He estado en espacios culturales en los últimos meses en los cuales se hizo el milagro a fuerza de empuje y esfuerzo en medio de la penumbra. El retorno de apagones al panorama cubano ha sido un duro golpe a las programaciones, los festivales, las fiestas populares, las presentaciones. Todo ha tenido que seguir, amén de que se haga con calor, sin luces, con molestia objetiva y subjetiva. Pero la cultura es un proceso que va más allá de eso y que sigue su cauce como río indetenible. Incluso, podrá haber silencio y oscuridad, pero aun así no se puede negar que existe creación. Pienso en Shakespeare escribiendo sus obras en medio de una noche inglesa, en el más absoluto reinado de las sombras o en el teatro griego que se hizo en los bosques a la luz de antorchas, cuando actuar y tener fe eran la misma cosa. Un elemento catártico. Los apagones nos retrotraen a recuerdos duros, pero nos muestran la esencia, por contradictorio que parezca, de una cultura que se niega a desaparecer, de un proceso resistente.
Recién fui a la inauguración de un festival que se hizo con velas, en la cual a pesar del calor y de no vernos bien las caras, hubo complicidad, intercambio de saberes, subjetividades. Y es que cuando más fuerte es el golpe, más queremos recuperarnos y hallarle un antídoto. ¿Será que el arte cura todas esas carencias? Más allá de respuestas definitivas, hacer una obra desde el subdesarrollo y la problemática cotidiana merece mucho respeto. De ahí nuestra reverencia ante aquel festival que se iniciaba contra viento y marea y que hoy aspira a perpetuarse, sin importar si existe o no el recurso material. Exigir que haya una programación, sin que medien los procesos subjetivos de la creatividad y la resistencia en medio de lo oscuro puede ser contraproducente, pero propiciar la vida intelectual, aun cuando no hay electricidad y se vive en esa angustia, si puede ser un bálsamo, una tabla de salvación, un golpe a la desidia y la apatía. Porque se trata de eso, de generar estados en el público que lo lleven a desperezarse de la cotidianidad vacía y mediocre y a elevarse a otro nivel.
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Cuando las notas de la música suenan en lo negro de la noche, se oye quizás con más detalle este o aquel acorde. Así pasa en los momentos de crisis, que nos llaman a ser más esenciales, a soltar lo que nos sobra, lo que es un aditamento, lo que no aporta. He vivido tiempos en los cuales un cuadro me alegró el día, no importa si estaba triste antes o con malas noticias. Simplemente los colores, la tesis de la obra o conversar con su autor me reconfortan. Creo que así debería ser la cultura, como una especie de magia que te saca de los bajones del alma y te lleva a la emoción que bulle y que sana. Una cosa ha sido cierta en los tiempos de apagones y es que queda mucho por jerarquizar en términos de arte, nos falta ese toque de justeza que le dé a cada manifestación o autor su sitio. A veces creemos que música tecno y un cantante popular pueden ser elementos de cultura y no lo niego, pero se nos olvida que no siempre queremos oír melodías alegres o estridentes. Un artista amigo me decía hace años que el ruido de un trombón podía hacerle mucho daño y que él evitaba por ejemplo oír La Cabalgata de las Valquirias de Wagner.
Los tiempos deben mejorar, la cultura se hace con optimismo o no se hace. Se obra para que vengan la belleza y la felicidad o más bien se las convoca como si fuéramos chamanes. En medio del periodo especial de los años 90 del siglo XX, hubo una cantante que se adaptó a trabajar sin micrófono, ya que no había electricidad. Su éxito fue inmenso, pues era contratada constantemente. Casos como esos evidencian que solo con ese espíritu resistente, especie de existencia más allá de la dureza, se salva el corazón de una cultura nacional en estado de sitio. Obrar es también obrar bien y de la forma más creativa. Se trata de hacer proposiciones que busquen sortear el dolor y transformarlo en otra cosa, en un ente que nos pueda aportar y que nos otorgue otra oportunidad de triunfo más allá de lo oscuro o de las altas temperaturas. Perdemos de vista que la creación prosigue y que lo hará sin nosotros, aunque tengamos los mejores temas, los estilos más novedosos. Callados, detenidos, la vida nos pasa la cuenta y se nos va lo mejor esperando a que existan las condiciones esenciales para una obra magna. El propio Carpentier relata la forma itinerante en que fue escribiendo sus novelas y cuentos iniciales, la manera abrupta y dura, desventajosa. Y es así, contra todo pronóstico, como surgen los grandes.
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Cuando se haga la historia, los apagones estarán ahí como parte del proceso, pero no serán lo único ni van a prevalecer por encima del ser humano. Nadie desea estar a oscuras, ni retroceder en desarrollo y bienestar, pero podemos ir narrando el momento duro, darle su visión en el panorama que viene y de paso hacer que la cultura nos refleje, nos tenga en cuenta, sea a fin de cuentas una cultura nuestra y elocuente, que hable de lo que vivimos y sufrimos, una obra identitaria y auténtica, pura en sus propuestas, pero terrena en las concreciones. Una cultura como la vivieron los griegos, en medio de los bosques o en descampados donde se actuaban los clásicos de los autores trágicos. Esa es la causa inapelable, la que mueve los hilos y hace que suenen las notas en medio del oscuro momento y que incluso se oigan mucho mejor, porque le ponemos atención, alma y construcción al proceso.
La oscuridad no será eterna, ni el silencio perenne. No hay de hecho otro camino que la luz y la elocuencia. Todo es, por ahora, un acto de necesaria buena fe.
Lo espacios se preservan y las programaciones se sostienen, los pagos a artistas deben proseguir así como el intercambio con los públicos. Pero todo ello desde una jerarquía creativa de mayor rango y respeto, donde no solo hablemos de la cultura como una distracción, sino como la luz en lo oscuro, el bálsamo y la cura. Si no se mira esto desde una óptica sensible, se caerá en el mecanicismo contraproducente, en el apagón real y creativo, en la carencia de estirpe humanista.
Cada sombra que nos acecha tiene su equivalente en el espíritu y debemos ahuyentar esos dolores.
Que vayamos con tropiezos sobre la marcha es parte del proceso, pero sin cometer errores tontos, ni obviar enseñanzas evidentes. La vida nos muestra que obrando con sabiduría vencemos, que teniendo fe avanzamos. El apagón, a fin de cuentas, es la situación concreta, pero habitamos otros tantos espacios en los cuales su efecto se reduce o queda en ridículo. Hacia eso nos lleva la buena cultura en las manos correctas.
Aprendamos la lección.
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