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lunes, 25 de noviembre de 2024

Francisco Brines, ganador del Premio Cervantes 2020

El jurado lo calificó como el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondado en la experiencia del ser humano individual…

Laydis Soler Milanés
en Exclusivo 23/11/2020
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Francisco Brines
A sus 88 años de edad, Brines ha tenido una larga trayectoria reconocida en el mundo de las letras

La semana pasada se entregó el Premio Miguel de Cervantes, considerado el más importante otorgado a la literatura en español y en especial a los escritores iberoamericanos por el conjunto de su obra.

Este 2020 fue concedido al poeta Francisco Brines por “su obra poética, que va de lo carnal y lo puramente humano, a lo metafísico, lo espiritual, hacia una aspiración de belleza y mortalidad", según expresó el jurado del galardón.

En esta edición, el jurado presidido por el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, destacó la obra de su vida y lo calificó como “el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondado en la experiencia del ser humano individual, frente a la memoria, el paso del tiempo, y la exaltación vital”.

Al recibir la noticia, desde el balcón de su casa familiar en Oliva, Valencia, el escritor expresó que querría que los ciudadanos de esa localidad española recibieran el premio como algo suyo, como un logro y orgullo también del lugar en que nació y sus habitantes.

“La poesía es una poesía conviviente. Yo siempre escribo la poesía para mí, como lector, la recibo como creador y pensando siempre en los lectores a los que le llegará. Lo importante es que la poesía sea de los que la leen, así que estáis condenados a leerla”, expresó.

A sus 88 años de edad, Brines ha tenido una larga trayectoria reconocida en el mundo de las letras. Es licenciado en Derecho, Filosofía y Letras e Historia, doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia y ocupa el sillón X en la Real Academia Española desde 2006.

Ostenta además varios premios literarios. Entre ellos el Premio Nacional de Poesía de España por El otoño de las rosas (1987),  el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999) y el Premio de Poesía Federico García Lorca (2007).

Aquí les comparto algunos de sus poemas.

​La última costa

Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,
sepultada.
                   Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
                                  Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
                                                                         flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
                                            La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.
Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco
en el viaje aquel de todos a la niebla.

Causa del amor

Cuando me han preguntado la causa de mi amor
yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.
(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)
Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu
que siempre me mostraba en sus costumbres,
o en la disposición para el silencio o la sonrisa
según lo demandara mi secreto.
Eran cosas del alma, y nada dije de ella.
(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)

La verdad de mi amor ahora la sé:
vencía su presencia la imperfección del hombre,
pues es atroz pensar
que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,
y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,
su claridad, la dolorida flor de la experiencia,
la bondad misma.
Importantes sucesos que nunca descubrimos,
o descubrimos tarde.
Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,
movida luz, honda frescura;
y el daño nos descubre su seca falsedad.

La verdad de mi amor sabedla ahora:
la materia y el soplo se unieron en su vida
como la luz que posa en el espejo
(era pequeña luz, espejo diminuto);
era azarosa creación perfecta.
Un ser en orden crecía junto a mí,
y mi desorden serenaba.
Amé su limitada perfección.

Cuando yo aún soy la vida

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.
¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

Donde muere la muerte

Donde muere la muerte,

porque en la vida tiene tan solo su existencia.

En ese punto oscuro de la nada

que nace en el cerebro,

 cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,

ahora que la ceniza, como un cielo llagado,

penetra en las costillas con silencio y dolor,

 y hay un adiós sin nadie, que se dirige a nadie,

 y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita

 hacia lo negro.

Beso tu carne aún tibia.

Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido

en tus brazos,

 un niño de pañales mira caer la luz,

 sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo

 que habrá de abandonarle.

 Madre, devuélveme mi beso.


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Laydis Soler Milanés

Periodista, amante de la literatura y de la buena música.


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