Los libros son el centro del saber en cualquier civilización. Se trata de códices en los cuales va el conocimiento y que han tomado diferentes formatos hasta llegar a los PDF de nuestros días. En esa lógica de la historia, se manifiestan tendencias ideológicas, de mercado, culturales y de índole subjetiva, pero por encima de todo la Humanidad ha buscado que se preserve un legado y que prevalezca una memoria de los tiempos. En Cuba, una de las primeras obras publicadas al por mayor luego de 1959 fue El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, luego vinieron muchos clásicos más de la mano de prestigiosos editores y escritores que ejercieron como mecenas de la nueva vida cultural, sin embargo, a la altura del 2023 se vuelve a apostar por un cambio hacia lo digital, situación que se da por la falta de papel para la fabricación de soportes en físico. Ello nos lleva a varias reflexiones, tanto en materia editorial, como desde el punto de vista de los contenidos de las obras.
Villa Clara posee, por ejemplo, una rica vida literaria que la lleva a ser una de las provincias cubanas con mayor número de escritores y de ambientes culturales en los cuales se mueve lo mejor de la creación nacional, sin embargo, sus dos principales revistas –Umbral y Violas– han debido mudarse al formato digital. Estas excelentes publicaciones no solo promocionan las obras de los autores del patio, sino que poseen una proyección universal y un diseño con valor estético en sí mismo. Si bien el formato en papel ayuda a que mediante un simple mensaje de wasap se divulgue la revista, no es lo mismo en términos de conservación de la memoria, de belleza del acto mismo del consumo cultural y acceso al conocimiento para aquellos que no poseen soportes electrónicos dígase un tablet, un celular o un reader.
El papel también democratiza y crea lazos humanos, estrecha la colaboración y pauta espacios de encuentro presencial que no son posibles en la vertiente fría y distante de la vida en redes sociales. La cultura comienza a transformarse cuando aparecen nuevos soportes y sobre todo cuando a partir de este cambio se producen otros tantos en el área del consumo. Entonces no siempre la transición forzosa y llevada por las circunstancias es conveniente. Ninguna de las dos mentadas revistas villaclareñas está ya en las librerías de manera actualizada y los lectores que las consumen deben buscar en un sitio de descargas el archivo pequeño, llevarlo a su dispositivo y leer en una pantalla luminosa que no muestra toda la belleza del diseño gráfico, sino que constituye un sucedáneo del mismo.
Se entiende la carencia de recursos, se comprende que por ahora es perentorio el ahorro, pero que se recuerde también que la cultura y el consumo son elementos fundamentales en la construcción de consensos y que de esta forma surge la hegemonía ideológica y se perpetúa entre nosotros como unificadora de ideas y de acciones. Dicho de otra forma, nada de lo que se quiera hacer para bien en este país deberá estar alejado del acto de lectura y de la democratización y el acceso a los libros. La Feria del Libro en La Habana y en el resto de las ciudades de Cuba ha evidenciado que el formato digital posee potencialidades, pero también falencias que no se van a arreglar como por arte de magia, sino que incidirán en la vida literaria y a veces con no muy buenos dividendos. En materia de lectura todo debería ser válido, pero no todo funciona de la misma manera ni tiene que ser beneficioso siempre. Y presentar un libro no solo es algo referido a su esencia temática, sino a cómo se accede, se compra y se lee ese material y qué tipo de retroalimentación genera dicha cadena de actos.
Nadie en su sano juicio quisiera negar el progreso, pero tampoco debemos hacer del traspaso algo abrupto, sin ritmos, sin que nos tomemos el descanso merecido frente a una playa y con nuestro libro de papel entre las manos. Ninguno de los que hoy tenemos la lectura como una pasión hemos pensado que se deba rescatar el códice en papel prohibiendo que existan otras maneras de consumo, más bien creemos que la sana coexistencia tiene que darse entre una y otra forma de soportes. Leer es una forma de vivir, de asumir el mundo, de tener una presencia en la Humanidad. El soporte digital de alguna manera posee las potencialidades de estas facetas del fenómeno, pero quizás su poco tiempo entre nosotros hace que aún no haya alcanzado toda su dimensión y por ello no se debe asumir que el libro en papel ya esté muerto. Quizás algún día ello ocurra y haya que hacerle su requerido sepelio, pero estamos lejos aún de que el cambio en el consumo sea tan brutal y arrasador. Todavía en términos de memoria histórica el formato digital posee debilidades que no ha superado, sino que parece que se le acrecientan, sobre todo en cuanto a la vida útil de los soportes electrónicos. Pareciera que los fabricantes hacen estos implementos cada vez más endebles para obligarnos a una lógica de compra compulsiva en pos de salvar nuestros libros.
