René Villarreal, quien durante tantos años sirviera como hombre de confianza, más que como mayordomo, a Ernest Hemingway, ha muerto. Falleció el pasado domingo 5 de octubre, en New Jersey, Estados Unidos.
El sábado había estado soñando con la Finca y en sus sueños recordaba aquella etapa feliz en la que sus hijos, aún pequeños, correteaban y jugaban en el escarpado terreno de la Vigía.
René emigró hace muchos años. Miss Mary, Mary Welsh Hemingway, la viuda del escritor, corrió con todos los trámites porque ella quería mantener a René cerca de ella. Primero viajó a España, donde permaneció un buen tiempo. Y, a pesar de que Miss Mary le enviaba una cantidad de dinero para que hiciera frente a la vida en la península ibérica, René trabajaba para solventar los gastos y la manutención de su familia. Él era un hombre de trabajo, no estaba acostumbrado a que el dinero cayera, como el maná, del cielo.
Posteriormente viajó a Estados Unidos y se radicó en New Jersey. Mantuvo sus contactos con Miss Mary y, una vez enrumbada su vida, no permitió que esta continuara enviando una pensión.
He mantenido contactos con su familia, que reside en San Francisco de Paula, desde 1980. Conocí a sus hermanos Luis y Oscar. También a Nilda, la única hermana que tuvo. A sus sobrinos. Pero para mí, en aquella lejana década de los 80, él continuaba siendo un personaje del cual me hablaba la familia y conocía a través de viejas fotos de archivo. Un domingo a inicios de 1985, me encontraba trabajando en la oficina del Museo Ernest Hemingway. Descubro a través de las ventanas de cristal a dos de los hermanos de René. Junto a ellos había otro hombre, muy parecido a Luis, pero su tez se mostraba mucho más clara que la de este.
De inmediato abrí la puerta y fui a saludarlos. Y la sorpresa me invadió. Oscar, amablemente, dijo, al desconocido, aunque familiar por su aspecto: “Ella es la directora del Museo. Desde que llegó aquí todo ha cambiado. A ella sí le interesa conservar la Finca y la casa de Papa”. Confieso me sentí turbada ante esas palabras, aunque no niego haberme sentido halagada.
Y continuó Oscar: “Gladys, este es René, el hermano nuestro del que tanto te hemos hablado y que tú tienes tenías tanto interés en conocer”. Realmente, la sorpresa me electrizó. Estaba parada frente al hombre que, desde niño, había compartido aquel espacio de Finca Vigía con el escritor.
Intercambiamos unas palabras de rigor. Lo invité a tomar café y a recorrer la casa. Juro que no me encomendé ni a dios ni al diablo. Sabía que no rompía con ningún código deontológico. Tal vez fue una decisión osada para la época. Pero fue un impulso irrefrenable. Ese hombre era digno de todo mi respeto tanto desde el punto de vista profesional como personal.
Conocía de las dificultades afrontadas por otros colegas que trabajaban ya en el museo la primera vez que René lo visitó, luego de su salida hacia España, en la primera visita que realizara a nuestro país. El director, en aquel entonces, les informó que no podían recibirlo y mucho menos permitir su entrada al interior de la casa. Sin embargo, aquellos colegas lucharon hasta conseguir la autorización necesaria y pudieron conversar con él y hacer un recorrido por la casa principal.
La casa y sus construcciones aledañas habían sido objeto de una restauración general entre los años 1982-1984. Había reabierto al público el 21 de julio de 1984. Cuando penetramos en ella yo llevaba en la mano una libreta de notas y un bolígrafo. Se lo presenté a las veladoras. Muchas lo conocían porque la mayoría de ellas había nacido y crecido en San Francisco de Paula.
Recuerdo haber introducido nuestra visita expresándole que yo no iba a impartirle una visita dirigida. Estaba allí como su alumna y para que él enmendara cuanto error encontrara en la colocación de las piezas museables. En ese instante él dictaba su clase magistral y yo escuchaba atentamente y hacía anotaciones. Y aquel hombre fue capaz de mostrarme la dislocación de algunos objetos, explicarme el porqué de algunos de ellos, cuáles eran más queridos por Papa y hasta cómo habían llegado algunos de ellos a Finca Vigía.
