El Ballet Nacional de Cuba es un proyecto que surge con lo mejor de nuestra política cultural. No hay en ese proceso creativo nada que sea baladí ni superficial. La gran Alicia Alonso tuvo en ello su impronta. Fue algo propio de lo más humanista de esta nación ya que personas y comunidades que no reciben el beneficio de los espectáculos de lujo ni de las cuestiones elitistas, pudieron entender y apreciar las obras más exigentes del repertorio universal.
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Allí estaban los cuentos clásicos, aquellas historias llenas de personajes extraordinarios y que se traducen en movimientos en la escena, en partituras geniales, en escenografías inmensas. Pero el Ballet Nacional va a las comunidades más apartadas, funciona ante los campesinos, ante las personas que se hallan en labores productivas. Eso lo engrandece moralmente.
Quien siga la historia de Alicia Alonso verá no solo a la artista que quería un ballet de lujo para su país, sino a la mujer comprometida con una causa igualitaria y de justicia social. En efecto, en el entorno en el cual surge el germen de lo que luego será esta compañía, no hubo la suficiente comprensión ante la genialidad de Alicia ni sus muchas iniciativas. Era la época en la que Lezama decía que un intelectual en la República era la última carta de la baraja, o que la revista Orígenes la leían cuatro gatos muy afortunados. No se podía, por entonces, pensar que una compañía cuya esencia eran las presentaciones a los menos afortunados iba a prosperar. Había que cambiar muchas cosas. Pero el Ballet Nacional de Cuba fue de las cosas logradas que, no bien se dio el proceso de 1959, le dieron la vuelta al mundo.
Grandes profesionales de la danza legitimaron a Cuba y sus escenarios. La técnica de Alicia se posicionó como una de las formas de enseñanzas del ballet por excelencia. No solo había que reconocer el buen arte, sino el hecho de que por primera vez en América Latina algo tan elitista estaba llegando a todas partes y se hacía entendible, hermoso. Por eso vale la pena ir a ver al Ballet Nacional, porque existe en su interior una luz que no pasa de moda, sino que resplandece para todo el que posea un alma buena.
*Fotos: Fernando Medina/Cubahora
Alicia fue su empuje, su más ferviente impulsora, pero hoy la compañía posee otras personas que la llevan también adelante y hay que mencionar que de los talentos formados por la gran maestra han salido proyectos que hoy dan su esplendor al mundo. En cada persona que llega a los grandes escenarios, ya sea el Royal Ballet u otro sitio, hay la impronta de la bailarina que dijo que haría arte para los negros, para los pobres, los desclasados, aquellos que no podían entrar al teatro y, si lo hacían, era para el gallinero de la última fila, donde nadie quería estar.
El arte es un elemento desalienador y a esa vertiente fue el trabajo de Alicia Alonso. No es ella una teórica de la comunicación ni una filósofa, pero en sus maneras de entender el ballet hay una esencia que recoge lo mejor de la tradición emancipadora del pensamiento. No hay que olvidar que durante décadas esta compañía además hizo unas pruebas de ingreso en las cuales entraba de forma inclusiva todo el que tuviera talento. Por eso, no hay que hablar solo del democrático acceso a los espectáculos, sino de la apertura en torno al proceso creativo, que daba paso a que personas humildes pudieran cursar estudios en materias elitistas de un alto vuelo.
Hace años, cuando estuve por primera vez en una función del Ballet Nacional, me impresionaron la escenografía, la grandilocuencia de los bailarines, la música omnipresente que era una especie de alma. Nada en esto es jamás mediocre, sino que se apuesta por una transformación de los públicos, por un cambio total en la mentalidad, de manera que salimos siendo mejores.
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El Ballet Nacional nos ha representado, nos ha dado lo mejor de sí, posee la luz de toda la universalidad desatada por las fuerzas progresistas en Cuba. Pero debe actualizarse, debe seguir siendo tan nuestro como siempre e ir a los momentos de humildad que le dieron su brillo. Hoy seguimos poseyendo una de las escuelas más exigentes y prestigiosas del mundo, pero son contadas las giras nacionales, esas que un muchacho o una muchacha de provincia requieren como parte de su formación profesional.
Hay que ir a esas esencias primigenias para salvar la cultura, para que no se olvide cuanto nos ha costado alcanzar estos resultados. Nuestro humanismo es la joya de la corona que le pertenece al pueblo. Y sin esa proyección no vale la pena hacer cultura. Que la belleza llegue a los rincones de Cuba y que el ballet sea un elemento que esté al alcance de los hombres y mujeres más sencillos.
Solo resta agradecer a los que lo hicieron posible. Es un sueño que se logró y que todos podemos palpar. Al ballet se va a sentir, a aprender, a ser mejores. Hoy es una forma de asumir la igualdad, de acceder al ser más trascendente.
Cuando cae el telón y surgen los aplausos, nada hay más noble que la crónica de una compañía consagrada al cariño, a la luz diáfana, a la energía que fluye y que le otorga vitalidad a todo un universo. El Ballet Nacional es un símbolo de la Cuba auténtica, la que se hizo a sí misma y que aún tiene mucho que mostrar. Ese empeño misterioso mueve a los artistas.
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