Apología a las drogas, II parte

En 1996 Danny Boyle dirige una película que tanto por su estética como por el tema que tocaba creó una revolución detrás de sí: Trainspotting.

Trataba sobre un grupo de adictos a la heroína que no tenían ningún tipo de aspiraciones en la vida. Su único deseo era drogarse… una vez más. La cinta comenzaba con un Ewan McGregor muy joven que corría con un amigo (Ewen Bremmer) para evitar ser atrapado por los guardias de seguridad. Toda la vida de Ewan McGregor y el resto de sus amigos transcurría entre las drogas y las sucesivas violaciones a las normas sociales.

La  música –un rock psicodélico de gran calidad- acompañaba todo el tiempo al filme. Su punto más álgido, precisamente, el que hace inolvidable la cinta, es aquella vez en que todos los amigos de McGregor despiertan de un periodo de no se sabe cuántos días de drogas y descubren que el bebé de la casa ha muerto. Llevaban muchos días drogados y se les había olvidado darle de comer.

En esa escena la cara desencajada del bebé, que ha muerto de hambre, choca con el éxtasis en el que vivían sumergidos los heroinómanos. Un choque terrible que hace que la irreverencia y la iconoclastia que aparentaban los personajes cambien radical y absolutamente a negligencia e inadaptación social… cuando menos.

Diez años más tarde, Danny Boyle decide hacer una segunda parte a esta cinta. Si bien la primera estuvo basada en la novela homónima de Irvine Welsh, esta segunda, asimismo, se basa en una secuela llamada Porno que Welsh también escribió.

Aunque la cinta vuelve a contar con el mismo elenco de actores y la premisa musical se mantiene, la estética ya no tiene la misma fuerza… y sinceramente los actores, sin excepción, se ven un poco viejos y domados por la vida –algunos menos barrigones que otros- como para que sea creíble que se mantienen siendo los eternos irreverentes que aparentan ser. Nada más el hecho de estar vivos, llevando la vida que asumían en la primera parte de la historia hace que el argumento de T2: Trainspotting pierda credibilidad.

Pero Boyle sabe que no puede aspirar a una segunda parte con la misma calidad que la primera. Al parecer, no se puede hacer una película sobre la juventud y cómo puede esta desperdiciar la vida cuando ya no eres joven, cuando atesoras cada minuto.

Por eso T2: Trainspotting se conforma con ser un homenaje. Hay mucho que homenajear: nunca vamos a terminar de preguntarnos qué tenía esa primera parte, de 1996, que sedujo tanto. ¿Es porque era una apología a las drogas en un tiempo en que había mucho drama social y dramas de época? ¿Es porque tenía una fuerza telúrica, un canto al poder desaforado y arrebatador de la juventud?

Se temió mucho con la cinta del ´96. Se dijo que mantenía una postura incorrecta. Que si era el Apocalipsis. (Hay quien dijo que no, que era la Redención).

Hay quien dijo que lo era todo. Probablemente en su momento lo fue. Por eso ahora -diez años después- este homenaje, aunque como filme está tan poco logrado que ni merece demasiados comentarios, como secuela deja los corazones henchidos de nostalgia.