Fueron, aproximadamente, cuatro largas horas, habitación por habitación, mueble por mueble. Pero René no reveló agotamiento ni molestia alguna. Por el contrario, se mostró amable. Tal vez le resultara absurdo que una persona que nada había tenido que ver en la vida de Hemingway, le hiciera tantas preguntas.
Y, tal vez no comprendiera a cabalidad, que él que tantas veces había recorrido la casa junto a Papa o Miss Mary estuviera ahora junto a una persona que, llena del mayor entusiasmo profesional, quería que todo permaneciera en el interior de la vivienda del mismo modo en que Hemingway lo dejara al abandonarla el 25 de julio de 1960.
Cuando leí sus Memorias… me percaté que se sintió raro. Tal vez yo no logré trasladarle todo cuanto buscaba en aquel primer encuentro. Porque él era para mí la memoria viva de la Finca. Tal vez Vigía misma.
Pero ese malestar no laceró nuestra recién nacida relación. Relación que fue convirtiéndose en una fuerte amistad y surgieron lazos de cariño. Relación que supimos mantener a lo largo de todos los años transcurridos. Sentí el placer de que René declarara al igual que sus hermanos, públicamente y en cualquier parte donde se encontrara, que yo formaba parte de su familia.
Varias veces visitó Finca Vigía. Siempre que venía a Cuba, por supuesto, se hospedaba en la casa de su hermana en San Francisco de Paula. Así podía departir con los vecinos, estar al lado de sus hermanos y sobrinos. Y ver la Finca, llenar los ojos y el alma con su paisaje.
Viajé a España en junio de 2006. Cumplía una invitación hecha por The Hemingway Society. Celebrarían la Reunión Internacional en Ronda. Allí se haría pública mi condición de Miembro Honorario de dicha Sociedad. Llegar a Madrid y perder la conexión con Málaga, gracias a un retraso del vuelo de Cubana de Aviación y a la desatención de la línea aérea de sus pasajeros cubanos, posibilitó que me quedara en el aeropuerto de Barajas, de madrugada, y sin boleto válido para continuar viaje.
Un colega español, Vicente González Vicente, militante de Izquierda Unida, me llevó a su casa y compró el boleto para que continuara mi viaje a las 7 de la mañana.
Al llegar a Ronda me encontré con muchos colegas de diversos países. Allí también estaba René Villarreal y sus hijos. Estos habían viajado junto al padre para participar en ese evento. René se quejó porque me esperaban desde el día antes y se habían preocupado mucho por mi retraso. Lógicamente, le expliqué mis vicisitudes y, pasado ya el gran trago amargo, todos reímos muchísimo.
Al día siguiente, ya en Ronda, René se me acercó y me entregó una cantidad de dinero. Me dijo: “Vaya al Banco, cámbielo en euros, y remítale al amigo que la ayudó el dinero del boleto”. Protesté, recuerdo, argumentando que ese dinero era suyo, para sus gastos. Me respondió muy serio: “Claro, que es mío. Por eso te lo estoy dando. Cómo crees posible que una persona de mi familia tenga semejante problema y yo no la ayude”.
De René guardo muchos recuerdos. Sus narraciones acerca del equipo infantil de beisbol Las Estrellas de Gigi. Las aclaraciones acerca de su familia, de la humildad de esta, reiterando siempre que sí, que fueron niños muy pobres pero que “jamás anduvieron descalzos por las calles de San Francisco”.
Oscar Villarreal, otro de los hermanos de René, fallecido en diciembre del pasado año, contaba que ellos, de niños “no dormían en finca Vigía pero tenían que estudiar, hacer los mandados de la Finca, dar la comida a los gatos, buscar la correspondencia en el correo”.
Luis, el hermano gemelo de René, narraba que ellos jugaban con una pelota de tape con una piedra dentro y el bate era un simple palo. Añadía que nunca habían tenido Reyes Magos y el que “Papa nos facilitara sus primeros uniformes de pelotero fue una realidad casi mágica, los guantes de lona, los ´spais´…”.
René explicaba que, además de a la pelota, Papa les enseñó a boxear. “Eso sí entre niños de la misma edad. Jamás permitió peleas entre hermanos o niños mayores con menores porque era un hombre justo”.
