Aún era muy joven yo para tener noción plena de lo que era el universo de Samurái X (1994 – 1999). Tan siquiera para comprender que su nombre: Rurouni Kenshin: Meiji Kenkaku Romantan no tenía nada que ver con el facilismo titular allegado a su más notoria característica física (más allá del tratamiento de su personalidad misteriosa). Era una serie disfrutada como muchas otras que, sin embargo, mi generación no tuvo la opción más que la capacidad de ver. Sus pequeñas y últimas emisiones luchaban por ser mostradas al público joven cubano de principios de los dos mil, quien como yo se adentraba al mundo anime por primera vez.
Luchaba contra poderosos, gigantes exponentes de la idiosincrasia creativa japonesa, al igual que ella, casi tan fuertes como los mismos oponentes de Kenshin (protagonista de la serie en cuestión), quienes se disputaban un lugar en la transmisión mostrada aquí en Cuba, como son: Voltus V (1977 – 1978), Mazinger Z (1972 – 1973) (especímenes cero de la fantasía Mecha en el manga japonés), Los Gatos Samurai (Kyatto Ninden Teyandee, 1990 – 1991) - entre unos y otros -, algún Caballeros del Zodiaco (Saint Seiya, 1986 – 1991) extraídos por las vías no convencionales de televisión y Sailor Moon (Pretty Soldier Sailor Moon, 1991 – 1997) más adelante de la mítica y mismísima Ángel, la niña de las flores (Hana no Ko Run Run, 1979 – 1980). Series que captaban toda la atención de las transmisiones infantiles y por qué no, de los adultos también, conocedores o no. Mi juventud, el desconocimiento y la poca lengua nipona que poseía y aún poseo no me permitía conocer el increíble mundo que conforma este serial. Mientras nos embobecían (diciéndolo sin ser discriminativo, porque son series que marcaron mi vida de igual forma) Samurái X lidiaba con el dominio de la tradición japonesa hermosamente tratada en la imagen, superponiéndose al imperio de la cultura pop a escala global (y a la naciente tecnología en la animación, defendiendo de una forma u otra la capacidad de creación en animación Doga en el movimiento cultural en masa que genera). Y no es que no perteneciera a ella, sino que su enfoque tradicional histórico nos permite extrapolarnos hacia otros ambientes más profundos e intrínsecos del mismo Japón, y de la misma persona creativa de Nobuhiro Watsuki.
La mega productora Nexflix (nuestra vecina que nos otorga la sensación de que está en todas partes y no se pierde nada) nos confirió una última entrega de este universo. La película Rurouni Kenshin The Final Part 1 (2021) dirigida por Keishi Ohtomo (Rurouni Kenshin Saga, Museum, March Comes in like a Lion) brilla por su fidelidad a la serie y la similitud de sus personajes con las evocaciones que pueden surcar las memorias del mismísimo manga o del anime, dejando un buen sabor de boca a su paso. Filmada desde escenarios que apoyan la época de 1876 en un Japón que se enfrenta a la aproximación del desarrollo industrial, es donde se desencadena los eventos de esta cinta. Contando con un Himura Kenshin reivindicado al fin que lidia más placenteramente con sus internos y muy personales demonios del pasado. No obstante, la reencarnación de uno de estos demonios lo persigue. La persecución vengativa de uno de sus enemigos encabeza la trama de esta cinta que, a primera vista, se nos hace simple, mas, observamos la testarudez de un cierre final incapacitado por la misma persecución, por vilipendiar la presunta tranquilidad.
Fotograma de la película Rurouni Kenshin The Final Part 1
La venganza toma papel principal en esta película. Una venganza simple, conceptualmente vaga, solo el mismo desquite por el dolor causado. Esta, como usualmente sucede, se expande más allá del mismo deudor, sino a sus seres queridos o el mismo lugar que le ha dado la comodidad o la tranquilidad (cosa que es lo que generalmente ansiaba el protagonista al apartarse del camino de “hitokiri” – asesino).
La venganza, aquí personalizada por Enishi, un líder de la mafia de Shangai perteneciente al pasado de Himura, no desea equilibrar la balanza – propiamente dicho en el sentido de la justicia tomada por las manos – más bien trabaja sobre la capacidad de inferir el mayor dolor posible sobre los conocidos del deudor para retomar la reparación de la salud y del sentido de justicia. Amén del placer que pueda causar esta, el fin justifica los medios. Esta misión causada por la pérdida, la pérdida de un ser querido que ha envenenado a la persona, que lo subyuga a las profundidades de un mal posible y hegemónico. Una pérdida, en fin de cuentas que hace desestimar los límites de la superación, del perdón y de la posibilidad continuar viviendo en paz y confiriéndole paz al prójimo.
