Los Grammy Latinos se acaban de entregar y hay cinco artistas cubanos que se alzaron con el lauro. Más allá de que en otras ocasiones el evento haya caído en la trampa de la politización, la academia de la música sigue siendo un medidor importante para todo aquel que se interese en este sector, ya sea por afinidad profesional o como aficionado. Sin embargo, existen inconformidades en torno a que medios cubanos solo le dieron promoción al triunfo de Síntesis. Cuba es una Isla musical y posee el talento que ya quisieran muchas otras tierras. Eso se ha evidenciado en todas las entregas anteriores de los Grammy en las cuales el maestro Chucho Valdés por ejemplo ha sido galardonado hasta la saciedad. No es solo la política lo que ha guiado esta vez la premiación, sino el justo reconocimiento a la obra de cubanos que poseen una larga trayectoria. Por ello, de existir la voluntad de elidir a unos y mencionar a otros, tal cosa seria criticable. Máxime si acontece en nuestros espacios.
Pero más allá de eso, en estos años ha sido evidente la voluntad de Cuba como política cultural junto a los ganadores de los Grammy. Prima el acompañamiento de las instituciones y en muchas ocasiones eso se ha traducido en ayudas en concreto con los viajes y los trámites para recibir el lauro. Amén de trabas impuestas por el propio bloqueo, la academia y la Isla poseen una relación viva e intensa. No sería bueno que todo ese esfuerzo quedase borrado por simplemente no mencionar a unos cuantos de los premiados. Los cinco cubanos que ganaron el Grammy son nacidos aquí y deben tener al menos esa mínima promoción. Es lo justo, es lo noble.
Cuba ha sido objetivo de una intensa guerra cultural que incluye el uso de la música popular y de símbolos. Eso se ha evidenciado con las últimas premiaciones en las cuales se vio cómo hubo otros intereses sopesando sobre la academia y sus decisiones. Caer en la trampa y contestar con omisiones de nuestra parte es una mala estrategia. Es cierto que algunos de los cubanos que han pasado por el podio no son afines al proceso social y político que eligió la gente, pero nuestra grandeza está en sobrepasar la diferencia, reconocer la obra y criticar las posturas que se apartan de lo noble y lo bueno. Así se nos enseñó desde que la política cultural cubana se estableciera como centro del accionar de las instituciones musicales. El uso por parte de los centros de poder de los artistas, de los discursos populares, de los signos y demás elementos; ha tenido un impacto mayor con las redes sociales. Se sabe que el consumo sobremodula los efectos de la dominación cultural. Hay un adormecimiento en quienes asumen de forma acrítica este panorama. A eso no debemos renunciar, sino que debemos hacer la crítica con inteligencia, con tino, con el conocimiento que nos caracteriza como país.
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Los Grammy marcan el devenir del arte en el continente y en el mundo, pero por eso mismo nuestra relación con ellos tendrá que ser estratégica, como conviene a una guerra cultural de posiciones, en la cual el enemigo posee las armas más sofisticadas y nosotros solo la chispa de la humana razón. Es cierto que la academia no dejará de ser un sitio donde se produce ideología neoliberal de mercado, en la cual se subsume el buen gusto y se paraliza todo gesto de inteligencia. Pero más allá de los premios está la realidad del talento nacional, venga de donde venga. Y por supuesto que se debe ser consecuente con ello. La vida cubana no solo acontece en el territorio geográfico sino que es un proceso mucho más global, máxime luego de las redes sociales. Nuestra cultura nos une en la diferencia, nos distingue por encima de los retos que se nos impone desde la política y hace que la Isla prevalezca. Se obra más desde la unión que desde otras posturas. Y en el campo de la cultura tendrá que prevalecer la diversidad.
Desde Palabras a los Intelectuales, nuestro accionar ha sido el de la inteligencia y la estrategia para vencer los escollos de la guerra cultural. Martí nos mostró el camino en su vida intelectual, conviviendo a veces con enemigos y siendo siempre la mar de astuto y de brillante. A eso nos referimos en el caso de la batalla que implica sostener el nombre de Cuba en los Grammy. Porque no solo es que esté representada nuestra Isla, sino merecer esa luz de nuestros artistas, darles un justo sitial y hacerles a esos creadores el debido reconocimiento. Nada de eso implica que bajaremos nuestra bandera soberana ni que prostituyamos posturas, muy al contrario, el país da así muestras de su grandeza, de su convivencia con el otro y de su identificación con los procesos más complejos y diversos de la identidad cultural.
Los Grammy poseen la fuerza del mercado, pero Cuba cuenta con la cantera humana, con el fuego nutricio de una tradición envidiable, la cual tendremos que cuidar. No podemos existir por fuera de este mundo globalizado, pero sí criticarlo desde la brillantez del conocimiento. Tenemos que participar en este universo, hacer que esos espacios nos reflejen y no que nos excluyan. La guerra cultural de posiciones implica no quedarnos en silencio, ni silenciar a otros. La organicidad del proceso, además, nos lleva a asumirlo como un reto en el cual las personas interactúan con lo cubano, lo transforman y lo viven como esa entidad que no es estática, sino divergente, conflictiva, siempre en ebullición.
Esta es una guerra de estrategias y de posiciones, de trincheras y de movimientos inteligentes. Aquí se decide lo que somos y lo que otros quieren que seamos. Es una cuestión de ideología, de procesos constructivos, de políticas de inclusión y de participación. Así se concibe la realidad cultural, desde su ala más progresista y armoniosa, y no desde la parálisis, por ello no caben exclusiones ni silencios de nuestro lado, porque nos cuestan demasiado. Es mejor la asunción del conflicto, no evadir el conflicto. Y en esa dinámica, la música es una identidad que nos ilumina el rostro, nos coloca una señal por encima de las aguas del Caribe y nos dice que los Grammy también son nuestros, de nuestros artistas.
Cuba seguirá yendo a los premios de esa academia y será una Isla diversa, musical y creativa, la tierra de la maravilla y del amor. Pero hay que contar toda la historia, apropiarnos de la narrativa real, hacer que nos funcione dentro de nuestra lógica y no entorpecerla. Los cinco cubanos que ganaron esta vez en los Grammy forman parte de una cosmovisión que nos abarca, de un universo que se globaliza y que nos explota delante aunque no lo queramos. Hay que mencionarlos todos, hay que asumir el reto ideológico y dar la batalla cultural. Solo así se domina la inmensidad del símbolo y se evita que toda esa fuerza venga contra nosotros.
A la nación que gana en los Grammy hay que quererla toda, tanto como respetamos a los artistas. Eso es lo noble, lo honesto, lo bueno, lo sano. Así se traza la real estrategia de lucha, así ganamos cada una de las grandiosas partituras de la historia. Con la música de Cuba hay que contar.
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