Cupido en la pantalla grande

Las últimas entregas del ICAIC no son aptas para catorces de febrero. Irremediablemente juntos, de Jorge Luis Sánchez, acuchilla la pureza de un amor de adolescencia con problemas de raza, el “irremediablemente” genera destrucciones de todo orden, salidas de la universidad, divorcios y crisis de fe para lograr llegar al “juntos”; pero una vez que la pareja ha vencido estos escollos se nos anuncia el comienzo de otro mayor, justo en el desenlace del filme: el de la lucha rutinaria por salir a flote en una economía de aguas mansas, que como todos saben son las peores. Con ese signo de interrogación sobre el futuro comenzamos a preguntarnos si el amor, lo que se dice amor, puede existir en tiempos de tormenta.

El matrimonio protagonista de La película de Ana, de Daniel Díaz Torres, se ha respondido que sí durante los momentos de mayor estrechez, pero una vez que el dinero toca a su puerta, termina descubriéndose las oquedades de su tronco. Se le da más bien a la pareja compartir las lágrimas que el éxito.

Y si de lágrimas compartidas se trata es indispensable mencionar Penumbras, de Charlie Medina, donde la escasez de vivienda y la pobreza salpican de decadencia las almas, y los amores nacen condenados a la extinción por la falta de techo.

Para ser francos, el asunto viene desde muy atrás. Nos cuestan un poco los finales de “felices para siempre”. Humberto Solás, que ha sido uno de los directores que más ha trabajado el melodrama, cuenta con una larga lista de romances trágicos. Las tres Lucías y su Cecilia Valdés, por ejemplo, mantienen una relación tan llena de conflictos con sus hombres que hasta locura y derramamiento de sangre hay de por medio.

Nuestro otro director icónico, Tomás Gutiérrez Alea, con sus protagonistas masculinos y cerebrales, solo concibe intercambios de carne y sudor, hay muy poco de espíritu en el eros de sus filmes, salvo, quizás, en Hasta cierto punto, donde Mirta Ibarra llega a su propia moraleja respecto al machismo, después de tropezar con un hombre casado. Y ¿qué sucede con la pasión no correspondida de Diego en Fresa y chocolate?

En un autor alternativo como Jorge Molina, la mujer se convierte en una verdadera amenaza sexual, capaz de desvirtuar cierto equilibrio innato del género masculino. La Caperucita de su Molina’s Feroz se las trae. Así, inocente y frágil, da más miedo que el lobo. Y en Molina’s Test queda probado que no existen altruismos por amor cuando uno está bajo tortura.

Clandestinos, de Fernando Pérez, quedará como uno de los amores épicos más intensos del cine cubano. Se nos cuenta, sí, la lucha de unos jóvenes contra la dictadura; pero esta película será siempre una historia de amor, con el primer encuentro de él y ella, la salida, el baile, el hijo…

Asimismo, nos queda un pedazo de los 80 para convencernos de que la tercera edad también puede recibir la visita del arquero enano en Los pájaros tirándole a la escopeta; o que dos clases, dos razas, dos jóvenes, pueden renunciar a los prejuicios, hacer las maletas y partir a la Isla de Juventud a construir futuro.

Por suerte, siempre tendremos al dúo de María Silvia y Elpidio Valdés para convencernos de que no importa cuán machista pueda ser un guajiro mambí, la mujer seguirá siendo su punto débil; para terminar cada batida con los españoles con un triunfo también del amor entre ellos dos y la promesa de un “hasta la vista, compay”.