Aquí, más bien en este largometraje como en la serie misma, fluctúan varios argumentos que chocan dentro y fuera de la misma idiosincrasia asiática. La necesidad de existencia de la oscuridad inmersa en la luz, y en ciertos casos, al revés. El bien y el mal, la vida y la muerte, venganza y reivindicación. Son conceptos de la religión y la cultura misma donde en la enseñanza de la búsqueda de entregar la otra mejilla, se sueltan cabos que desencadenan turbios problemas, que, cesan en esa misma paz que en un principio se determinaba.
A veces puede ser confundido por la lucha de una supuesta independencia que generalmente toma mayores envergaduras, cosa que no está errada, para nada. Sería la independencia del dolor. Ambos, protagonista y antagonista batallan por lo mismo, por librarse del peso del pasado, colisionando por las diferencias de objetivos y metas entre algunos tintes de violencia y acrobacias bien orquestadas y las buenas técnicas marciales que rodean este tipo de cine. Explotando sobre todo el uso y dominio de efectos especiales que hacen del espectáculo una inmensa obra de arte.
Fotograma de la película Rurouni Kenshin The Final Part 1
Estas artes marciales y usos diversos de las clásicas armas japonesas son magnificadas con un espléndido juego de cámaras. Esta afirmación toma cierta energía cuando su forma de actuar dentro del histrionismo nipón y las habilidades cinematográficas empleadas en su desarrollo hacen una alusión directa a pinceladas del cine de Kurosawa (Rashomon, Yojimbo, Akahige) que tanto influyó en el cine mundial. Me fue particularmente placentera notar aptitudes en el dramatismo actoral que me recordaran a un joven Toshiro Mifune (Yoidore Tenshi, Shizukanaru Ketto, Warui yatsu hodo yoku nemuru) en películas como Shichinin no samurai (Los siete samuráis) o Yojimbo (El Bravo). Cintas donde el actor despliega toda su potencia dramática y nos entrega el poder que llega a tener la verdadera encarnación de un samurái. Sus convicciones, principios, cultura, tradición y religión.
Lo divertido yace en la inquina de llevar el particular melodrama y estilo del anime japonés a la pantalla, a la forma de diseñar estas películas. Hace la entrega algo especialmente dantesca. Y más, si le sumamos lo culturalmente poético que se hace todo cuando los paisajes de un Nipón tradicional y conservador es minado por los despacios pasos de un desarrollo inminente. De un Japón invadido permisivamente por culturas y religiones occidentales. El pleno choque cultural entre dos mundos.
Tratando este conflicto histórico y social, la película dialoga por no perder el pragmatismo y la solidez de su argumento. Donde, además, la acción no empaña el abanico de doctrinas que marcan a sus personajes. Doctrinas que son estipulaciones del mismo enraizamiento cultural que se extiende a lo largo del Japón actual. Presentándolas en otras series famosas como serían One Piece (1997…), Bleach (2001 – 2016) o Naruto (1999 – 2014) y la lista podría continuar. Series donde la protección del prójimo, el valor de la amistad, el trabajo en equipo, el significado en la vida de los “nakamas” (compañeros), la humildad, y la disciplina que se destaca en todos los territorios asiáticos son alzados.
En el caso de Samurái X, en particular de Himura Kenshi, la exaltación de las buenas obras se nota en el abandono de ese mal que perjura, de la personalidad que esclaviza el “ego” como soy, como ser y es dador de dolor. Con la simple simbología que resuelve la aclimatación de la escena y aumenta la simbiosis de personaje - personalidad, cosa que destaca también en el filme. La esperanza de las buenas acciones en la compañía adecuada junto a la superación del mal que aqueja al lado del ser querido. Esto es representado de dos formas diferentes, a simple vista. En la persona tímida y cándida de Kamiya Kauro que abarca todo el nuevo universo de bondad de Kenshin. Por otra parte, la espada sin filo de Kenshin, que denota el comienzo de la búsqueda para alejarse de la propia amenaza que podría ser él mismo para sus seres queridos, junto al miedo que siente por su ya oculto ser: Battosai (el destajador), como demonio asesino inmerso en otra parte de su personalidad.
Esta nueva entrega de Samurái X persigue la encarecida esencia de un manga diseñado para hacer honor a las costumbres y artes marciales de las antiguas dinastía que se reflejan en la serie. Completándose con bellos paisajes y de una forma de decir, “shakesperianos” personajes que se complementan dentro de la trama. Resaltando el poder de la reivindicación de un carácter inestable por la complejidad personal de otros. Todo por un bien común.
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