared me avisan. No importa si es de dos siglos atrás… lo suyo es saber si puede ir al banco o hacer la cola del pan.

En esos trajines andábamos cuando leí en el wasa de Senti2 una frase que compartió el fotógrafo camagüeyano, tomada a su vez de un maestro a quien admira mucho: “En la casa de los padres siempre hay espacio para los hijos, pero en la casa de los hijos no hay espacio para los padres".

Mi primera reacción fue de asombro, por todo lo que está pasando en nuestras vidas ahora mismo. Luego hice un escaneo mental de los muchos casos que conocí en el tribunal, y los del barrio, y las redes (el otro barrio globalizado), y con mucha tristeza tuve que darle al profesor un veredicto de con razón en parte. Lamentablemente, gran parte.

Mientras acarreo un montón de herramientas y proyectos de reciclaje para la biblioteca de casa, me viene a la mente otro comentario que escuché en la playa hace tres semanas: antes las familias eran tan numerosas que los padres viejitos se pasaban la vida como un tren, de estación en estación, y si alguno caía en un hospital había una lista de espera para cuidarle más larga que la de la Villa Nueva a fin de agosto.

“¡Eso es cloro, no alcohol!”, corro a quitarle la botella de las manos mientras río con poco disimulo. “¡Sí, claro, porque tú lo dices! Yo solo quería darme fricciones en las corvas… Deja que llegues a mi edad, bobita”, refunfuña, y se refugia en el cuarto-estudio del yerno, más comprensivo, según él.

Cuando nació mi hijo, mi padre me ayudó a hacer más segura la casa para él, sin inculcarle miedos ni criarlo en jaulas. Hoy nos toca devolverle el favor: “¿Davo? Necesito que vengas… Emergencia doméstica con el abuelo… Gracias…”.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 2 comentarios


Mimisma
 25/8/23 15:59

Así de dura están las cosas, mas confío en la buena organización que tiene usted en su familia, veo que lo tiene todo pensado, y lo que dijo su amigo sobre la casa de los hijos y usted corroboró se da en muchos lugares, pero también hay excepciones, por lo demás solo estar atenta, hay cosas que se irán resolviendo sobre la marcha, hay que tener fe, porque como dice el viejo refrán, la suerte es loca, y a cualquiera le toca.

David
 23/8/23 16:25

Leí la portada y me gustó el tema me gustaría me incluyeran en el grupo

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