La Casa de las Américas ha sido un foco de pensamiento en medio de tiempos duros. No solo porque premia lo mejor de la creación y valida y jerarquiza el arte; sino porque en la esencia de dicha institución se han equilibrado las fuerzas intelectuales progresistas del continente. Se sabe que no siempre existe la unidad necesaria y que a veces las opiniones diversas generan disensos casi insalvables. En tal sentido, se deja ver la huella de Haydée Santamaría, una mujer que fuera la conciencia de generaciones de autores. En una biografía publicada en nuestro país, Julio Cortázar refiere a través de sus cartas cómo ella coordinaba entre estéticas y puntos de vista diferentes, entre maneras de asumir el mundo y de querer cambiarlo. Haydee no solo dirigió la Casa de las Américas, sino que dejó una huella en la cual hay que afincarse cuando se hable de estudios sobre política cultural. En la figura no solo iban la bondad y la profunda convicción humanista, sino un conocimiento pleno de los procesos intelectuales y de sus valores y aportes emancipatorios.
No era fácil dirigir un sitio en el cual confluyeron lo mismo los vanguardistas del Boom latinoamericano de la literatura, que los amantes de la antipoesía y de la generación beat; los cultores del abstraccionismo y los que preferían una tradición más enraizada en los confines de nuestras artes visuales. La Casa de las Américas no tenía precedentes en Cuba, si acaso en los miembros del Grupo Orígenes, quienes sin embargo no poseían la misma visión ni actuaban en un escenario similar. Se instituyeron salones, recitales, lecturas, festivales del libro, conferencias; más que nada se comenzó a hacer una cultura que sin dejar de ser elitista en el buen sentido, conectaba con la gente e iba a los barrios para que nadie quedara atrás. La famosa frase de la canción de Silvio era una de los eslóganes de aquellas jornadas: “nadie se va a morir, menos ahora”. Y es que la Casa ha sido vida, luz que fluye desde lo más autóctono de la nación y que deviene savia latinoamericana universal. Se trata de un proyecto que trasciende la insularidad sin que se renuncie al encanto de vivir en esta isla que posee tantas dimensiones paralelas tendentes al goce estético.
En todo ello Haydée era como la conciencia que guiaba, que programaba y que buscaba un entendimiento entre todos. No importaban las divergencias de matices, sino el compromiso con la cultura y ponerse en función de la gente. El nacimiento de plataformas como esta siempre va aparejado a cuestiones de egos y de envidias, pero ella las limaba y supo hallar en cada uno de los artistas ese lado humano y sensible, para que su aporte se fuera de esos rincones oscuros, de esa saña que nos convierte en peores y que no permite el parto de la obra crucial y definitoria.
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La Casa fue el hogar de quienes fueron propicios a las instancias de los cambios socialistas en Cuba. También se trató de un sitio de respeto, en el cual se podía tener cualquier opinión y aun así se seguía formando parte de lo mejor de nuestro legado. En momentos duros, la libre bonanza de los sentidos continuaba su curso entre las paredes de ese edificio raro, que descansa junto al malecón habanero, casi en un recodo de ese inmenso mar que nos rodea como un abrazo azul. Se contaba con una Casa para la creación, pero además para tener, entre todos, una especie de medidor que nos coloque en el justo lugar de la historia, ese en el cual no interesan otras cuestiones sino la autenticidad de las miras y el deseo de vertebrar una obra la mar de honesta. Quizás los ojos de Abel, eterna alusión siempre que se toca el tema, sean los ángeles de este proyecto. Lo cierto es que se respira pureza, fuerza, se siente la firme presencia de los que dieron todo y que se trastocaron en almas y en sentencias firmes sobre el horizonte cubano.
Hacer política cultural en la nación de la excepcionalidad es un ejercicio de magna prudencia y de inteligencia. Ese fue uno de los fuertes de la Casa y lo continúa siendo a pesar de que son otros los tiempos y ello conlleva una actualización de miras y procederes de tipo pragmático para llegar a los públicos. No basta con el premio o la revista, hoy la cultura se mueve más allá de los estancos de un país que posee la capacidad de reinventarse y ser más que sus problemas. En esa sumatoria de fuerzas que nos define, la Casa no solo tiene el legado de sus triunfos, sino que se mueve en la savia de quienes no están. Incluso aquellos que se apartaron saben que en esas paredes sigue un pedacito de su ser y que ello determina una metafísica de la apropiación y del goce estético.
Cuando ya no tuvimos más a Haydée en el plano físico, se produjo una especie de ausencia de significaciones que de inmediato requirió de la presencia de alguien como Retamar. Sin embargo, la Casa era ya un sueño de todos que pervivía en su existencia y que nadie pudo negar, mucho menos rebatir. Lo que una vez fue una utopía yace en medio de todas las eras como uno de los fortines inexpugnables de la política cultural y de los conceptos duros de la creatividad cubana y sus muchos triunfos. Más que un edificio en el cual se celebran eventos y se declaran las vías esenciales para la conexión identitaria entre los pueblos de las Américas, la Casa es el hogar de muchos y el sitio que nos otorga dignidad. Podrá haber una pérdida circunstancial de aquello que resulta superfluo, pero la savia de Haydée es un tronco humanista que se comporta como un horcón repleto de sentido. Nada, ni los experimentos ni las malas intenciones pueden contra eso. La obra trasciende más allá de los libros o de las publicaciones, va a los confines de un deseo profundo y bello de justicia. Ese sueño es lo que no pueden quitarle a la Casa ni negárnoslo.
El alma de la Casa es ese poeta que ahora mismo está escribiendo unos versos en los cuales le va la vida. Ese soplo podrá parecer efímero y quizás hasta intrascendente, pero allí se afirman los propósitos de un arte que solo se compromete consigo mismo. Entonces hay que decir que, en el hogar de los creadores, las resonancias de una gloria pura, bondadosa y sutil mantienen sus bríos y son capaces de hablarles a las generaciones. Ese y no otro es el terremoto hacedor de sueños que ha logrado levantarse y erigirse en principio creativo. La Casa está tomada por esos fantasmas que vuelven a la vida constantemente y se muestran en los entresijos de la realidad.
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