Por ello, la defensa del papel tiene que hacerse, hay que volver a la tapa dura y las páginas que se tuercen con el viento, el olor a libros nuevos y viejos. Esa es la vida que los lectores hemos conocido y constituye parte esencial del gozo de la cultura. No solo es el contenido, sino el placer subjetivo que hace del asunto algo más que un simple acercamiento o un nimio suceso de acumulación de saberes. Leer es una manera existencial de construir nuestra vida en torno a valores fijos universales, a horcones que nos salvan de la marea cambiante y que no permiten que la deriva haga causa en nosotros. En nombre de esa fijeza –metáfora propia de la obra de Lezama– tenemos que resucitar los momentos de subjetividad en torno a la lectura, hacerlos insignia del acto del consumo cultural, valorar los segundos de vitalidad incesante en torno a ello. Si Cervantes no hubiera tenido papel quizás hubiera escrito su obra en un ordenador y lo habría enviado a un concurso por correo electrónico.
Pero cuesta creer que el manco de Lepanto se hubiese hecho famoso solo a partir de archivos en una computadora, sin pasar por el formato duro y a la vez suave de la hoja de papel. La literatura no solo vive en las letras que recrean un entorno semántico y estético, sino en nosotros mismos, que le damos entidad y que a partir de allí solemos construir maneras de vernos y de actuar. Sin el Quijote no existiría el adjetivo quijotesco(a) que tan bien define a las personas que se niegan a ser vencidas por las circunstancias y que siguen apostando, como muchos de nosotros, por el papel como un suceso imprescindible. Siendo quijotesco, Hemingway escribió El viejo y el mar, obra en la cual hizo una apología a la resistencia y la tenacidad de un pescador que pudo ser derrotado, pero no destruido. Quizás ese sea nuestro destino como tercos lectores de libros en papel, la derrota y el traspaso al formato virtual, pero hasta entonces es hermoso dar la batalla desde nuestra subjetividad resistente y amante de las páginas que se llevan, se huelen, se palpan.
No obstante, pensemos en cómo nuestro país hace un uso mejor del papel, qué racionalidad le podemos imprimir a los pocos recursos. La preservación de lo mejor depende de esas decisiones. Jerarquicemos y hagamos del proceso editorial un acto de justicia universal inmensa que coloque en su justo lugar a todos.
En un chiste socorrido que he escuchado varias veces de un amigo narrador, él refiere que en una hipotética conversación de un grupo de editores se comenzó a denigrar a Cervantes debido a lo extenso de su obra, los giros idiomáticos, lo denso de la trama. Finalmente, deciden que publicarán en tapa dura a Coelho y dejarán al manco para el formato digital, donde seguramente nadie lo leerá. Y es que lo light posee ese peligro, el de cancelar, el de negar y sustituir, con lo superfluo, lo necesario y lo edificante. Leer no será nunca como consumir una lata de refresco, sino que se parece más al hallazgo de un manantial en la montaña. En el chiste referido, los editores jerarquizaron el papel de una forma obtusa, en función de una falsa noción del placer del lector.
La defensa del libro posee muchas vidas y este debate proviene de otros tantos debates. Nada va a detener el progreso, pero tampoco hay que tener una idea reduccionista de lo que implica el traspaso tecnológico. En todo ha de primar el buen sentido y la búsqueda de una huella en la cultura que posea los elementos cruciales e indelebles. Quizás haya quien piense que Cervantes o Dostoievski son prescindibles y privilegie en cambio libros de autoayuda, manuales de cocina o de moda; pero siempre va a haber un valor fijo sobre el cual erigirnos para exigir que la verdadera cultura universal nunca muera. Leer es un acto de liberación frente a los diferentes esclavismos, nos oxigena y hace de nuestro espacio un haz de reflexiones. Se puede estar en lo más apartado del mundo, que un libro nos coloca en el centro del debate, extrae de la cotidianidad las esencias y las instrumenta como formas de pensamiento y de acción. Por ello, constreñir la lectura al formato digital puede ser contraproducente. Negar lo que hemos sido y de la manera que lo logramos hace que caigamos en la desmemoria. Esa nada, descrita en las tantas obras literarias, en ocasiones no posee una vuelta atrás y provoca inmensos dolores existenciales a los seres humanos.
Ser como los editores del chiste de mi amigo es triste, pero peor aún es que se cree un hábito de lectura jerarquizado a partir de dichos criterios. Fenómeno que por demás es funcional a una agenda cultural que hunde lo mejor y sobreflota lo peor. En esta lógica, el libro digital es bienvenido solo si va a sumarse y no a negarnos, a construir y no a deconstruir lo que con tanto esfuerzo somos.
No queda de otra que ser quijotescos, irnos a pescar en la marea difícil de estos tiempos y volver como el personaje de Hemingway con la frente en alto, aunque la batalla no haya sido favorable. Un buen lector puede ser vencido, pero no destruido.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.