El lunes 6 de octubre, Raúl Villarreal, uno de sus hijos, me comunicó que René había fallecido. Y añadía: “Se fue tranquilo y en el sueño. Yo lo vi el sábado y le di saludos de tu parte y el sonrió y me dijo que te diera sus mejores saludos igual. Me dijo que había soñado con la Finca cuando nosotros éramos niños y jugábamos en los alrededores”. Y sí, Finca Vigía estuvo en presente en todos los instantes de su vida, porque siempre la recordaba y soñaba con ella.
Los servicios funerarios tuvieron lugar el pasado viernes. Nuevamente, su hijo Raúl me mantiene informada de los acontecimientos y, confiesa: “Gladys, te diré… que se fue con mucha paz y se veía muy bien. Lo vestimos con una guayabera blanca de mangas largas y pantalones finos, como le gustaba a él y como trabajó con Papa Hemingway”.
No solo Finca Vigía. Papa, Ernest Hemingway, el dios de bronce de la literatura norteamericana estuvo junto a él. René mantuvo siempre presente los recuerdos de su vida y formación como hombre de trabajo al lado del Premio Nobel de Literatura de 1954. Cuba, San Francisco de Paula, siempre fueron para él punto de referencia, identidad y patrimonio.
Osnier Figueroa
27/10/14 12:57
MI muy sentido pesame para familia , en es pesial para abuela Nilda , de Osnier el aahijado de Leti y Emilito.
MA. DEL CARMEN
20/10/14 5:26
mi mas sentido pesame para la familia villareal y muy agradecida por los comentarios de la escribidora de este articulo. la vida de Hemingway en cuba, su familia y sus amigos o empleados siempre ha sido objeto de lectura y estudio para mi, siempre he sido una fan de la literatura de hemingway, pero tambien de su vida que fue tan aventurera como sus novelas. pero creo que mas alla de toda fama, el Papa fue una persona en cuba muy querida y se introdujo y se mezclo, como el mejor daiquiri, con nuestro pueblo y llego a los corazones de todos los cubanos.
Francisco Rivero
19/10/14 10:01
Tristeza el saber de la partida de Rene Villareal
Gracias a la Sra.Gladys Rodriguez Ferrero por su testimonio de leal amistad para con el difunto Rene y familiares mas proximos.
Mi padre Gregorio Rivero Pérez (1906-1976) era de San Francisco de Paula y es pariente de la Familia Villareal, Tengo bien presente las conversaciones recuerdo del hermano mayor de mi padre Jesus Rivero Perez, que trabajo como peon en el mantenimiento y limpieza de los anteriores propietarios de la finca, propietarios de una linea de tranvia de la Habana, mi tio Jesus el mencionaba a un tal"Mr.Stein" que a un momento le ofrecio una plaza para barrer el interio de los tranvias yel testimoniaba que fue el primer hombre negro que entro a trabaja en esta empresa ( lo que conducian y cobradores deltranvia eran blancos y de origen peninsular, segun él)
Parte de la familia Villareal residian en la Calle del Sol alli tambienresidio hasta su fallecimiento mi tio Jesus junto a su esposa Juana, tambien la modesta casa de mi tia Maria Rivero Perz. Por cierto las casa de estos parientes se situaban tanto al lado derecho como izqueirdo de esta loma y justo entre de estas dos viviendas la de mi tio Jesus y los villareal de los familiares mencionado se ubicaba la casa donde vivieron los padres y hermanos del comandante de la revolucion Camilo Cienfuego.
Mi padre quizo como nombre de pila para mi nacimiento el de José Francisco, tal vez en honor a este poblado y su buena gente que depositaron en mi valores y educacion, que bien me han acompañado como ciudadano y persona.
Sirva este comentario para una feliz evocacion de lo vivido y visto desde lo alto de la calle del Sol en esa epoca antes de la revolucion en que notenia ni asfalto, ni acera. Desde el corredor de la casa de mi tios Jesus y Juana, veia las palmeras reales siempre al viento en el entorno de la torre de color blanca manda a levantar por la Sra.Mary en la Finca.
Al escibir este comentario pienso que fue desde ese lugar donde comence aprender a recordar lo que la nubes puende olvidar
Mi solidarida y pesame a a familia de Rene Villareal.
Un saludo fraterno
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