Al principio pensé que Gravedad de Alfonso Cuarón era una obra maestra, similar a lo que es y será por siempre 2001: Una odisea espacial, de Stanley Kubrick.
Ese plano secuencia inicial, donde las imágenes por sí solas, sin audio alguno, presentan los peligros rutinarios de la vida de un astronauta, resulta insuperable. La gravedad, o más bien la falta de esta, deviene cazadora constante y siempre a la expectativa en esta cinta.
Y el silencio, ese que acompaña los movimientos cadenciosos de la vida humana fuera de la atmósfera terrestre, es potente. Tanto, que tan solo gracias a los comentarios superfluos de George Clooney sobre lo atractivo que él es, puede el pecho desinflarse de tanta emoción contenida, de tanta belleza y tanto peligro conjugados en una misma toma.
Desde el punto de vista visual, Gravedad, del cineasta mexicano Cuarón —Gravity en inglés— tiene amplios puntos de contacto con El renacido, de su coterráneo Alejandro González Iñárritu.
Toda la crítica cinematográfica del momento tuvo que ver con la fuerza visual y la fotografía impresionante de El renacido. Pero no es la perfección técnica de una imagen lo que hace la belleza; sino su significación potencial como reflejo o símbolo de la emoción que el director desea capturar. Como sucedió con El renacido, Gravedad es para la posteridad un conjunto de imágenes perfectas, como si de colección de fotografía se tratase. Fotos de calendarios.
ARTE ES MÁS QUE ESO
En realidad el cosmos no importa demasiado para el enramado argumental de Gravedad. Siendo complemento objetivo, este es tan solo un mero escenario en la película. Porque, contrario a 2001: Una odisea espacial, esta cinta no va de disquisiciones filosóficas profundas —aunque ciertos atisbos de coqueterías con monólogos existenciales pudieran encontrárseles: ¡enhorabuena!—; es un filme que cuenta una historia de supervivencia… tal y como lo fue 127 horas, protagonizada por James Franco.
Gravedadno quiere descubrir ninguna verdad humana… ni probar ninguna tesis. No quiere hablar sobre el origen de los seres humanos o del universo mismo. Ni saber de dónde venimos ni averiguar hacia dónde vamos. No va de eso. No le interesan los misterios que entraña el universo ni hacer alegorías bíblicas. Como en 127 horas, se trata de sobrevivir. El ser humano en condiciones angostas, extremas… y la cuenta regresiva del tiempo que le queda para luchar por su vida. No importa si el escenario es un accidente entre laderas de montaña, una isla desierta en medio del mar, o el cosmos. La estructura de las películas de supervivencia es la misma.
En 2001: Una odisea espacial sí habían connotaciones metafísicas. Pero en Gravedad no. Hay oficio, maestría. Pero no hay cine de autor.
Que tampoco es nada malo ni un crimen. Quizás Gravedad no sea una obra imperecedera, que venza el paso del tiempo, que trascienda los avances tecnológicos y las modas, como sí lo hace 2001… pero, aún con la fecha de caducidad, que implica no ser arte entre las artes, es una película elaborada, obra maestra de la técnica.
El cine es arte, pero también es espectáculo. Gravedad —protagonizada por George Clooney y Sandra Bullock— es una película de grandes logros estéticos. Vista en 3D debe ser una delicia.
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