Con una estatura imponente y mirada penetrante, Rolando Pérez Betancourt destacaba en cualquier lugar al que llegaba. Su barba poblada y aspecto serio lo hacían parecer un hombre misterioso o distante, pero bastaba con escuchar su voz apasionada y sus palabras cargadas de sabiduría para darse cuenta que estaban ante uno de los periodistas más talentosos de Cuba.
Desde joven supo que quería dedicar su vida a contar historias, a dar voz a los que no la tenían. La pasión por el periodismo lo llevó a trabajar en diversos medios de comunicación, donde destacó por la profundidad en las investigaciones y la valentía al denunciar injusticias.
Fue en el periódico Granma donde Rolando encontró su lugar. Durante años, se dedicó a escribir crónicas que conmovían a los lectores, reportajes que desvelaban la realidad de un país en constante cambio. Su pluma era afilada, su escritura impecable, pero lo que realmente lo hacía único era la capacidad de conectar con las personas, de transmitir emociones a través de las palabras.
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Parte fundamental de su labor periodística fue ser presentador del programa “La séptima puerta”. Su estilo único hizo que cada emisión fuese una experiencia enriquecedora para los televidentes. A través de sus críticas, Pérez Betancourt no solo se limitó a comentar aspectos técnicos de las películas, sino que ahondó en las temáticas, mensajes y contextos sociales.
Rolando fue mucho más que un crítico de arte: fue un guía que sumergió a los espectadores en un viaje a través de las puertas de la reflexión y el análisis cinematográfico. Su pasión por el cine lo convierte en un referente indispensable para los amantes del séptimo arte.
Su compromiso con la verdad inspira a las nuevas generaciones de periodistas, quienes buscan seguir sus pasos. El solitario del periodismo cubano, como fue conocido, será recordado por siempre como un maestro en el arte de comunicar.
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