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jueves, 3 de octubre de 2024

Cuba en la sinfonía inconclusa de la luz

Los fantasmas del arte habitan el presente de un país que se narra mil veces, sin que el ciclo se detenga jamás…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 11/11/2020
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Cine ilustración
El audiovisual describe las líneas de un país en su más onda naturaleza

Mucho ha pasado desde que el primer cinematógrafo abriera sus puertas en Cuba, quizás ni sepamos si aquellos primeros avistamientos causaron pavor o sorpresa en los criollos de entonces; solo tenemos el hecho concreto de que una curiosidad por la imagen en movimiento aún nos acompaña. Desde la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, hasta la Protesta de Baraguá, los cubanos hemos querido que la historia nacional, el alma de la cultura, queden atrapadas en el celuloide. Y no solo se trata de la figura en movimiento, sino del sonido, banda sonora del vivir cotidiano.

En uno de los pasajes más memorables del cine, Fina García Marruz dijo, acerca del filme “Martí, el ojo del canario”, que era uno de los silencios más elocuentes que ella hubiese escuchado. Se refería al final de la película, cuando el joven José Julián se queda quieto en su galera, preso con dieciséis años. ¿Cuántas veces los cubanos nos hemos quedado sin palabras para describir nuestra historia? No en balde el Apóstol es, en palabras de José Lezama Lima, ese misterio que nos acompaña.

El audiovisual describe las líneas de un país en su más onda naturaleza, recorre los riachuelos internos y subterráneos de un conflicto perenne y en constante reformulación. No sólo se trata del asunto épico, sino de una lírica que en su elocuencia no ceja en el empeño de que todos seamos poesía. En otro filme, “Madagascar”, aparecen los silencios del más crudo periodo reciente, los años noventa, con su escasez, su crisis de identidad, su viraje histórico. Uno de los personajes, mientras camina hacia el centro de trabajo, se iba preguntando “¿y yo qué hice mal?”, un parlamento que lleva intrínseco el acto reflexivo de nuestra propia cultura. Jamás dejaremos ese camino, azaroso, que como pequeño país nos toca, el dictum que nos aqueja y hace mejores y grandes en el contexto mundial. Imagen y sonido vienen a Cuba para mostrarla tal y como es, en un reflejo propio de los descubrimientos mágicos del cinematógrafo.

La cultura no existe para un fin únicamente lúdico, sino que nos interpela, como si fuese alguien que a mitad del camino viene a cuestionar nuestra dirección. Hay un fantasma fabuloso y sabio en cada hecho artístico, ese que habla sobre la genealogía moral de este país, el mismo que dice de las tantas ocurrencias de un ser colectivo que a cada paso se manifiesta como el suceso que es. No dejemos escapar los instantes de iluminación, siquiera permitamos que alguien nos diga que ha sido en vano. Vayamos, por el contrario, al filme “El siglo de las Luces” para apropiarnos de la metáfora de la columna que se cae, usada por Carpentier y Humberto Solás como una interrogante sobre el destino de una causa trascendente: ¿habrá algo firme y constante en este mundo?, por supuesto que las grandes epopeyas y creaciones jamás permanecen intactas y que sufren y se benefician de la reconstrucción de los tiempos. Los hombres vamos como obreros de algo mayor que nos comanda a la vida compleja y en ocasiones destructiva. La columna que aparece en estas obras nos dirige hacia las catedrales europeas, los templos de la firmeza y la luz, que de pronto se incendian, barriendo toda noción de perenne destino histórico. La imagen y el sonido aparecen en nuestra cabeza, con los trozos de la cornisa cayendo en picada, las piedras esparcidas, el momento que destroza el orden y resquebraja cualquier equilibrio o estabilidad

Tales son las funciones del arte, la de interpelar, la de interrumpir la banal existencia para que entre la historia en nuestras vidas. En Cuba, los monstruos de la creación van desde las leyendas tejidas en torno a la visión de Heredia de las Cataratas del Niágara, todo un cortometraje con sus ondulantes escenas fantasmales, hasta la más reciente furia por el cine más crítico, de irreverencias tan sonoras que parecieran no caber en el formato de una cinta, sino que apuntan hacia renovaciones formales y de concepto. No hay rupturas, no existe en el país un vacío, sino que ha sido la constante esa columna que cae y que debemos volver a erigir. Nuestras catedrales, a diferencia de las europeas, son invisibles hasta que las llevamos al cine, la televisión, el arte.

Nos preferimos en proceso de ebullición más que petrificados en el objeto de bronce, somos más de fuego que de agua y que sólidos. Cuba no pudiera empaquetarse en ninguna forma, las vanguardias aquí son nebulosas que dan a luz a las más increíbles criaturas. Hay cinematógrafo en la literatura, en el teatro, en la poesía. Las novelas de Carlos Loveira se pudieran comparar con las mejores facturas mundiales del celuloide. Somos, desde los inicios, muy cercanos a ese universo que se mueve entre el fantasma y la verdad y que pierde sus contornos para que veamos mejor el proceso, el traspaso de la luz a lo oscuro y viceversa, en un ciclo eterno de creaciones.

A Cuba no conviene que la atrape un solo filme, así, por ejemplo, en la cinta “Lista de espera”, la metáfora es el sueño, en el cual todo acontece, todo se resuelve en felicidad, siendo tales los alimentos a una vida de escasez y anhelo. Cuando viene el despertar, los personajes quedan impactados, ya se dio el traspaso del fantasma al ser. Así pudiéramos describirnos, hacia esa transición que sucede en su más pura forma cuando vamos al cine y de la nada surgen las luces. Pero solo el gran concierto coral de las artes, que va más allá del audiovisual, pueden reflejar esa Cuba.

La metáfora de la columna ideada por Carpentier nos acompaña, como una imagen del cine silente: los trozos de piedra caen, pero debemos imaginar el estruendo, la conmoción, el significado, las implicaciones históricas. Los cubanos somos así compelidos al más alto nivel de creatividad: el de la mente. Tendremos que resolver, con esa savia que nos distingue, las tantas variaciones de un mismo tema: la nación. Ello recuerda el halo de misterio que envuelve a grandes pasajes del arte, como “La sinfonía inconclusa” de Franz Schubert, que inicia con un llamado a algo que nunca aparece. El fantasma, la fábula, son las maneras en que los genios conversan con la luz.

En realidad, nuestra herencia se remonta al pasaje en que Homero describe el escudo de Aquiles y leemos que incluso allí había sonido y movimiento, a pesar de tratarse de un objeto sólido, hecho de metal y para la guerra. Recordemos que, en aquella obra, también hemos estado como país, muchos miles de años atrás, cuando nadie imaginaba que el traspaso del fantasma a la luz del cinematógrafo fuese un hecho cotidiano.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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