viernes, 19 de abril de 2024

Gibson y la ética del cine (Segunda parte) (+Video)

Diálogo con el espectador con la mirada en el filme dirigido por el actor y director Mel Gibson: Hacksaw Ridge...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 25/01/2022
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Hasta el último hombre-Fonograma
Mel Gibson es un director que ha generado su obra dentro del imaginario artístico que le permiten las historias inspiradas en hechos reales.

No observo a Mel Gibson como un perfeccionista en el arte de dirigir, sin embargo, admito que tiene la capacidad de perseguir y desarrollar un muy buen proyecto cinematográfico. Amén de que no es un artesano asiduo en el valle del cine independiente, ya que su imagen comercial lo identifica, sus obras son de remarcada maestría.

Hacksaw Ridge (conocida en los países hispanohablantes como Hasta el último hombre (2016), haciendo alusión a la gran hazaña del protagonista en la película, es un derivado de varias buenas películas de cine bélico, con explosivas y bien logradas escenas que nos recuerdan la entrada en Normandía en el filme Saving Private Ryan (1998) de Steven Spielberg y diálogos similares a la The Thin Red Line (1998) de Terrence Malick que humanizan al soldado, nos lo alejan de esa, tal vez, mirada sórdida y en ocasiones robotizada.

El filme de Mel Gibson no solo comparte una similitud técnica con sus antecesores, sino que esboza un ambiente emocional donde se reflejan las vivencias naturales de los soldados en un escenario de guerra real. El largometraje transcurre paulatinamente en su evolución, sin atiborrar al espectador con un argumento cargado de giros y subtramas, solo las necesarias para reflejar la vida de este héroe americano dentro del objetivo puntual de expresar su hazaña, manejada con sutileza, fuera de contemplar el resultado explosivo (armamentísticamente hablando) y dramático de cada escena.

En películas como esta, además, el espectador se siente alucinado por la maestría del montaje que juega con la pirotecnia y los efectos especiales. Sin embargo, la cinta prevista por Gibson reboza de una humildad entrañable que rememora filmes, nada similares al contenido primario de la película en cuestión, como: Silence (2016, protagonizada por el mismo Garfield en un performance espectacular), debido al tratamiento que se le otorga a la dicotomía declarada en el largometraje entre la religión y la guerra.

Hacksaw… transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, en medio del apogeo patriótico americano posterior al ataque en Pearl Harbor, donde muchos jóvenes imploraban por entrar al ejército y vengar a su país de dicha ofensa, defenderlo a costa de todo. En medio de esta situación nos encontramos con el noble y modesto Desmond Doss, encarnado por Andrew Gardfield (Boy A, The social network, Silence), quien sufre esta agonía (en un diseño del sentido de patriotismo que se hace reiterativo en este tipo de filmes) al ver partir a su hermano, a sus amigos y a varios de los hombres que componen su comunidad. Esto sucede así hasta que decide unirse al ejército de igual forma.


Fotograma de la película, Hacksaw Ridge.

No obstante, Desmond tiene la convicción de no tocar ningún arma. Su apego religioso, casi rozando el fanatismo, no le permite tener contacto con nada que pueda simbolizar un aparato de violencia. Esto le provoca ciertos percances con sus compañeros y jefes militares en su campo de entrenamiento, quienes, observando esta resolución del muchacho como algo insensato estando en un espacio de combate, lo boicotean a toda costa. Incluso, el mismo joven aspirante a soldado es llevado a juicio militar por dicha decisión personal. Salvado por su padre en posición de suplicante —quien es veterano de guerra y sufre todos aquellos traumas postguerra ahogados en la bebida y el maltrato doméstico—, alegando que las convicciones de su hijo son puras e intachables. Posiblemente por el mismo padre es que Doss haya tomado esa posición en contra de las armas. Así lo demuestran las sugerentes escenas vertiginosas del pasado, intencionalmente instaladas que descubren al padre no en su mejor momento y a Doss en el único instante en que se ve tomar un arma en toda la película.

Hasta aquí, dentro de la satisfacción personal de ver una buena película, la trama nos construye la personalidad de Doss de manera intachable, sin quejas. Opta por la perfección humana, difícil de encontrar en esos terrenos venenosos y zigzaguea entre el buen hijo, buen novio y buen humano, particularmente conveniente para el desarrollo del argumento (cosa que no entorpece la buena recepción del filme).

