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viernes, 29 de noviembre de 2024

El linaje y la fuerza de los ancestros sobrevuelan Matanzas

La rumba como elemento de lucha ha cumplido su función, porque no solo es la memoria, sino la manera en que los hombres y mujeres de un mundo olvidado vienen hasta el presente…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 15/10/2022
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Muñequitos de Matanzas-Tambores
El linaje del tambor marca la historia de una agrupación insignia de la cultura. (Tomado del sitio oficial de Los muñequitos de Matanzas en Facebook)

En la década de 1950  no había en Cuba una legitimación por los ritmos traídos por los esclavos africanos. A lo sumo era visto como un exotismo, que se vendía en determinados establecimientos. El mítico personaje del Chori tocaba su tambor en un bar del puerto habanero y Marlon Brando venía y, entre tragos, lo celebraba, le decía que era un genio. Matanzas, más hacia el este del país, era la segunda provincia con mayor vida cultural. Allí, en un establecimiento a las orillas del río Yumurí, también se tocaba la rumba, con unas cucharas y unos platos, solo por puro placer. Fue un tiempo de rebelión ante el falso elitismo de determinados estamentos de la cultura cubana, los cuales querían negar que éramos también descendientes de los grandes reinos del África sojuzgada, de los príncipes que trajeron lo que Fernando Ortiz llamó el linaje del tambor, uno que daba pavor a los poderosos y liberaba a los oprimidos.

La valoración de la música afro en Cuba tuvo esos escollos que se hundían en las raíces del esclavismo. El temor a que la nación se transformase en una tierra como Haití, hizo que desde la colonia se intentaran movimientos de aculturación en los cuales negar, borrar y ningunear al africano. Matanzas por su condición de puerto, de sitio azucarero y de ciudad desarrollada tuvo la doble condición de burguesa y de esclava. Por un lado los palacetes y la opulencia y por otro la vergüenza de sumir a grandes masas de humanos en la ignominia de un sistema destructor y sanguinario. La rumba, como elemento de lucha, como fuerza de los ancestros llegó hasta el siglo XX a pesar de los ninguneos. Antes de que en ese bar a orilla del Yumurí surgieran Los Muñequitos de Matanzas, ya habían matado a Caturla en Remedios, por defender la africanía, por amar a dos mujeres negras, por negarse a la corruptela de su tiempo. Todo tuvo un costo en la Cuba del racismo, esa que no dejaba a un lado tantos siglos de vergüenza.

Los muñequitos de Matanzas surgieron casi como una broma, con la alegría de vivir a pesar de las dificultades. Se erigieron a sí mismos, buscaron en su linaje portentoso, construyeron un legado a partir del legado de sus ancestros. La rumba está unida al culto a las deidades de África, uno que nos habla de grandes hazañas, de héroes, de mil y un seres extraños, de sabidurías. Es un género musical que pudiera inscribirse como una de las huellas documentales de una parte de la humanidad, esa que vilipendiada fue traída en barcos hasta las costas de América. El legado pudo haberse perdido, pero venia en la mente y en el cuerpo de cada descendiente de africano que nacía en Cuba, se reprodujo, estuvo presente en las imaginerías y en las realidades. Por eso, Los muñequitos de Matanzas lograron el reconocimiento primero de su pueblo, luego del mundo. Hoy la agrupación posee el linaje que les corresponde, saben cómo salvaguardarlo y lo llevan a todas partes como si se tratara d algo tierno y frágil. La agrupación es una familia, unida por lazos de sangre y por formas de hacer el arte. Es una pequeña África trasplantada con todo su poder en este archipiélago, en la cual florecen las creaciones. La metáfora le hace justicia a quienes fueron esclavos, los reivindica, los coloca a la altura real de la historia. La rumba como elemento de lucha ha cumplido su función, porque no solo es la memoria, sino la manera en que los hombres y mujeres de un mundo olvidado vienen hasta el presente, toman cuerpo, encarnan los bailes y los ritmos, son a fin de cuentas seres que van más allá del sufrimiento de su tiempo y hallan la alegría de eras mucho más alegres, justas, en las cuales el legado se manifiesta con libertad.