Ya en la guerra, siendo testigo de todo el mal humano en su apogeo, de las miserias, la tristeza, la desesperación, todo lo contrario a la vida misma, y la desconfianza mantenida hacia su persona por sus compañeros de pelotón; Doss se enfrenta a la gran batalla en un terreno dominado totalmente por los japoneses (que, por supuesto, figuran como los malos en contra de los estadounidenses que tienen la afición de hacernos creer su bondad en cada antesala bélica).

Se juzga el caos que podemos crear como especie, visto desde la fotografía (tomada por el director Simón Duggan). Aquí la intencionalidad de la cámara es impresionante. Cada rasgo es tomado con tal de hacernos la experiencia más vívida y los aspectos subjetivos más creíbles. Visto así, nada nuevo, no más destacable. Empero, cada plano posee la absoluta necesidad de contarnos algo, de expresarnos la realidad que contempla un ambiente tan poderoso como el filmado en Hacksaw… (Otorgándole verdadera voz, el sonido de cada detalle: Kevin O´Connell, Andy Wright, Robert Mackenzie y Peter Grace). Es en este turbulento escenario plagado por humo, rocas, túneles, rostros alterados o moribundos, con alto histrionismo y algún que otro slow motion escapado por ahí; donde no se escatima un instante para captar, dentro del desastre de la guerra, los increíbles paisajes. Bien aprendido por Gibson con su participación en The Patriot (Roland Emmerich, 2000).


Fotograma de la película, Hacksaw Ridge.

La cámara lenta también se utiliza para indicarnos la acción visceral y humana de Desmond Doss. Su autosugestión religiosa casi divina indica que el protagonista va a realizar, “debe” ejecutar una acción tan fuerte y pura como su propia convicción. El hilo conductor de sus principios te lleva a verlo de esta forma, se hace predecible. La importancia del deber religioso da una interesante noción del deber cumplido. Está destinado a llevar a cabo esa empresa. Realizando un milagro sin importar la amenaza, el desarrollo del óptimo sacrificio: salvar la vida del prójimo por encima de la de uno mismo, amén del terrible escenario bélico.

No obstante, la película simula que la pureza de sus actos casi nos haga olvidar que Doss es humano, que Doss siente y que el poder de su frase hímnica dejada a las manos del Señor: “Uno más, ayúdame a salvar uno más”, se hace endeble. Afirmando que el humano no es perfecto, no está en su condición animal ser perfecto. Lo mismo sucede al revés: “Lo que Dios te da, Dios te lo quita”. El azar del destino, como un acto instantáneo del karma a juego con la devoción y el mal obrar (viéndolo en un plano espiritual totalitario), funge como puente analítico que justifica el desenlace de la película. Lo cual no hace olvidar las acciones pasadas ni la influencia generada entre sus compañeros que lo adoran como símbolo de victoria y perseverancia después de sus actos y la suma valentía mostrada.

¿Qué se puede pensar de un hombre desarmado que ha llevado el concepto del “army man” a otro nivel de profundidad? Un personaje que, de carecer, nada, y de tener, humanidad. Dejándonos a un Desmond Doss herido de guerra tras realizar su tarea (sospechosamente “muy” heroica en este caso), quien se ha ganado el perdón, la tranquilidad y el merecido descanso. Permite respirar, lega la sensación que desea todo espectador tensionado por atmósferas de este tipo que son capaces de absorberlos: “De que todo va a estar bien, de que tenemos un final medianamente feliz”. Y que, como Desmond, puede irse a casa en paz.


Fotograma de la película, Hacksaw Ridge.

Con Hacksaw…, Mel Gibson se reencuentra con su público, quien, tras su película anterior (Apocalypto, 2006) había dejado mucho que contar. Aquí se hace de la mano con gran parte de todas estas fórmulas clásicas hollywoodenses utilizadas en el cine bélico que establecen un diálogo directo con los gustos y preferencias directas del espectador. Estas fórmulas atraviesan todo el cuerpo cinematográfico de esta obra. El público las encuentra disfrutables, muy usadas, sí, pero disfrutables. Debido a que, fundamentalmente, se identifican con sus personajes plagados de valores como actores sociales e influyentes dentro del ámbito del sacrificio, de la humildad y la razón. Como ya se mencionó, los pilares en que se basa la filmografía de este hombre.


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Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.


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