Los muñequitos de Matanzas encarnan uno de los símbolos de la cultura cubana. (Foto tomada de Granma)

Desde el español que trajo al esclavo, hasta el burgués que despreciaba al negro y su música, Cuba fue un dolor para millones de almas; pero todo tuvo que cambiar gracias a la rumba y su luz en la historia. El poder de los que alcanzaban la gloria a través del tambor es evidente. Ortiz mismo dijo que esos ritmos le daban cierto miedo al negro, pues le recordaban su pasado ilustre, de reinos e imperios en medio de la selva, los cuales eran tan avanzados como cualquier otro. Ya el Chori no era una atracción rara para un Marlon Brando pasado de tragos, ni había que aguantar la ojeriza que se le tuvo a Caturla en Remedios y que trajo consigo la bala asesina; porque la rumba alcanzaba con Los muñequitos de Matanzas esos escenarios de lujo, en los cuales todo parecía dorado, justo, al nivel del linaje de los mayores. Hasta Nueva York y los sitios más exigentes llegaron, hasta las disqueras más exigentes. Allí se expandió la leyenda y se le hizo justicia al esclavo. Detrás de cada éxito están las almas sonrientes de quienes solo conocieron el látigo, el dolor y la muerte. La música posee fuerza reivindicativa, sabiduría y entidad propia, empuje telúrico. Es liberadora, es vida.

Los muñequitos de Matanzas encarnan uno de los símbolos de la cultura cubana, han llegado a impartir docencia en universidades, son prolíficos en su producción de discos y de obras en general. Se esparcen en el mundo fértil de la rumba como uno de los pilares fundamentales. La magia no solo compete a los acordes sino que va acompañada de la fe en los ancestros y de la presencia de un legado que atravesó la dura prueba de los fuegos de la historia hasta llegar a un presente de reconocimiento. El mayor premio para ellos es que los pequeños de la familia toquen los ritmos de sus tátara abuelos, sobre las sillas, los cajones e incluso los platos de la cocina. Así empezó el sueño, queriendo jugar a la rebelión, en un grisáceo día del pasado.

La música ha hablado bien claro y alto y dice que allí donde está la agrupación hay vida, gloria, mitología y dioses. El reinado supo florecer en Cuba, a miles de kilómetros y se conecta con los imperios de aquel continente arrancado, de aquel momento de dolor cuando los esclavos veían esfumarse la vida entre humillaciones. Matanzas, la tierra de tanto grillete y látigo, la que levantaba palacetes y puentes; supo acoger la justicia y el equilibrio y hoy trae en el regazo a estos hijos ilustres. La rumba pasó del exotismo al linaje y de ahí a los sitios de referencia. En la Casa Museo Alejandro García Caturla de Remedios hay un cuadro del artista Abela que lo representa. Los hombres se pierden un una bruma en la cual al parecer la historia funde el dolor con la gloria. El resultado son manchas llenas de elocuencia y misterio. La obra se halla en el despacho del juez remediano, ese que también bebió de la rumba. Se trata de un lienzo que resume todo el proceso, un cuadro que incluye a los hombres y mujeres perdidos por el dolor, que salva a quienes no vieron ni sintieron otro tiempo que no fuera de esclavitud. De esa energía del cuadro se desprendió el momento de poder de Los muñequitos de Matanzas, así ocurren esa reivindicación, esa cubanía que se muestra con orgullo.

Más allá de la reflexión que la obra de Abela nos propone, está la alegría de contar con una agrupación que sabe de su peso intelectual y rítmico y que va haciendo su propio camino sin que por ello se olviden del pasado. Caturla estaría extasiado con ellos, viéndolos hacer la mejor música del mundo. No se sabe si Brando dejaría a un lado la embriaguez y correría a pedirles que aparezca en su próximo filme. Los Muñequitos de Matanzas tienen mucha rumba que tocar. Lo harán desde el reino perdido de los mayores, con el linaje del tambor y la frente alta y reivindicada.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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